Kamala Harris se enfrentó a una tarea electoral incómoda: certificar la votación que perdió

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La vicepresidenta presidió el lunes el Congreso durante el recuento de los votos del Colegio Electoral que certifica su derrota ante Donald Trump.

La vicepresidencia conlleva muchas indignidades, pero probablemente ninguna mayor que la que Kamala Harris tuvo el lunes, cuando presidió la certificación de su derrota electoral.

Según la Constitución, quien ocupa la vicepresidencia toma el martillo cuando las dos cámaras del Congreso se reúnen para contar formalmente los votos del Colegio Electoral para presidente. Aunque no todos los vicepresidentes han optado por desempeñar esa función, Harris había indicado previamente que llevaría a cabo la tarea, sin duda dolorosa, de declarar que Donald Trump la venció.

Por incómodo y desagradable que pudo haber resultado para Harris, cuyo propio futuro político sigue siendo incierto, fue una experiencia más tranquila y menos violenta que la de hace cuatro años, cuando Trump se negó a aceptar la derrota y luchó por aferrarse al poder después de que los votantes decidieran echarlo de la presidencia. Una turba inspirada por él marchó hacia el Capitolio e irrumpió en el edificio para impedir que el vicepresidente Mike Pence cumpliera el deber que ahora recayó en Harris.

A diferencia de Trump, Harris no ha hecho ningún esfuerzo por poner en duda la elección, sino que ha aceptado la derrota con elegancia. Ni ella ni el presidente Biden han intentado presionar al Departamento de Justicia, a los miembros del Congreso, a los gobernadores, a los legisladores estatales o a los funcionarios electorales para que anulen el voto que ella perdió, como hizo Trump hace cuatro años.

No ha presentado decenas de demandas que los jueces desestimarían por frívolas o infundadas. No ha repetido falsas acusaciones de fraude ni descabelladas teorías conspirativas que sus propios asesores le dijeron que no eran ciertas.

Tampoco pareció considerar la posibilidad de utilizar su cargo para rechazar votos a favor de Trump y del vicepresidente electo JD Vance, como Trump intentó que Pence hiciera con Biden y Harris en 2021. (Pence se negó, diciendo que no tenía ese poder, y el Congreso aprobó posteriormente una ley que reafirmaba esa interpretación).

El contraste entre los dos acontecimientos del 6 de enero no podría ser más marcado. Hace cuatro años, la turba que saqueaba el Capitolio coreaba: "Cuelguen a Mike Pence", mientras el Servicio Secreto se apresuraba a poner a salvo al vicepresidente saliente. Harris, entonces senadora a punto de convertirse en vicepresidenta, se encontraba en la sede del Comité Nacional Demócrata y también tuvo que ser evacuada, cuando se encontró una bomba de tubo cerca de un banco del parque.

Harris ha permanecido en gran medida alejada de la opinión pública desde las elecciones, en medio de especulaciones sobre su futuro. Algunos aliados quieren que se postule de nuevo a las elecciones presidenciales de 2028, mientras que otros creen que debería postularse a gobernadora de su estado, California, el año que viene.

Ella no ha dado ninguna indicación pública sobre lo que piensa, aparte de decir que planea seguir en activo. En un mensaje de video que publicó el lunes, se centró en su deber de presidir la certificación de las elecciones, con un guiño implícito a la diferencia de hace cuatro años.

"La transferencia pacífica del poder es uno de los principios más fundamentales de la democracia estadounidense", dijo Harris en el video. "Tanto como cualquier otro principio, es lo que distingue nuestro sistema de gobierno de la monarquía o la tiranía".

"Hoy, en el Capitolio de Estados Unidos", continuó, "cumpliré mi deber constitucional como vicepresidenta de Estados Unidos para certificar los resultados de las elecciones de 2024. Este deber es una obligación sagrada, que cumpliré guiada por el amor a la patria, la lealtad a nuestra Constitución y mi fe inquebrantable en el pueblo estadounidense".

Harris no es la primera vicepresidenta que pierde unas elecciones presidenciales y preside su certificación. En los tiempos modernos, dos vicepresidentes en ejercicio que perdieron unas reñidas elecciones presidenciales --Richard M. Nixon en 1960 y Al Gore en 2000-- tuvieron que subir a estrado donde ella estará y contar los votos en su contra.

Otro vicepresidente que perdió una candidatura presidencial, Hubert Humphrey en 1968, se saltó la ceremonia para asistir al funeral del primer secretario general de la ONU, dejando la tarea de contar los votos al senador Richard Russell, demócrata de Georgia y presidente pro tempore del Senado. Otros vicepresidentes tuvieron que presidir recuentos de votos que certificaban su derrota para la reelección, como Walter F. Mondale en 1981 y Dan Quayle en 1993.

Tanto Nixon como Gore tenían muchos motivos para oponerse a los resultados que certificaron. Nixon perdió frente a John F. Kennedy por unos 118.000 votos de los casi 69 millones emitidos. Los asesores lo instaron a impugnar los resultados, pero él se negó, sosteniendo que eso destrozaría al país.

Cuarenta años después, Gore ganó el recuento popular por más de 500.000 votos de los 105 millones emitidos, solo para quedarse corto en el Colegio Electoral. Después de que la Corte Suprema pusiera fin a cinco semanas de recuentos en Florida, Gore aceptó la decisión de los jueces y felicitó a George W. Bush.

Ambos vicepresidentes cumplieron el deber de certificar sus derrotas con decidido humor y gracia, generando ovaciones de miembros de ambos partidos.

Tras señalar que era la primera vez en un siglo que un candidato presidencial ratificaba los resultados de unas elecciones que había perdido, Nixon calificó la situación de "ejemplo llamativo y elocuente de la estabilidad de nuestro sistema constitucional" y de las instituciones de autogobierno. "En nuestras campañas", dijo, "por muy reñidas que sean, por muy reñidas que resulten las elecciones, quien pierde acepta el veredicto y apoya a quien gana".

Cuando le llegó el turno, Gore incluso anuló repetidamente los esfuerzos de un puñado de demócratas de la Cámara de Representantes por objetar la votación de Florida. "Que Dios bendiga a nuestro nuevo presidente y a nuestro nuevo vicepresidente", dijo Gore tras declarar vencedor a Bush, "y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América".

Peter Baker es el corresponsal principal de la Casa Blanca para el Times. Ha cubierto las gestiones de los últimos cinco presidentes y a veces escribe artículos analíticos que ponen a los presidentes y sus gobiernos en un contexto y marco histórico más grande. Más de Peter Baker

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