Reseña: 'El juego del calamar' llegó al semáforo en rojo

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Squid Game (TV Program)TelevisionLee Jung-jae (1972- )

La segunda temporada del éxito de Netflix ofrece una carnicería más estilizada, pero la historia se estanca.

A la mitad de la nueva temporada de El juego del calamar, el protagonista, Gi-hun (Lee Jung-jae), habla con un compañero de la competencia mortal por una gran fortuna en la que volvió a entrar. Gi-hun, quien se llevó el premio la temporada pasada a costa de cientos de compañeros muertos, quiere que los jugadores ejerzan su derecho a votar para poner fin al juego. Su amigo argumenta que si sobreviven solo una ronda más, todos podrían llevarse un premio mayor.

"La última vez que estuve aquí", responde Gi-hun, "alguien dijo exactamente lo mismo".

Puede que pienses lo mismo si ves el regreso de siete episodios de El juego del calamar, ahora en emisión en continuo en Netflix. Oirás cosas que esencialmente oíste en la primera temporada. Verás cosas que viste en la primera temporada. Y si oyes o ves algo nuevo, lo más probable es que provenga de un personaje que se parece mucho a quien viste morir --o matar a alguien-- la primera vez.

Uno sospecha que esto es a propósito. Este El juego del calamar es un dispositivo de entrega de "cosas que ya has visto antes".

El estreno en 2021 de este thriller distópico surcoreano fue una sensación internacional, menos por la novedad de sus temas (el capitalismo explota a los desesperados) o su estructura (véanse Los juegos del hambre y muchos juegos de telerrealidad) que por su salpicado garbo y sus invenciones visuales. ¡La muñeca asesina! ¡Los jumpsuits! ¡La alcancía! Eso es lo que la gente pagó por ver, y El juego del calamar 2 vuelve a ofrecérselo obedientemente.

La primera temporada presentó a Gi-hun como un deudor bueno para nada que acepta una invitación para participar en una serie de juegos infantiles en un lugar remoto a cambio de un premio de dinero que puede cambiar su vida, todo ello para un público VIP de multimillonarios y libertinos. Los perdedores mueren --generalmente expulsando grandes cantidades de sangre-- y un montón de billetes que representan su valor cae en el insaciable vientre de la alcancía en forma de cerdito del premio.

Gi-hun sale 45.600 millones de wones más rico, pero destrozado y jurando vengarse de los organizadores del juego. El Gi-hun que conocemos en la segunda temporada, tres años después, es completamente sombrío y duro, lo que lo hace más formidable pero menos interesante. (Lee, quien dotó a su desafortunado héroe de un atractivo espíritu de hombre común, pasa esta temporada frunciendo el ceño y pronunciando discursos).

Por supuesto, debe volver al juego para destruirlo, pero El juego del calamar se toma su tiempo para llevarlo hasta allí. Se toma su tiempo con todo, parando y empezando como en su propio juego de luz roja, luz verde.

Conocemos a un nuevo grupo de concursantes --muchos de ellos variaciones de las bajas de la primera temporada--, entre los que se incluyen un rapero arrogante, una madre anciana y su torpe hijo, un influente que hizo famosa una criptomoneda fracasada. (Un tema repetido es que algunas de las presas del juego eran a su vez depredadores). La continuación de la trama en la que un policía (Wi Ha-joon) caza a los organizadores del juego, esta vez por mar, arrastra el impulso narrativo como un ancla que raspa el fondo del océano.

La temporada intenta ampliar su alcance profundizando en el personal que dirige el juego, sobre todo en el intimidante representante (Lee Byung-hun), director del juego y presa final de Gi-hun. Otra subtrama, la de una desertora norcoreana (Park Gyu-young), empieza de forma intrigante pero nunca llega a desarrollarse.

Lo que El juego del calamar, dirigida por Hwang Dong-hyuk, sigue teniendo a su favor es su imaginación visual. Sus temas de lucha de clases, compartidos con películas coreanas como Parásitos y Snowpiercer, se representan con estilo, y no solo en el matadero color pastel de los decorados del juego.

Un conjunto memorable de escenas de la segunda temporada tiene lugar en un parque temático infantil, donde vamos entre bastidores con las mascotas disfrazadas, sofocantes dentro de sus exoesqueletos peludos. Como en los mortíferos juegos de la competición, el deleite de la infancia se ve distorsionado por la cruel economía del mundo adulto, donde el deleite de una persona es la miseria de otra.

Pero hay mucha más miseria que deleite cuando la temporada nos devuelve a los juegos, repitiendo el sangriento espectáculo con nuevos giros pero con la misma dinámica personal de cangrejos en un barril.

Esta temporada se titula El juego del calamar 2, como si fuera la secuela de una película, lo que plantea una pregunta sobre qué pretende ser esto. ¿Se trata de la segunda temporada de una serie, que avanza una línea argumental más amplia? ¿Es la continuación de un éxito de taquilla, que ofrece una variación independiente de las emociones del original? En realidad, El juego del calamar 2 no es ni lo uno ni lo otro. Continúa una historia, pero hace poco a lo largo de sus siete horas para ampliarla.

Y puede que eso esté bien para el público. Pero si la serie es solo un vehículo para más de la misma carnicería de alto diseño, ¿somos, colectivamente, solo una versión barata de los VIP? Alrededor del enésimo apuñalamiento y ejecución con metralleta, tuve que preguntarme si se suponía que esto era divertido, y en qué momento su crítica social se convierte en fatalismo. (También me pregunté otras cosas, como por ejemplo cómo las zapatillas de los reclusos siguen siendo tan cegadoramente blancas con los litros de sangre derramada por el suelo).

Es posible, por supuesto, contar una historia como esta sin limitarse a repetir el patrón cada temporada. En la serie temáticamente similar de libros y películas Los juegos del hambre, la historia gira menos en torno a los juegos con cada entrega y más en torno a la sociedad distópica general cuya existencia se sustenta y depende del cruel espectáculo.

Esta temporada de El juego del calamar insinúa ambiciones a mayor escala, pero hace poco por perseguirlas. Como le dice un antagonista a Gi-hun: "El juego no acabará a menos que el mundo cambie".

La frase es una burla y un desprecio, pero también podría leerse como una pista. Si el deporte sangriento es la culminación natural de un combate a muerte económico en el que compiten todos en todas partes, entonces la solución a este problema mayor debe estar fuera del juego.

No está claro que El juego del calamar esté preparado para abandonar la arena; al menos, no hasta después de una ronda más, una puntuación más.

James Poniewozik es el crítico jefe de televisión del Times. Escribe reseñas y ensayos enfocados en la televisión como un reflejo de la cultura y la política cambiantes. Más de James Poniewozik

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