Nicolás Maduro y Vladimir Putin no tienen nada en común. Uno imagina conversar con seres alados; el otro es frío, calculador y voraz. Aquel baila salsa en público; éste se muestra sumergiéndose en aguas heladas para demostrar hombría. Hasta es muy probable que el ruso sienta algo de desprecio intelectual por el caraqueño, pese a que éste declare una amistad férrea entre ambos.
Pero la verdad es que sólo los reúne la necesidad. El primero busca la forma de detener el reloj que marca el derrumbe de su dictadura. El segundo también, pero por otra fijación: los recursos naturales de Venezuela.
El ex espía de la KGB sabe cuándo penetrar en un país devastado por una crisis humanitaria. Lo hizo en Siria, de igual forma, cuando el régimen de Bashar Al-Assad sucumbía. Las diferencias entre el país latinoamericano y el árabe son amplias. Sobre todo porque por estas latitudes no corren los ríos de sangre que tiñen de rojo Medio Oriente. Sin embargo, ambas naciones están comandadas por dictadores que desprecian el sistema democrático y que aplastan a sus opositores. Es allí cuando Rusia hace su entrada mesiánica.
Ocho días atrás un Antonov An-124 con casi 100 militares rusos aterrizó en Caracas. Lo hizo bajo el mayor sigilo. Sin embargo, la noticia se expandió de inmediato. Moscú contraatacó a las críticas: "Tenemos todo el derecho", dijo Maria Zajárova, portavoz del Ministerio del Exterior. Washington condenó la interferencia del Kremlin en asuntos internos venezolanos hasta el extremo de desplegar sus fuerzas en el terreno.
Zajárova incluso lanzó: "¿Cuánto tiempo estarán allí? El tiempo que necesiten. El tiempo que los necesite el Gobierno de Venezuela".
"¡Son los recursos naturales!", gritaría Juan Guaidó si acaso se presentara un imaginario debate entre el presidente encargado y el usurpador de Miraflores. Es que Rusia no sólo se encamina a quedarse con la mayoría de la producción de petróleo sino que además ya está operando en el Arco Minero de Orinoco, donde se concentra una de las mayores reservas de oro y diamantes del continente. En las próximas semanas se concretará la sesión. Las negociaciones son llevadas adelante por Vladimir Zaembskiy, embajador ruso en Caracas.
Esta área tiene una superficie de 114.000 kilómetros cuadrados con riquezas minerales y está situada en el sur del estado de Bolívar. El otro Vladimir, Putin, se relame: sabe que Maduro firmará el papel que le coloquen delante con tal de conseguir algo de oxígeno en forma de divisas.
El Dorado venezolano, finalmente, podría tener su sede administrativa y financiera en Moscú, algo que el conquistador Sebastián de Belalcázar jamás hubiera imaginado cinco siglos atrás. Es que se calcula que bajo la superficie de la nación bolivariana existen unos 40 millones de toneladas de diamantes más un incalculable reservorio de oro y basalto, de acuerdo al Ministerio de Desarrollo Minero chavista. Tentador para cualquier zar que se precie.
En Siria, Rusia aceleró su presencia a partir del 30 de septiembre de 2015. Lo hizo con sus aviones caza, bombardeando objetivos de la oposición al régimen, en medio de una guerra civil sangrienta. A partir de allí, Al-Assad dependió casi enteramente de la asistencia moscovita, tanto militar como económicamente. Como así de Irán, casualidad o no, otro de los socios de Maduro.
A cambio, Putin sacó una ventaja estratégica absoluta. Plantó bandera en Damasco, controló a los militares sirios, los utilizó para los trabajos más sucios y se quedó con las perlas que aún quedan en el devastado país. También consiguió bases. Sobre todo con una que representó un sueño imposible para sus antecesores soviéticos: poseer una propia en el Mar Mediterráneo. Se instaló en Latakia, al norte del Líbano. Será difícil que abandone esas aguas azules y estratégicas.
La administración de Al-Assad sabe que la ayuda rusa será costosa. Estará atada durante varios años -¿décadas?- a la deuda contraída con el Kremlin por los armamentos que fueron provistos durante el largo conflicto interno.
Pero adicionalmente a sus armas, el jerarca ruso esgrimió algo más. Sacó una pluma y comenzó a escribir. Redactó de forma casi absoluta, en un 80 por ciento, la nueva Constitución que aún espera ser promulgada en el parlamento. Aunque todavía no está en vigencia, se cumple de facto. De conseguir sostener a Maduro en el poder, ¿sugerirá una nueva reforma sobre la carta magna?
El régimen deberá pagarle por sus servicios. No serán baratos, desde luego. Las riquezas naturales podrían quedar casi en su totalidad en manos de la Federación, comprometiendo un futuro gobierno de transición hacia una democracia plena. Xi Jingping se quedaría además con una parte por el pasivo que Caracas mantiene con el gigante oriental. Para ellos quizás, las telecomunicaciones. Como hizo Irán en Siria que se apropió de las principales empresas del sector controlando ya la telefonía e internet.
En la actualidad el rojo venezolano con Rusia y China es de casi 31 mil millones de dólares, de acuerdo a las estimaciones hechas por Asdrubal Oliveros, Director de Ecoanalítica. "La deuda con Beijing en este momento está en el orden de los 20 millardos de dólares. Con Moscú es cerca de la mitad. Eso se paga con petróleo. Es un servicio al año de cerca de 7 mil millones de dólares", señaló el economista a Infobae. "El préstamo no redundó en un beneficio tangible para Venezuela. Además que se hizo en un marco en extremo opaco. Con nula transparencia", añadió Oliveros.
Las cuentas con el Kremlin van más allá: es que Putin prometió asistencia militar y tecnológica en este momento de debilitamiento absoluto. A la presencia de agentes del G2 cubano hay que agregar, ahora a los uniformados rusos.
Simón Bolívar se rebelaría ante semejante invasión. Seguramente el Ejército heredero del libertador se sienta herido en su orgullo. Quizás Vladimir Padrino López vea una excusa perfecta para saltar del otro lado de la cerca. El tiempo se le termina. Ayer John Bolton volvió a advertírselo como lo hizo toda la semana. "La voluntad del pueblo venezolano es ser libre. Defiéndalos a ellos y a la Constitución de la corrupción de Maduro, de los paramilitares de Diosdado y de la represión cubana. Sea parte de la solución", le dijo el asesor de Donald Trump para los Asuntos de Seguridad Nacional.
En diciembre pasado los clásicos bombarderos nucleares Tupolev-160 volaron los cielos de Caracas. Esa demostración de fuerza tal vez haya sido la promesa de una presencia militar más importante en Venezuela. Sin embargo, pese a las tropas que Rusia pudiera enviar a la nación latinoamericana, Moscú sabe que no cruzará ninguna línea roja. No sucedió en Siria, tampoco en la alejada región. Tampoco movilizará a cientos de miles de soldados a esta parte del planeta: el costo sería monumental y su economía no lo resistiría.
Putin planea sacar el mayor provecho del régimen, firmar contratos de todo tipo en su beneficio y quedarse con la mayor cantidad de recursos naturales. Ya tiene la mitad de la petrolera más importante en el exterior de PDVSA, Citgo, y va por toda la porción. Abril será clave para ello. Tal vez también pretenda plantar alguna bandera para quitarle protagonismo a China, cada vez más presente en América Latina.
En sus reiteradas apariciones públicas, el dictador caraqueño advirtió que el pueblo "jamás se rendirá ante ningún imperio". Giro sarcástico del hombre que habla con pajaritos: desconfía de varios de sus generales y coroneles y ofrece la defensa de su país a imperialistas amigos. No sólo eso. También embarga a generaciones de venezolanos: le facilitará a Rusia su crudo, sus diamantes y demás tesoros bajo tierra.
En la aeronave rusa arribada a la capital hace una semana, más allá del centenar de militares se transportaron 35 toneladas de cargamento. A cargo del operativo estuvo el jefe del Comando Principal de las Fuerzas Terrestres rusas, Vasili Tonkoshkurov. Algunos opositores desconfiados se ilusionan: creen que los visitantes podrían ser la escolta póstuma de Maduro y su círculo íntimo hacia el destierro.
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