Se acerca el 5 de julio y con ello también días muy agitados en los diversos componentes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), porque es el día de los ascensos, cuando las diversas promociones militares se preparan, unas para irse de la institución castrense y otras para ascender.
Este clima genera también múltiples rumores sobre diversos oficiales, en un intento desesperado para desprestigiar a un candidato a ascender o para impulsarlo.
Hace unas semanas que las listas crecen o disminuyen y junto al nombre de cada oficial se le incorporan signos que mantienen a todos con mayor susceptibilidad. Están los que sonríen más o los que se vuelven más irascibles.
Pero este año tiene un evento que cambió sustancialmente la situación: el 30 de abril. Ese día, un grupo de militares decidió acompañar a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, en un acto efectista en las inmediaciones de la Base Militar La Carlota de Caracas. Aunque no logró el objetivo inmediato, el hecho reveló a una Fuerza Armada dispuesta a sacar a Nicolás Maduro del poder, incluso con la participación de un alto oficial que para mayor efecto era el jefe del Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN).
Hasta ese día, la situación militar y los ascensos parecían predecibles. Todo indicaba que el general en Jefe (Ej) Vladimir Padrino López seguiría al frente del Ministerio de la Defensa, para comodidad de Maduro, y que aunque el almirante en jefe Remigio Ceballos Ichaso tenía nula simpatía, se quedaría en la jefatura del Comando Estratégico Operacional (CEOFANB) o sería enviado a su casa.
Pero el 30 de abril le quitó a Maduro la comodidad en materia militar. Los rumores sobre que su ministro de la defensa y su jefe de Contrainteligencia Militar estarían conspirando para sacarlo del poder le quitan el sueño, hace de levantarse temprano una nueva rutina, corre a los cuarteles, se reúne con la tropa, convoca a reunión del cuerpo de generales y almirantes, abraza a los subalternos, les habla de lealtad como valor, del desprecio a los traidores, de la defensa de la patria… Y habla de defenderlo a él como si fuera sinónimo de defender al país.
Él sabe que su liderazgo en la institución pasa por la aceptación y el ascenso de su ministro de defensa Padrino López, sobre quien dos funcionarios de la administración Trump han dejado caer un manto de duda y sospecha repitiendo que habían acordado, junto con Cristopher Figuera, sacarlo de la presidencia.
Maduro ordena reunir a los generales, quiere percatarse de la actitud y disposición de Padrino López, trata de encontrar el mínimo resquicio de duda, de alguna palabra que lo delate, de una mirada sospechosa. Quizá creyendo que de ser necesario pudiera lograr el rechazo de la institución hacia el que podría ser el más poderoso conspirador.
El ministro, como siempre, demostró la excelente preparación militar. Aunque fue evidente la ausencia de varios oficiales, nada parecía empañar el momento para Maduro, quien se sintió tan cómodo que hasta se permitió un pequeño halago para "el sospechoso". Craso error. A la sola mención del nombre del jefe militar, estallaron los aplausos. El generalato aplaudió eufóricamente.
El aplauso se hizo largo e incómodo, no solo para Nicolás, sino también para el general en Jefe. Los altos oficiales se percatan de ello y deciden seguir aplaudiéndolo de pie, hasta que Maduro no tiene más opción que levantarse en un disimulado gesto de satisfacción y tratando de dar con ello por concluido el ruidoso halago que el cuerpo de oficiales le ofreció al titular castrense.
Por supuesto que lo de Maduro no tiene nada que ver con la envidia ni siquiera con la molestia y mucho menos con los celos que cualquier comandante en Jefe de la Fuerza Armada pudiera sentir ante el gesto de respaldo que el más alto grupo de oficiales le brinda a su ministro. Hace mucho tiempo que él sabe que los militares no lo aceptan, que nunca lo hicieron, porque siempre ha estado en los cuarteles venezolanos la sombra de Hugo Chávez recordándole que él no es militar, que no conoce a la institución, que no es capaz de entenderlos e interpretarlos. Pero nunca le importó, quizá allá en su ser más recóndito se repite que los entonces presidentes Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Luis Herrera Campins, Carlos Andrés Pérez, Jaime Lusinchi y Rafael Caldera, tampoco eran militares y gobernaron a Venezuela sin problema alguno.
Pero ese gesto le hizo comprender algo que lo llenó de terror, no es nada nuevo, pero de lo cual no se había percatado, de que Padrino López puede sacarlo del poder con un gesto, con una declaración, con una decisión, hasta con una palabra. Bastaría que el oficial superior le diga a esa Fuerza Armada, aunque diezmada, quebrada en sus pilares fundamentales, profundamente odiada por la sociedad civil e incluso acobardada, que debe detenerse la tragedia del país y, entonces, la institución castrense le quitaría lo único que sostiene a Maduro en el poder, el débil soporte de las armas de la República.
Ni siquiera el importante reducto de poder que tiene Diosdado Cabello podría detener la caída. Pero desde el día del aplauso Maduro entendió que si es odioso y peligroso para él aliarse con el grupo militar de Diosdado, es lo único a lo que podría aspirar en este momento, porque de lo único que un comandante en Jefe de la Fuerza Armada no debería dudar es de que es el jefe militar y ya Padrino López no le asegura ese rol.
Si para el 5 de julio el sentimiento de terror perdiste en él, Maduro quizá opte por nombrar a un hombre con cierta simpatía en la Fuerza Armada, con pocos méritos de comandante, aunque sea jefe de REDI y aunque sea hombre incondicional del presidente de la Asamblea Constituyente, nombraría al mayor general del Ejército, Rodríguez Cabello, dejándole el poder del Ejército o del Comando Estratégico Operacional (CEOFANB) al mayor general Iván Hernández Dala, actual Jefe de la Dirección General de Contrainteligencia Militar y Jefe de la Guardia de Honor Presidencial.
Eso le dará un violento giro a la ya diezmada Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
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