Primero fue en diciembre pasado. En aquel momento aterrizaron en Caracas dos bombarderos Tu-160, aeronaves con autonomía de vuelo superior a 12,000 kilómetros y capacidad de cargar misiles nucleares. Viajaron sin escala desde Rusia, siendo seguidos durante una buena parte del viaje por cazas noruegos. Partieron de regreso cuatro días más tarde.
Ahora, en marzo, aterrizaron en Maiquetía—aeropuerto civil, no una base militar—dos aviones rusos con más de cien militares. Varias versiones circularon acerca de las razones de ello. Una dice que llegaron para reacondicionar equipos de ciberseguridad de origen ruso afectados por los apagones. Otra versión, no menos sólida, dice que los aviones van para cargar el oro que el régimen de Maduro viene saqueando desde hace tiempo.
El presidente Trump dijo que los rusos debían partir "de inmediato". Pero la reunión de la OTAN llevada a cabo en Washington la semana pasada abordó el tema solo de manera tangencial. Algunos analistas ven con preocupación una escalada militar en la zona. Recuerdan que se habló de la presencia de algún barco iraní en el pasado y, desde luego, el conocido involucramiento de Hezbollah con el régimen.
Los más preocupados enfatizan que Rusia ostenta una larga trayectoria de intervenciones militares para evitar un cambio de régimen, como en Siria y Georgia, por ejemplo, y la anexión de Crimea. Lo cual es muy cierto, pero al mismo tiempo subraya que nunca tan lejos de sus fronteras como Venezuela.
En el título de esta columna, "caribeño" adjetiva "teatro" y no "operaciones". Podría decir "caribeñas" pero no es casualidad. Es que en algún sentido todo esto tiene más de teatro que de operaciones. Curiosamente, la exhibición rusa sirve de cortina de humo para distraer la atención de la verdadera intervención militar en Venezuela, una virtual ocupación que tiene lugar hace muchos años.
La de Cuba. En febrero de 2015 escribí un texto con el titulo de "Estados Unidos, Cuba y Venezuela", argumentando que la crisis de Venezuela debía resolverse entre Washington y La Habana. Se negociaba entonces el deshielo, el restablecimiento de relaciones diplomáticas. Sostuve allí que la administración Obama debía incluir a Venezuela en la ecuación.
Si Cuba quiere remesas, internet y turistas gringos, decía yo, pues que entonces desmantele el aparato de inteligencia con el cual controla al gobierno de Nicolás Maduro.
Obama no lo hizo, dejando pasar una oportunidad inmejorable para anticiparse a la crisis. No era necesario tener la bola de cristal. Hoy en Venezuela no hay luz, no hay agua, no hay comida y no hay medicina. Y por supuesto no hay ley, democracia ni libertad. Hoy vivimos la crisis de refugiados más grave en la historia del hemisferio, la cual solo empeora cada día adicional que Maduro pasa en Miraflores. Los síntomas de lo que hoy es una obvia tragedia ya eran visibles en 2015.
Tanto como la determinación de Maduro de negar la existencia de la misma y la de Castro de seguir viviendo parasitariamente de un organismo que se desangra. Todavía hoy Cuba recibe el subsidio de petróleo, consume una fracción y "exporta" el resto a precios de mercado. Deberíamos repensar la mal llamada "Teoría de la Dependencia" (es que hay muchas teorías acerca de la dependencia).
Todavía hoy hay más de veinte mil oficiales militares cubanos en Venezuela. Mandan en los cuarteles, se infiltran en la oficialidad y custodian a Maduro, quien razonablemente ya no confía en ningún militar venezolano. El G2, la inteligencia cubana, tiene en sus manos el padrón electoral y la documentación de los venezolanos, cédulas y pasaportes, y también maneja los aeropuertos.
Ese es el verdadero "teatro de operaciones caribeñas" que tiene lugar en Venezuela, nótese el cambio en el adjetivo. Es que son puras operaciones, allí no hay teatro.
Existe un movimiento, mal llamado progresista, denominado "Hands-off Venezuela". Se opone a la intervención militar que no ha ocurrido: la de Estados Unidos. Acerca de la que sí ha ocurrido no dice una palabra.
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