Amuay, un pequeño pueblo de pescadores ubicado en el Municipio Los Taques de la Península de Paraguaná, en el Estado Falcón, Venezuela, es parte de una bahía natural que durante décadas sirvió de hogar a innumerables especies como el pargo, la caballa, sardinas, almejas y cangrejos que alimentaban una pujante industria pesquera en la zona.
Hasta 1947 fue un pueblo habitado por nativos, quienes llevaban una vida tranquila sin grandes pretensiones pero con un admirable respeto por sus costumbres arraigadas en la tradición y el trabajo.
Todo comenzó a cambiar cuando la Creole Petroleum Corporation inició los movimientos de tierra e instalación de equipos que condujeron finalmente en 1950 a la inauguración de la Refinería de Amuay con una capacidad inicial de procesamiento de 60.000 barriles diarios de crudo.
Hacia fines de 1974, momento en el cual se dictó el decreto de Nacionalización de la industria petrolera en Venezuela y tras sucesivas ampliaciones, su capacidad de refinación llegó a ser de 670.000 barriles diarios.
Tras completarse en 1997 la fusión de Amuay con Cardón y Bajo Grande, se formó lo que actualmente se conoce como el Centro de Refinación Paraguaná, que al momento de su creación agrupaba un 71% de la capacidad de refinación del país.
En la actualidad, el área es más conocida por su puerto pesquero pero sobre todo por la Refinería de Amuay, de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), convertida en un símbolo más del estado de abandono y falta de inversión que ahoga a la nación que supo ser la más rica de Latinoamérica, con las reservas actuales de petróleo más importantes de todo el mundo.
El derrame de contaminantes de la refinería sobre la bahía de Amuay y el mar del Caribe se ha vuelto una de las mayores preocupaciones de la población local, que depende casi en su totalidad de lo que puedan pescar de las aguas locales para poder subsistir.
El periódico norteamericano The New York Times destaca que durante las últimas tres décadas los derrames han sido cuantiosos y han obligado a los pescadores a tener que constantemente interrumpir su labor dado que la superficie del agua se convierte en "un reluciente caleidoscopio tóxico de peces y aves acuáticas envenenadas, manglares sin vida y playas contaminadas".
El más reciente episodio ocurrido en octubre pasado involucró el desborde de un tanque debido a intensas lluvias, lo que ocasionó que miles de galones de desechos generados por la refinería se vertieran en la bahía. El impacto medioambiental fue desastroso con decenas de miles de peces y pelícanos que aparecieron muertos en las costas.
Los pescadores tuvieron que interrumpir sus actividades por más de un mes, algo que en un contexto donde la inflación se encuentra fuera de control y las posibilidades de inserción laboral para la población local son prácticamente nulas, planteó un enorme desafío de supervivencia para los residentes locales.
Según consigna el NY Times, los habitantes de Amuay denunciaron que representantes de PDVSA fueron enviados a la zona para evaluar los daños pero nunca tomaron medidas concretas para llevar adelante las tareas de limpieza necesarias, ni tampoco se compensó a los pescadores por los días que no pudieron llevar adelante su labor.
"Es como una bomba de tiempo en la puerta de nuestra casa", compartió al NY Times Francisco Sánchez, un pescador residente de la zona.
Los residentes temen que los derrames se vuelvan cada vez más comunes debido al estado de deterioro del complejo de refinamiento, el cual ha tenido que recortar significativamente sus operaciones además de llevar adelante despidos masivos tras los sucesivos accidentes, como el que tuvo lugar el 25 de agosto de 2012 a la 1:20 a. m. cuando una fuerte explosión en la refinería de Amuay dejó al menos 38 muertos y más de 80 heridos, según fuentes extraoficiales.
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