Las que deslumbran
Cada año, cuando empiezo la hercúlea (¡y absurda!) tarea de seleccionar las 10 mejores películas de un año, también examino un montón de la sombría cobertura de los medios de comunicación sobre el terrible, horrible estado de la industria del entretenimiento, que tal vez se puede rescatar. En el mundo del cine, las cosas siempre van hacia arriba (tal vez) a menos que estén catastróficamente abajo, un ciclo de auge y caída que se ha apoderado de la industria durante gran parte de su historia y siempre convence a alguien, en algún lugar, de que el cine está muerto. Es una acusación familiar con un elenco cambiante de sospechosos de asesinato: el sonido sincronizado, la televisión, el cable, el streaming y, por supuesto, la idiotez corporativa.
A pesar de su continuo declive, los grandes estudios estadounidenses siguen dominando la cobertura de los principales medios de comunicación y la poca atención que le queda a un público cada vez más fragmentado y distraído. Con ese fin, casi todas las semanas nos llega a toda velocidad otra megaproducción millonaria, que engulle todo el interés de los medios de comunicación, amasa fortunas o se convierte en otra desgravación o amortización fiscal. Algunas de estas películas están bien, otras son basura; unas pocas son memorables. Sin embargo, como mis esforzados colegas y yo compartimos con entusiasmo en nuestras críticas para The New York Times, el mundo del cine es mucho más vasto que lo que ofrecen estas compañías, y el trabajo bueno, genial y milagroso a menudo pasa desapercibido. He aquí una muestra de la abundancia.
1. La luz que imaginamos (Payal Kapadia)
Esta delicada y dolorosamente melancólica historia sobre la empatía es un ejemplo de esta cualidad, y se centra en dos enfermeras y una cocinera, amigas que trabajan en el mismo hospital de Mumbai. A lo largo de la película, Kapadia va alternando entre estas cuidadoras que, juntas y por separado, experimentan placeres ordinarios, se enfrentan a dificultades dolorosas y encuentran consuelo, apoyo y compañía la una en la otra. De vez en cuando, Kapadia, que también ha realizado documentales, incorpora imágenes de la gente corriente que pulula por la ciudad, imágenes que conectan a sus personajes con un mar de humanidad y, por extensión, con quienes los vemos. (En cines)
2. Ernie Gehr: Mechanical Magic
Algunas de las películas más transportadoras que he visto este año estaban en una retrospectiva de la obra de Gehr que tuvo lugar en marzo en el Museo de Arte Moderno. Generalmente cortas y ahora rodadas en digital, estas imágenes en movimiento no tienen diálogos guionizados ni nada que se parezca a un argumento. Liberadas del dominio de la historia, las películas de Gehr presentan y vuelven a presentar lugares, objetos y cuerpos en movimiento aparentemente ordinarios --nubes blancas a la deriva por un tramo de cielo azul de la ciudad, gente caminando delante de un escaparate-- que Gehr convierte en embriagadores estudios sobre la energía, el azar, la luz, la superficie y el espacio. Tu percepción del mundo cambia cuando cineastas como Gehr te lo muestran a través de sus lentes y encuadres liberados. Son películas que amplían tu mente y, a veces, te dejan con la boca abierta.
3. Un dolor real (Jesse Eisenberg)
Hay mucho que amar en este tierno y melancólico drama cómico sobre las duraderas secuelas generacionales del Holocausto. Escrita y dirigida por Eisenberg, está protagonizada por él y Kieran Culkin, que interpretan a unos primos estadounidenses que en su día estuvieron muy unidos y que ahora, tras la muerte de su abuela, una superviviente del Holocausto, se descubren buscándose con torpeza durante una llamada "gira de patrimonio" por Polonia. Su viaje es profundamente conmovedor, a veces divertido a carcajadas y en general inesperado, en parte porque Eisenberg comprende que la vida no es una lección que se presenta en orden y que algunas cosas siguen siendo esencialmente incognoscibles, incluidas las otras personas. (En cines)
4. No esperes demasiado del fin del mundo (Radu Jude)
La última película de Jude, una sacudida estimulante, vulgarmente divertida y a veces exasperante, sigue a Angela --una carismática Ilinca Manolache-- en su viaje por Budapest. Durante gran parte de la película, está al volante de su carro destartalado, un hogar lejos de casa, o entrevistando a personas gravemente heridas como posibles historias de advertencia para un video de seguridad laboral encargado por una multinacional. A medida que acumula kilómetros, atravesando un mundo en el que convergen el capitalismo y los fantasmas del comunismo, la película toca el pasado y el presente de Rumania, Oriente y Occidente, la alta cultura y la más baja. ¡Es un viaje salvaje! (Ver en Mubi)
5. ‘Dahomey’ (Mati Diop)
Tan inventivo formalmente como rico política y filosóficamente, este documental empieza en París con unas réplicas de la Torre Eiffel colocadas en el expositor de un vendedor en la acera. Son el tipo de recuerdos familiares que los vendedores ambulantes africanos venden no lejos del imponente Museo Quai Branly de la ciudad, que es donde los trabajadores están empaquetando cajas y la película de Diop empieza a tomar forma. Dentro de esas cajas hay 26 tesoros que fueron saqueados por los soldados franceses en 1892 y que Francia devolvió a Benín en 2019, un acontecimiento que Diop convierte --con la ayuda de algunos estudiantes y de uno de esos tesoros, una estatua que habla desde en off-- en una exploración precisa y lúcida del patrimonio cultural y artístico después del colonialismo. (En cines)
6. Retratos fantasmas (Kleber Mendonça Filho)
Gran parte de este conmovedor, formalmente vivo e intelectualmente vigorizante documental de Mendonça Filho, crítico de cine brasileño reconvertido en cineasta, tiene lugar en el apartamento en el que vivía de niño en la ciudad costera de Recife y sus alrededores. Los asiduos al cine de arte y ensayo reconocerán este piso de sus películas anteriores, como Aquarius (2016), en la que Sônia Braga interpreta a una mujer que lucha contra el desahucio. Aquí, Mendonça Filho utiliza el apartamento como eje de una investigación que irradia en distintas direcciones --en su pasado y en el de su madre, en antiguos platós de cine y a través de cines abandonados--, pero que siempre vuelve a casa. (Ver en el Canal Criterion)
7. Furiosa: de la saga Mad Max (George Miller)
Es entretenimiento, bebé, y puro cine. (Ver en Max)
8. Megalópolis (Francis Ford Coppola)
Cuando se estrenó la epopeya de Coppola que tanto tiempo llevaba gestando, una película de arte de la que habló por décadas, ya estaba condenada al fracaso. La película se centra en un arquitecto utópico (Adam Driver) con un plan para cambiar el mundo que rebosa ideas y belleza, lo que confiere a la historia un conmovedor trasfondo autorreferencial. La película nunca iba a ser para todo el mundo; el arte rara vez lo es. Aun así, fue descorazonador el entusiasmo con que algunos medios de comunicación, incluidos los críticos, la rechazaron. Tras su estreno, el periodista del sector Richard Rushfield respondió a las críticas simplistas escribiendo en la publicación de Substack The Ankler que "Megalópolis existe porque uno de los mejores directores de la historia del cine, al final de una larga carrera, decidió gastarse su propio dinero en una película que quería hacer". En palabras de Rushfield: "De verdad, si tienes algún problema con eso, tienes que plantearte que quizá no te gusta el cine". Firmo lo dicho. (Disponible en alquiler en la mayoría de las principales plataformas)
9. La frontera verde (Agnieszka Holland)
La rabia que hierve en el drama de Holland sobre la crisis migratoria europea es sorprendente y totalmente merecida. Ambientada en gran parte en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, alterna entre una variedad de personajes, como una familia siria que lucha por entrar en la Unión Europea, activistas que prestan ayuda a los inmigrantes y guardias encargados de defender violentamente los intereses nacionales. La película, una ficción basada en hechos reales, llega a una coda estremecedora que deja al descubierto los prejuicios que los países intentan ocultar en nombre del patriotismo. (Ver en Kino Film)
10. Here, un hombre bueno (Bas Devos)
A mitad de camino de esta tranquila y reveladora película belga, sus dos protagonistas --un obrero de la construcción y una botánica-- se encuentran por casualidad en un parque. Allí, bajo un dosel de verde vegetación, ella lo invita a mirar algunas de las plantas que está estudiando y él se instala a su lado. El musgo, le explica ella, estaba aquí antes que nosotros los humanos y probablemente seguirá aquí después de que nos hayamos ido. Así es la vida en una película sobre la inmanencia y la trascendencia, y sobre estar vivo en un mundo en el que todos somos, finalmente, transeúntes. "Parpadeas", como dice otro personaje, "y todo ha desaparecido". (Ver en el Canal Criterion)
También recomendadas: Anora, Crisis de fe, Bird, The Brutalist, La quimera, Desafiantes, Guerra civil, Eno, El mal no existe, Flow, El caso Goldman, Yo Capitán, Mi única familia, Las tres hijas, Intercepted, Jurado nº 2, El secuestro del Papa, Culpa y deseo, Ernest Cole: Lost and Found, Nickel Boys, Nocturnes, El bastardo, La habitación de al lado, Los colonos, Soundtrack para un golpe de Estado, Sugarcane, Tótem, Will y Harper, Youth (Hard Times) y Youth (Homecoming). Habría puesto It's not me de Leos Carax en mi top 10, pero para ser sincero, su madre es una querida amiga. Así que todo lo que diré es psst, se estrena pronto en Nueva York y Los Ángeles, y se podrá ver en streaming en el Criterion Channel.
Las que rompen algoritmos
Hay años en los que es obvio qué películas encabezarán las listas de fin de año de todo el mundo, y años en los que las joyas están dispersas, las selecciones son más amplias e idiosincrásicas. Este año es de los impredecibles. Podría hacer una lista de grandes películas de 2024 cinco veces más larga que esta, pero las que para mí han llegado a lo más alto tienen algo en común: son lo que yo llamo rompedoras de algoritmos. Eluden la categorización fácil y nos mantienen fuera de equilibrio.
Al mirar mi lista, me di cuenta de que la mayoría de mis favoritas de este año procedían de artistas que trabajaban en distintas disciplinas --dramaturgos que dirigían películas, documentalistas que abordaban la ficción-- o que hacían zig cuando se esperaba un zag, contando con que el público se inclinara y prestara atención. Mientras las grandes empresas se gastaban miles de millones en predecir mejor tus gustos, las mejores películas de 2024 te piden que mantengas alerta a los guardianes de los algoritmos.
1. Nickel Boys (RaMell Ross)
Ross se curtió en el cine documental --su formalmente atrevido Hale County: Esta mañana, esta noche fue nominado al Oscar en 2019--, pero con Nickel Boys se pasa a la ficción. Más o menos. Su adaptación de la novela de Colson Whitehead es audazmente radical, transformando el texto en una película en primera persona que capta el espíritu del material original --una meditación sobre cómo el trauma moldea el sentido del ser de una persona-- aprovechando las herramientas visuales y auditivas que proporciona el cine. Injerta material de archivo de no ficción en la película y desafía con frecuencia las formas en que se nos ha enseñado a pensar que debe contarse una historia como esta, con resultados tan sencillos como extraordinarios. Me asombra que exista esta película. Me alegro mucho de que exista. (Estreno en cines el 13 de diciembre)
2. Eno (Gary Hustwit)
Cuando digo que cada vez que veía este documental sobre el innovador artista Brian Eno era diferente, no hablo metafóricamente. Era literalmente diferente, porque hay 52 quintillones de versiones posibles de la película, que Hustwit y sus colaboradores diseñaron como una obra de arte en constante evolución, que funciona con un algoritmo para seleccionar y generar una nueva versión cada vez que se proyecta. Eso ya es impresionante, pero lo que es más asombroso es que cada versión que vi era una estupenda reflexión sobre algún aspecto de la creatividad: el arte y la identidad, el desorden de la creación. Podría, literalmente, verla mil millones de veces más.
3. Anora (Sean Baker)
La propulsiva y segura película de Baker, sobre una trabajadora del sexo de Brooklyn que se casa con el caótico hijo de un magnate ruso, rinde homenaje a varios géneros de Hollywood, pero es algo propio. La película mezcla romance y tragedia, y cuenta con una actuación estelar de Mikey Madison en el papel de la heroína. Pero el verdadero quid de la historia está en lo que no se dice, lo que ocurre detrás de los ojos de Madison. El tema de todas las películas de Baker es la realidad ficticia del sueño americano; la variación que toca Anora tiene que ver con los cuentos de hadas, las fantasías y, finalmente, ver el mundo de frente. (En cines)
4. Soundtrack para un golpe de Estado (Johan Grimonprez)
De forma ensayística, Soundtrack para un golpe de Estado es un documental furioso y brillante sobre, bueno, todo, en realidad. En su centro están los acontecimientos que condujeron al asesinato de Patrice Lumumba, el primer primer ministro de la República Democrática del Congo, que se dice que fue orquestado por la CIA pocos meses después de su elección en mayo de 1960. Grimonprez aborda el tema desde todas las direcciones, explorando las formas en que la verdad puede ser expuesta, ignorada y empujada a la clandestinidad, todo ello al ritmo de los músicos de jazz negros que protestaron y, en ocasiones, fueron utilizados inconscientemente por las operaciones encubiertas del gobierno estadounidense. Es tanto una disertación multimedia como un logro vertiginoso. (En cines)
5. El mal no existe (Ryusuke Hamaguchi)
Vi por primera vez este drama durante su paso por el festival, hace más de un año, y, sin embargo, pienso en él todo el tiempo. Es la continuación de Drive My Car, de Hamaguchi, y tiene la misma intención de sondear el significado de la conexión humana en un mundo individualista. En la película, una comunidad rural está preocupada por una empresa que desea construir un "glamping" en las cercanías, lo que tendrá consecuencias medioambientales devastadoras. Lo que hacemos río arriba, dice la película tanto literal como metafóricamente, afecta a quienes viven río abajo, un hecho que debemos afrontar, o corremos el riesgo de convertirnos en inhumanos. (Ver en Prime Video)
6. Planeta Janet (Annie Baker)
La primera película de Baker, ambientada en el oeste de Massachusetts, trata sobre ser un niño inadaptado durante el verano, solitario y preocupado por su madre. La titular, Janet, interpretada por Julianne Nicholson, es esa madre, y está atravesando una serie de pequeñas crisis propias, la mayoría relacionadas con hombres pésimos y una incipiente realización personal. Planeta Janet es pequeña, y divertida, y también reveladora a su manera suave, con una atención a los detalles de época --está ambientada en los años 90-- que deja claro lo mucho que Baker, una aclamada dramaturga, ama a sus personajes y su mundo. (Disponible en alquiler en la mayoría de las principales plataformas)
7. La frontera verde (Agnieszka Holland)
Holland se metió en un buen lío en su Polonia natal por este drama sobre refugiados de Siria y Afganistán que intentan cruzar la frontera de Bielorrusia a Polonia y, por tanto, a la Unión Europea. La película se centra en las familias y personas atrapadas en el limbo mientras intentan atravesar una "zona de exclusión" alrededor de la frontera, así como en los voluntarios activistas que intentan ayudarlas. Es abrumadora y desgarradora, y pone de cabeza cualquier historia fácil que nos contemos sobre las fronteras para hacer la vista gorda. (Ver en Kino Film)
8. Good One (India Donaldson)
La revelación de este drama sobre la mayoría de edad es su protagonista, Lily Collias, quien interpreta a una adolescente que se va de acampada con su padre y el mejor amigo de este. A primera vista, ocurre muy poco, pero las expresiones que recorren el rostro de Collias nos dicen todo lo que necesitamos saber sobre las revelaciones que está teniendo mientras escucha hablar a los hombres. También es una ópera prima para Donaldson, cuyo oído para el diálogo y ojo para el detalle abren todo un mundo en ese sendero de montaña. (En cines)
9. La singular vida de Ibelin (Benjamin Ree)
Me cuesta trabajo explicar La singular vida de Ibelin a la gente. Por un lado, es un documental sobre un jugador noruego llamado Mats Steen que murió de una enfermedad rara. Por otro, es una asombrosa exploración de cómo influimos en la vida de los demás, incluso cuando no lo sabemos. Para contarlo, Ree utiliza entrevistas, diarios, transcripciones, entradas de blog y una buena dosis de recreaciones animadas de la vida de Steen dentro del videojuego World of Warcraft, lo que hace que la sencillez de la película sea aún más notable. Es una historia sobre lo que es real en una época irreal, y los lugares en los que nos permitimos ser humanos. (Ver en Netflix)
10. Union (Brett Story and Stephen Maing)
Es difícil plasmar en una película la labor, a menudo agotadora, de organizar la mano de obra en el lugar de trabajo, sobre todo porque se lleva años formar un sindicato, y la lucha suele ser un trabajo arduo. Pero Union lo consigue. Story y Maing pasaron años con los trabajadores de Amazon en el centro de distribución JFK8 de Staten Island mientras estos intentaban formar el primer sindicato de la empresa. La historia que cuentan tiene momentos de triunfo y regocijo, pero también de frustración extrema, disputas acaloradas y decepción. (Merece la pena señalar que, a pesar de su elogiado paso por festivales, Union no pudo conseguir un acuerdo de distribución importante, y finalmente optó por autodistribuirse). (Ver en Gathr)
© The New York Times 2024