A Complete Unknown (Movie)MoviesChalamet, Timothee (1995- )Dylan, BobMangold, JamesContent Type: Personal Profile
El actor interpreta a un joven Bob Dylan que conquista a los seguidores del folk solo para traicionarlos más tarde en el Newport Folk Festival de 1965.
En Un completo desconocido, una obra de ficción disfrutable, fácil de escuchar y ver, sobre los primeros pasos del trayecto de Bob Dylan hacia la inmortalidad, la manera en que Timothée Chalamet baja la mirada cada cierto tiempo hace que el espectador sienta escalofríos. Es sorprendente pero también agradable, porque Chalamet nunca ha parecido particularmente amenazador, ni siquiera en sus momentos más oscuramente mesiánicos de la serie Duna. Parece demasiado anodino como para interpretar a un embustero disruptivo como Dylan, pero Chalamet resulta ser un conducto ideal en Un completo desconocido, ya que la música y su creador tienen un gran poder. Como ocurre con cualquier gran banda de covers, es el material original lo que te atrapa.
Hay tantos Dylans --el poeta, el profeta, el genio perdido y renacido-- que elegir solo uno parece inútil. Fiel a su título, Un completo desconocido es astuta porque no lo intenta. En lugar de eso, con Chalamet a la cabeza, quien, como los demás protagonistas, canta (bastante bien) con su propia voz, muestra a Bob el enigma, un vidente que llega misteriosamente del más allá --es decir, Minnesota-- a un mundo necesitado. Torpemente encantador, a veces cruel y totalmente desconcertante, este Bob escribe como un ángel, con ritmos que mueven a los cuerpos, coros que se clavan en los oídos y letras que parecen preguntas urgentes. Se convierte en la áspera voz de una generación, pero no está "bien".
Dirigida por James Mangold, la película muestra lo ocurrido a lo largo de cuatro años llenos de acontecimientos que culminan con la conmoción que causó en el Newport Folk Festival de 1965 al comenzar a usar guitarra eléctrica, un acontecimiento musical sísmico. En términos del catálogo de Dylan, comienza en la época en que escribe "Song to Woody" ("Walkin' a road other men have gone down", "Caminando por un camino por el que otros hombres han pasado"). Avanza entre romances, dramas, contratos discográficos y canciones de protesta juvenil como "A Hard Rain's A-Gonna Fall" ("Where the executioner's face is always well hidden", "Donde el rostro del verdugo siempre está bien oculto"). Luego, ahora enchufado al tomacorriente, Bob se lanza con fuerza en Newport con "Maggie's Farm", y eso es todo ("Well, I try my best / To be just like I am / But everybody wants you / To be just like them", "Hago lo que puedo / Para ser como soy / Pero todos quieren / Que seas como ellos").
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Dylan llega a Nueva York un día gris de invierno, y al poco tiempo ya está paseando por la fantasía bohemia conocida como Greenwich Village, ese Valhalla creativo donde se codean artistas, diletantes, turistas y aspirantes a salvadores. Es una introducción desfavorable, en parte porque toda la escena se ve y se siente demasiado ordenada; se siente la dirección de arte. La cosa empeora cuando Bob se cruza con un músico callejero que toca el pandero (¡eh, señor!), aunque solo sea porque esa imagen trae a la mente el fiasco de Broadway de 2006 The Times They Are A-Changin' de Twyla Tharp, que literalizaba las letras de Dylan con intérpretes que rodaban, sí, piedras. La hagiografía puede ser peligrosa.
Las cosas mejoran considerablemente una vez que Bob empieza a encontrar su lugar en el bullicioso mundo folk de la ciudad; es ahí cuando tanto él como la película entran en un ritmo fluido. Para ser un futuro peso pesado ha viajado ligero, con solo una mochila y una guitarra acústica con una calcomanía que dice "esta máquina mata fascistas", las mismas palabras que su ídolo, Woody Guthrie, llevaba en la suya. Bob ha venido a Nueva York, entre otras cosas, para visitar a un Woody ahora mudo (Scoot McNairy), que se está muriendo en un hospital de Nueva Jersey. Ahí, el único otro visitante habitual de Woody es el virtuoso Pete; es decir, Seeger (Edward Norton), un auténtico creyente del folk que se encariña pronto con Bob.
Un completo desconocido está basada en el libro de no ficción de Elijah Wald de 2015 Dylan Goes Electric, cuyo útil subtítulo es "Newport, Seeger, Dylan y la noche que dividió a la década de 1960". La película, escrita por Mangold y Jay Cocks, aborda estos fundamentos biográficos, convirtiéndolos en un viaje heroico fluido y familiar de gran ambición y un predecible éxito agridulce. Es una ascensión que, cuando Bob llega a la escena folk --que lo acoge como a un salvador solo para después condenarlo como a un traidor-- surge con una serie de fuerzas opuestas: autenticidad frente a fabulación, verdad artística frente a imperativos comerciales, un humilde banjo frente a una maciza guitarra Stratocaster.
Gran parte de la película está dedicada a una oposición menos satisfactoria que enfrenta a una activista rubia de ojos llorosos, Sylvie Russo (Elle Fanning), una auténtica Señora de los Dolores, con la cautivadora sensación de pelo castaño y voz meliflua que ya es famosa cuando Bob la conoce y que pronto aparecerá en la portada de la revista Time. Ella es Joan Baez (Monica Barbaro), uno de los nombres importantes que entran y salen de su órbita, a veces felizmente y a veces no. Por la forma en que Bob mira a Joan, es obvio que la desea, pero como sugiere la mirada helada y punzante de Chalamet, también parece desear su éxito. (Russo sustituye a la ex de Dylan, Suze Rotolo, quien aparece tomada del brazo con él en la portada de su electrizante segundo álbum, The Freewheelin' Bob Dylan).
Mangold, cuyas películas incluyen Contra lo imposible, es hábil con los actores, pero a Fanning le va mal aquí, con un personaje que se transforma tortuosamente en una mártir del genio de Bob. El problema no son las lágrimas de Sylvie, que están bien ganadas, sobre todo cuando la alianza de Bob y Joan se vuelve íntima y luego humillantemente pública; es que Sylvie y su dolor principalmente reflejan al astuto, escurridizo y a veces insensible Bob. Y lo que es peor, ella y Joan --que está mejor desarrollada, en parte porque ella es una grande de la música por derecho propio-- pasan mucho tiempo mirando a Bob con el tipo de asombro que sugiere que están atestiguando un milagro (aunque sea uno que no sabe hacerse su propio café).
Un completo desconocido probablemente no complacerá a los puristas de Dylan; ni a nadie, en realidad, que sea partidario de la fidelidad documental en la ficción. La película difumina y juega con los años y los acontecimientos, creando una narrativa generalmente fluida a partir de una vida desordenada, mientras echa un vistazo al mundo en general (la crisis de los misiles cubanos, el movimiento por los derechos civiles). Algunos de estos asuntos globales afectan a los personajes más directamente que otros. Sin embargo, mientras que las tristezas y los desagravios del mundo contribuyen a alimentar la escena folk, sus canciones de protesta que señalan con el dedo (término de Dylan), su política y sus preocupaciones, son absorbidas por vagas nociones de autenticidad, encarnadas por el sofocantemente sincero Pete y el musicólogo más abiertamente estridente Alan Lomax (Norbert Leo Butz).
No es de extrañar que Bob se rebele contra los seguidores del folk, cuya pureza en la película finalmente parece más tangible e importante que las causas justas que defienden. Notablemente, ellos parecen ser más cuadrados incluso que los cuadrados de la alta sociedad que descubren a Bob después de que su segundo álbum despega y quieren aprovecharse de él, como descubre en una fiesta estilo Fellini llena de gárgolas ricas con las garras afiladas. Esos admiradores son malos, pero Pete y la gente del folk pueden parecer peores porque son dogmáticos y porque, bueno, no son cool. Ese parece ser el mensaje de una escena en la que Pete se presenta en un programa de televisión de bajo presupuesto, con su esposa, Toshi (Eriko Hatsune), apoyándolo y merodeando silenciosamente cerca, cuando llega Bob luciendo como la estrella de rock en la que está a punto de convertirse.
Chalamet sí se ve cool, aunque no es tan etéreo como Cate Blanchett en la película de Todd Haynes Mi historia sin mí, de 2007, en la que también interpreta a Dylan en la misma época de transformación. Ninguno de los dos se ve, suena o se siente tan cool como lo fue Dylan en su día. Uno de los obstáculos de las películas biográficas sobre ídolos contemporáneos es que los conocemos desde el principio (o creemos conocerlos) porque, como Dylan, han estado en circulación masiva. Y Dylan ha estado en muchas películas, incluidos documentales de DA Pennebaker (Dont Look Back, 1967) y Martin Scorsese (No Direction Home: Bob Dylan, 2005). Imagino que Chalamet ha estudiado detenidamente estas grandes películas; se ve y suena como si lo hubiera hecho, aunque nunca aparezca estar asistido farmacéuticamente.
La sorpresa más agradable de Un completo desconocido, y la razón por la que funciona tan bien, es que, aunque construye un mundo realista con amplitud y detalle --tan solo la enfermiza pintura institucional gris verdosa del hospital de Woody será suficiente para teletransportar a los espectadores de más edad directamente a la década de 1960--, no intenta hacer a Bob agradable, simpático o, por último, comprensible al modo habitual de los biopics desangelados. En su mayor parte, su genio sigue siendo incomprensible, igual que su historia personal, que solo se insinúa con un guiño al apellido Zimmerman y un vistazo a un álbum de recortes. Bob puede ser un Jesús o un Judas (o ambos). Como subraya esta película, es en gran medida una hermosa disimulación, y a veces no hay nada más auténtico que una estafa entretenida.
Un completo desconocido
Clasificada R por lenguaje. Duración: 2 horas y 21 minutos. En cines.
Manohla Dargis es la crítica de cine principal del Times. Más de Manohla Dargis