Músicos del pop, por favor, no nos compartan sus historias de fondo

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Los mega éxitos musicales de 2024 fueron inseparables de sus historias de fondo, y eso fue agotador.

"Not Like Us" de Kendrick Lamar, que acumuló cientos de millones de reproducciones en plataformas de emisión en continuo y le impulsó hasta el espectáculo del medio tiempo del Supertazón 2025, fue la feroz culminación de su batalla, a través de sencillos lanzados rápidamente, con Drake. Con un título que hace alarde de tribalismo, "Not Like Us" lanza las acusaciones más venenosas --incluida una sobre pedofilia-- en una andanada despectiva y ultrapersonalizada.

El álbum de Taylor Swift, "The Tortured Poets Department", que batió récords de reproducción en plataformas de emisión en continuo, hizo que los fans clamaran por identificar a quiénes de una larga lista de examantes se refería Swift en canciones como "So Long, London", "The Black Dog" y "But Daddy I Love Him". Swift también vinculó sus tribulaciones románticas a su muy exitosa gira Eras Tour, en "I Can Do It With a Broken Heart".

Charli XCX dio el salto de aspirante a cabeza de cartel con su álbum "Brat". En la canción "Girl, So Confusing" cantó sobre una relación incierta --¿cortesía distante? ¿compañerismo? ¿competencia?-- con una compositora no identificada con la que la comparaban constantemente: "La gente dice que nos parecemos / Dicen que tenemos el mismo pelo". Cuatro meses después, en el conjunto de versiones de Charli, repleta de invitados, "Brat and It's Completely Different but Also Still Brat", alguien dio un paso al frente: Lorde, quien también tiene cabello oscuro, añadió al tema versos sinceros sobre sus propias inseguridades. Se estableció la conexión, pero se disipó el enigma.

Ha pasado mucho tiempo desde que una canción haya llegado simplemente como una sorpresa desde una lista de reproducción de radio o un estribillo a todo volumen desde un automóvil que pasaba. Ahora que las redes sociales han envuelto la cultura, las canciones pop se presentan en adelantos en forma de fragmentos, se le extraen las partes y efectos más breves y pegajosos, se le hacen coreografias para pantallas verticales y se venden como el más reciente giro argumental en la serie de "telerrealidad" abierta y continua de un artista, también conocida como carrera.

En el estudio, músicos y productores siguen trabajando duro en los detalles sonoros de las canciones: ritmo, melodía, arreglos, textura, voces, ideas, emociones. Pero al parecer, eso es apenas suficiente. Hay que poner en juego una capa extra de dramatismo. Las canciones se siembran previamente con publicaciones en las redes sociales y pistas ubicadas de forma juguetona en las letras, y luego el drama es avivado por sitios de fans, chismes y reacciones que buscan influencia. El conflicto obtiene clics; la atención genera reproducciones en las plataformas de emisión en continuo.

La narrativa de la carrera puede competir o incluso superar a la música. Todos los fans de Beyoncé son conscientes de que no sentirse "bienvenida" en los círculos de la música country --sobre todo por las reacciones entre tibias y hostiles a su presentación con las (previamente "Dixie") Chicks en los Premios de la Asociación de Música Country de 2016-- le hizo replantearse el ser de Texas y haber crecido con la música country, lo que finalmente la motivó a reclamar el género como parte de su derecho musical de nacimiento.

Su álbum de 2024, "Cowboy Carter", exigió que el country le prestara atención a los intérpretes negros; reunió a promesas para que se unieran a ella. Cuando el sencillo "Texas Hold 'Em" llegó al primer lugar de las listas country, la narrativa no hizo más que ampliarse; no se trataba solamente de una victoria comercial, sino también de un hito cultural, así como de un juego de poder de la dedicada base de fans de Beyoncé.

La historia extramusical continuó cuando Beyoncé fue completa e inexplicablemente excluida por los premios CMA de este año, y luego colmada de nominaciones a los Grammy. Para aumentar el dramatismo, amplificó la iconografía y el simbolismo del álbum --incluidos cameos de sus invitados country negros-- hasta el tamaño de un estadio con su triunfal espectáculo del medio tiempo de la NFL en Houston, en Navidad.

Por supuesto, el atractivo del pop nunca ha sido puramente musical. El aspecto, los movimientos, las rivalidades, los chismes y la notoriedad siempre han sido factores de celebridad tanto para las estrellas de cine como para los intérpretes pop. Pero los actores interpretan papeles; las estrellas del pop incorporan formas de interpretarse a sí mismas para consumo público.

Las canciones no pueden evitar ser autobiográficas hasta cierto punto; los artistas solo tienen sus propias vidas, recuerdos y percepciones en las que basarse. Pero las canciones nunca son simples diarios o reportajes, ni siquiera las que no empiezan como pura ficción. Sus imperativos no son factuales, sino musicales: melodía, cualidad pegajosa, ritmo, compresión, cuán atractiva es de cantar (o de rapear). Y el poder de una canción pop duradera es que se libera de sus orígenes. Los oyentes se la toman a pecho (o a las caderas) y la hacen suya, independientemente de las intenciones del compositor.

El hip hop elevó la cantidad de letras por canción --multiplicando el número de palabras habitual del pop-- y sacó a relucir un trabajo detectivesco más profundo. Los compositores saben desde hace tiempo que las referencias locales son atajos hacia una sensación de autenticidad, ya sea estableciendo un personaje para la duración de una canción o ensamblando una personalidad artística para impulsar una carrera. Ademas, el hip hop se regodea en referencias hiperlocales, apodos internos, jerga real o inventada, alusiones verbales y musicales de refilón y juegos de palabras de varias capas.

Los fans se deleitan tanto descifrando y desglosando las pistas que sustentan sitios web como genius.com y whosampled.com. Las historias de fondo pueden añadir profundidad a una letra de hip-hop; también pueden revelar una queja mezquina detrás de una línea evocadora. Pero incluso decodificada, una canción necesita sustancia musical para perdurar: quizá un sample bien elegido y pulcramente extraído, como los acordes y los instrumentos de viento de la versión de Monk Higgins de "I Believe to My Soul" de Ray Charles en "Not Like Us".

Las estrellas del pop son sin duda influentes, pero están desperdiciando su talento si eso es todo lo que pretenden ofrecer.

Quiero que las canciones hagan más. El arte es imaginación, y la imaginación puede ser ilimitada, utópica, amarga, eufórica, iracunda, perversa, viciosa, clemente, receptiva, reveladora. El arte no es un testimonio jurado; puede ser una mentira bella o peligrosa que revela una verdad más profunda. Cuando escucho una canción por primera vez, no me interesan los detalles de su procedencia; dejemos eso a los biógrafos. Además, no me interesan las rencillas entre famosos, y mucho menos otros ciberanzuelo.

Para la duración de una canción, los hechos pueden esperar. Simplemente quiero algo que merezca la pena recordar y cantar, algo que esté a la altura de la belleza loca y rigurosa de todo lo que puede ser una canción.

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