La búsqueda de los desaparecidos en Siria

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Durante más de una década, decenas de miles de personas que vivían en Siria desaparecían sin explicación. Las recogían en la calle. Las sacaban de las clases universitarias. Las extraían de las tiendas mientras compraban comida o de los taxis cuando volvían a casa del trabajo.

A los familiares nunca se les decía lo que había pasado, pero lo sabían. Muchos de los desaparecidos habían sido arrojados a la vasta red de prisiones del presidente Bashar al Asad, donde eran torturados y asesinados a escala industrial.

Este artículo contiene imágenes explícitas.

Ahora, con el derrocamiento del régimen de Asad, las familias de sirios desaparecidos esperan poder reunirse con sus seres queridos, o al menos saber qué les ocurrió.

El domingo se apresuraron a una de las prisiones más tristemente célebres de Siria, Sednaya, en busca de noticias. Luego, el martes, cientos de personas bajaron hasta la morgue de un hospital en Damasco, en donde habían sido trasladados 38 cuerpos descubiertos en la prisión.

Algunos mostraban fotos de familiares desaparecidos, preguntando si alguien los reconocía.

Desesperados, algunos forzaron las puertas de acero de los refrigeradores de la morgue, sacaron grandes cajones y arrancaron las mantas y lonas que cubrían los cuerpos.

Otros treparon para entrar en la sala donde los forenses estaban tomando fotos de los muertos y los catalogaban. Las condiciones de muchos de los cadáveres ofrecían un testimonio silencioso de la brutalidad que habían soportado los prisioneros.

En los días transcurridos desde que los rebeldes derrocaron el gobierno de Asad y liberaron a los presos recluidos en todo el país, miles de sirios han ido a la prisión de Sednaya.

La prisión se encuentra en lo alto de una colina a las afueras de Damasco, rodeada de alambre de púas y campos plagados de minas terrestres. Los rebeldes que entraron en el complejo penitenciario el sábado por la noche prendieron fuego a los campos para desactivar las minas.

En cuestión de horas, cientos de presos salían atónitos por las puertas de Sednaya. Pero muchas de las personas que convergían en el complejo penitenciario en busca de familiares y amigos estaban desoladas por no encontrarlos.

Pronto circularon rumores de la existencia de celdas secretas a tres pisos bajo tierra, lo que desencadenó una carrera frenética para liberar a quien pudiera seguir encarcelado. Durante dos días, los rebeldes y los equipos de rescate martillearon los suelos de concreto y los destrozaron con excavadoras.

"¡Veo cables aquí! ¿A dónde van? ¿Hay un pozo aquí?", gritó Tarek Abbas desde lo que parecía ser un cuarto de electricidad de la prisión.

Con una pala en la mano, empezó a dar golpes en el suelo, intentando determinar si alguna parte estaba hueca: tal vez una señal de que había habitaciones ocultas.

Los equipos de rescate que excavaban en una celda instaron a los familiares que se agolpaban junto a los barrotes a que les dieran espacio para buscar. Pero al final declararon los rumores falsos: no se encontraron celdas secretas.

Las celdas que solo unas horas antes habían albergado a personas desesperadas y desaparecidas mostraban una historia de horror y privaciones.

Los suelos de concreto estaban cubiertos de capas de suciedad y había unas pocas mantas esparcidas por las habitaciones que, dijo un exprisionero, habían albergado a decenas de personas a la vez.

Cuando empezó a anochecer, decenas de hombres se reunieron afuera del complejo. Los combatientes rebeldes colocaron sus armas sobre la tierra seca. Los civiles se unieron a ellos, muchos de ellos cargaban en los bolsillos de sus chaquetas fotos de seres queridos que habían perdido.

Era un momento de oración.

Mientras los forenses se afanaban en la morgue del Hospital al Moujtahed, las familias esperaban noticias afuera, aunque las temieran. Recorrieron un canal de Telegram recién creado en el que los trabajadores médicos publicaban fotos de los muertos.

Pero la mayoría de los rostros de las fotos estaban demasiado demacrados, las mejillas demasiado hundidas.

"¿Cómo podemos siquiera reconocerlos?", preguntó una mujer, mientras un hombre cercano se desplazaba por la pantalla del teléfono revisando las fotos.

Contemplando las fotos de un cadáver tras otro, muchos se enfrentaron de repente a una realidad que durante mucho tiempo habían intentado mantener fuera de su mente.

Habían imaginado a sus maridos, hermanos e hijos tal y como los vieron por última vez, tal y como aparecían en las fotos que guardaban en sus teléfonos y en las redes sociales. Las personas que buscaban sonreían, con las mejillas sonrosadas por la vida, y tenían músculos sobre los huesos.

Ahora, mientras estaban en el patio de la morgue, sus recuerdos estaban siendo reescritos por las imágenes de cadáveres fantasmales.

A medida que avanzaba el día, la gente acumulada en la morgue aumentaba en número, y en impaciencia. Multitudes de personas se empujaban, desesperadas por entrar en el refrigerador de cuerpos.

"Por favor", suplicó un examinador. "Den un paso atrás, den un paso atrás".

A primera hora de la tarde, la multitud había vencido.

La gente inundó el congelador mortuorio. Pasaron por encima de los pies de un cadáver que yacía al otro lado de la puerta y rasgaron las lonas que envolvían a la decena de cadáveres que había en el lugar. Una mujer gritó ante lo que encontró.

La mayoría de los cadáveres estaban raquíticos y la piel les colgaba de los huesos. Los hombros de un hombre estaban cubiertos de cicatrices de heridas punzantes. Otro tenía una gruesa cicatriz roja alrededor del cuello: una quemadura de cuerda, creyeron los examinadores. A otro le faltaban los ojos.

"Nuestros hijos son mártires, nuestros hijos son mártires", gritó una mujer, saliendo a tropiezos de la sala.

Otras salieron en silencio, con la mirada perdida y lágrimas en los ojos.

"Nuestros hijos están muertos", gritó una mujer entre sollozos. "Nuestros hijos, nuestros hijos. Están muertos".

Daniel Berehulak es un fotógrafo del Times, radicado en Ciudad de México. Más de Daniel Berehulak

Christina Goldbaum es la jefa del buró de Afganistán y Pakistán del Times, y dirige la cobertura de la región. Más de Christina Goldbaum

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