Nicolás Maduro mira a su alrededor y no encuentra muchos aliados. A los oscilantes militares que aún lo sostienen suma, entregado, a un ex agente de la KGB que está a miles de kilómetros de distancia: Vladimir Putin. El presidente de Rusia conoce las debilidades y, sobre todo, las necesidades del dictador latino, a quien tiene a su merced.
En todas las tribunas internacionales los enviados del Kremlin dicen apoyar al sucesor de Hugo Chávez, a quien ilustran como víctima de un movimiento internacional comandado desde la Casa Blanca. Ensayan indignación: en Venezuela (casi) reina la paz, arriesgan sin ruborizarse.
El libreto es conocido y repetido como un mantra por los detractores del "imperio". Si hasta lo ensayó nuevamente Maduro en las últimas horas al culpar a los Estados Unidos por el expansivo apagón que dejó sin energía al 70 por ciento del país. El resultado: al menos una docena de muertos. La subestimación a la inteligencia de la población no encuentra fronteras.
Irónico. Un país históricamente imperial como Rusia está a punto de apoderarse del más absoluto de los activos venezolanos: el petróleo. Por estas horas Moscú saca provecho de la fragilidad del régimen, haciéndolo cada vez más dependiente de sus préstamos y promesas.
En esa puja desigual están PDVSA, Citgo Petroleum y Rosneft. La primera es la empresa estatal venezolana productora de petróleo. La segunda, la filial de ésta en los Estados Unidos. La tercera, la compañía energética rusa dependiente del Kremlin y gerenciada por Igor Sechin, estrecho confidente de Putin.
Como consecuencia de las sanciones impuestas por parte del Departamento del Tesoro norteamericano el pasado 28 de enero, las finanzas de PDVSA y su filial en Houston, Texas, sufrieron un durísimo revés. Esto se tradujo en falta de inyección de divisas para la dictadura. Los ingresos que se produzcan por sus transacciones serían congelados. Sus activos, también.
Las alarmas sonaron en Moscú. Es que Rosneft contaba con los barriles venezolanos para saldar lentamente la deuda que le ofreció en 2016. Sin embargo, Sechin -alter ego de Putin- sabe que tiene un as bajo la manga. Se trata de la garantía que Maduro le firmó -un auténtico cheque en blanco- para quedarse con el 49,9 por ciento de Citgo. Fue por un préstamo de 1.500 millones de dólares.
Quienes están pendientes de las operaciones en torno a Citgo miran el almanaque. El próximo 27 de abril la petrolera venezolana debe pagar 71 millones de dólares en intereses del bono 2020. Juan Guaidó, presidente interino, pidió en Washington la apertura de una cuenta especial -no alcanzada por las sanciones del Tesoro- para cumplir con la obligación. La filial emplazada en Texas tiene fondos suficientes para evitar el default de ese título, el único emitido por Venezuela que aún no cayó en cesación de pagos.
Maduro no se preocuparía por intentar pagar. Piensa dejar caer el bono permitiéndole a Rosneft -es decir, Rusia– controlar Citgo, ya que el otro 50,1 por ciento de la compañía ingresaría en un limbo legal de larga resolución que involucraría a grandes empresas acreedoras como ConocoPhillips -la tercera mayor petrolera norteamericana- y la canadiense Crystallex. Amigos son los amigos.
Pero no fue el único desprendimiento que la dictadura tuvo con Rosneft y su patrón, Sechin. A través de ella Rusia controla varios de los más prolíficos campos de extracción de crudo en tierra venezolana gracias a PDVSA. Posee el 40 p0r ciento de Petromonagas, de Petroperijá y de Petrovictoria; el 32 por ciento de Petromiranda; el 27 por ciento de Boquerón; y el 32 por ciento del bloque Junín 6. También la explotación de campos gasíferos. Otra vez: amigos son los amigos.
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