"Apenas si nosotros logramos comer tres veces al día", dice Yorlenis Gutiérrez, una venezolana de 28 años, madre de un niño. Se acaricia el vientre de su segundo, accidental, embarazo. "No sé cómo vamos a alimentar otra boca".
Gutiérrez vive en las condiciones de gran pobreza que predominan entre los ciudadanos de Venezuela. Trabajaba lavando el cabello de las clientas en un salón de belleza, pero por la crisis su trabajo se volvió superfluo.
La vida sexual normal que compartía con su marido se complicó cuando comenzaron a escasear las píldoras anticonceptivas. Por fin se volvió imposible encontrarlas, aunque se peregrinara durante días de una farmacia a otra. El stock se redujo en un 90% desde 2015, según la Federación Farmacéutica de Venezuela.
Gutiérrez y su marido trataron de ser cuidadosos, pero pronto descubrieron que esperaban un segundo hijo.
"En Venezuela, el colapso de los precios del petróleo sumado a casi dos décadas de políticas socialistas ha provocado una recesión grave con una de las tasas de inflación más altas del mundo", escribieron Mariana Zuñiga y Anthony Faiola en The Washington Post. "La gente suele esperar horas en fila para comprar pan. Los precios de los bienes básicos aumentan casi a diario. La escasez de medicamentos va desde antibióticos hasta drogas contra el cáncer".
Y también faltan anticonceptivos.
"No hay estadísticas oficiales recientes", informó el periódico estadounidense, "pero los médicos venezolanos están reportando picos en el número de embarazos no deseados y de enfermedades de transmisión sexual (ETS) que se suman a la penuria cada vez más profunda del país".
Una de las consecuencias más graves es el aumento de los abortos caseros. Dado que la interrupción legal del embarazo en Venezuela se permite solo en caso de que peligre la vida de la madre, las mujeres desesperadas recurren a alternativas extremadamente peligrosas.
Hace poco la ginecóloga Marissa Loretto atendió una urgencia en el Hospital Maternal Concepción Palacios: una mujer que había tratado de causar la interrupción de su embarazo de modo tal que desarrolló una infección en su útero. Debieron extirpárselo para salvarle la vida.
Los médicos venezolanos están reportando picos en el número de embarazos no deseados y de enfermedades de transmisión sexual.
Aunque durante años el Estado mantuvo una política gratuita que ponía a disposición de la gente anticonceptivos orales, dispositivos intrauterinos (DIU) y preservativos, la falta de recursos dejó a la población sin protección. Ahora, en cambio, los medios oficialistas promueven prácticas de cuidado en extremo ineficaces, como calcular cuándo son los días de ovulación de una mujer. "Un artículo en el sitio Cactus24 ofrecía '15 remedios caseros para evitar el embarazo', incluidos comer papaya dos veces por día y beber dos tazas de té con jengibre", ilustró The Washington Post.
El otro grave problema es el aumento de las ETS. Los pacientes que acuden al Hospital Universitario de Caracas para tratar la infección de HIV, llegan en lo que va de este año a 5.600. En 2014 eran 3.000. "Una de las razones es la falta de métodos de prevención", dijo María Eugenia Landaeta, titular del área de Enfermedades Infecciosas.
En su práctica privada, la ginecóloga Díaz ha visto aumentar enormemente la cantidad de personas con gonorrea, sífilis y herpes: "De cada 10 pacientes, 5 o 6 tienen una ETS ahora. Hace dos años eran sólo 2 o 3″.
Para agravar la situación, una vez hecho el diagnóstico la misma escasez hace inaccesibles las drogas para tratar esas ETS. "Algo tan simple como la penicilina, el antibiótico más barato del mundo, ya no se encuentra en el país", dijo Moraima Hernández, epidemióloga del Hospital Maternal Concepcion Palacios.
Los parientes y amigos que viajan traen del extranjero, entre otras cosas de primera necesidad, anticonceptivos y preservativos. Y también existe un mercado negro: Facebook, Instagram y Twitter son los espacios en que las mujeres realizan intercambios informales de píldoras anticonceptivas, DIU e implantes hormonales. A precios que casi nadie puede pagar: 120.000 bolívares por un ciclo de 21 pastillas. "Eso equivale a USD 3, la tercera parte del salario mínimo mensual en Venezuela", según los autores del artículo. Un implante hormonal, que dura tres años, es inaccesible para el pueblo: 600.000 bolívares.
También los preservativos, de marcas ignotas ya que los conocidos desaparecieron hace tiempo del mercado, son importados: un paquete de tres equivale casi a una semana de trabajo. "Yo heredé unos de mi mejor amigo, que se fue a los Estados Unidos", dijo Juan Noguera, un investigador económico desempleado. "A veces los compartimos entre amigos. Estamos en la economía de compartir".
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