Crítica de 'Gladiador II': ¡Arriba el pulgar!

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MoviesGladiator II (Movie)Scott, RidleyMescal, Paul (1996- )Washington, DenzelPascal, Pedro

La interpretación de Denzel Washington demuestra habilidad, intensidad y absoluta confianza en la agradable e inmersiva epopeya de Ridley Scott sobre los antiguos luchadores romanos.

Cuando Denzel Washington se adentra en Gladiador II, la epopeya de Ridley Scott sobre la antigua Roma y los hombres en guerra y a veces enamorados, lo hace con una gracia tan fácil que puedes confundir el desgarbado porte de su personaje con indiferencia. Lo que estás viendo es el poder encarnado, un poder tan crudo y tan sumamente dueño de sí mismo que no se anuncia. Solo emerge. Y sigue haciéndolo mientras los guerreros entran en el Coliseo para luchar y morir en el deporte sangriento que da a esta secuela de Gladiador, el drama de Scott del año 2000, su sobrio telón de fondo y gran parte de su atractivo. Es una interpretación de carismática maldad y de hipnotizante estrellato.

Al igual que el cine de Scott en este espectáculo placenteramente envolvente -- con sus ancestros y mentalidades extranjeras, animales exóticos y llamados igualmente desconocidos a la nobleza humana--, la interpretación de Washington tiene habilidad, intensidad y absoluta confianza. Ambos tienen una creencia incondicional en el entretenimiento como valor esencial en una producción anticuada e intrínsecamente audaz como esta, del tipo que convierte el pasado en un juguete y no te pide que te preocupes por sutilezas como la precisión histórica. Tanto el director como el intérprete también son veteranos en lo que se refiere al público popular, y ya que ninguno de los dos se ha suavizado o ralentizado con la edad (Scott cumple 87 años este 2024 y Washington 70), siguen sabiendo cómo montar un gran espectáculo.

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La primera entrega de Gladiador se centra en un general romano, Máximo (Russell Crowe), quien hacia el año 180 d.C. sirve a un anciano emperador, provoca la ira de un joven usurpador y acaba chocando espadas en el Coliseo, donde rápidamente se convierte en el favorito del público. Crowe, entonces en la cúspide de su fama como protagonista, ofreció una musculosa interpretación principal, aunque con su característica sensibilidad, que mantiene el filme incluso cuando se ve desafiado por el carisma vulgar de un Joaquin Phoenix que le roba escenas como el nuevo emperador. Los dos personajes están muertos al final y la propia Roma parece que podría seguir rápidamente su estela; ellos y todos los demás fantasmas de la película original rondan la secuela, que se sitúa 16 años después.

Gladiador II cuenta la historia de otro hombre justo y aparentemente sencillo, esta vez llamado Lucio (Paul Mescal), quien se ve arrastrado por violentas fuerzas políticas que parecen escapar a su control. La historia comienza en Numidia, un territorio ubicado en la costa más septentrional del continente africano. Allí, en una bulliciosa ciudad, Lucio vive con su esposa, y aunque sus sonrisas sugieren que son bastante felices, pronto ambos se alistan para luchar contra una flotilla de invasores romanos. Dirigidos por el general Acacio (Pedro Pascal), los romanos acaban rápidamente con los númidas. En este sentido, los invasores son tan despiadadamente económicos como Scott, quien ofrece una muestra proporcional de su poder con la guerra a escala épica, vívidamente escenificada y rodada.

Rápido, brutal y absorbente, el impactante comienzo establece la pauta para el resto de la película, que se desarrolla --y a menudo se siente-- como una larga lucha, inventivamente diversa y elaboradamente imaginativa. Al igual que en la primera película, la diversidad del reparto sugiere la inmensidad del Imperio Romano, una variedad que se ve igualada por las muchas formas en que mueren los personajes: catapultas, flechas, espadas y una colección (digital) que incluye un rinoceronte ensillado y una tropa de babuinos desbocados. De vez en cuando, los personajes dejan las armas para entregarse a sus otros vicios o para tramar un levantamiento, interludios diversos que hacen avanzar la narración y añaden un ritmo crucial, dando a los personajes el tiempo suficiente para desencajar las mandíbulas y para que sigas procesando la historia.

Gladiador II no se aleja mucho de la película original --la imagen de unas manos entre unas espigas de trigo subraya claramente las conexiones-- ni en su trama ni en sus difusas nociones sobre el honor y la gloria romanos. Escrita por David Scarpa, que ideó la historia con Peter Craig, la secuela sigue a Lucio quien, tras la muerte de su esposa, es hecho prisionero. Trasladado y zarandeado, acaba en un infierno donde demuestra su buena fe guerrera al Macrino encarnado por Washington, un rico propietario de gladiadores. Macrino, un hombre poderoso con un oscuro pasado y un plan para el futuro, compra a Lucio para que luche en el Coliseo ante multitudes de romanos, cuya sed de sangre e inquietud política (o anomia) se sacia con las muestras de crueldad. Es muy identificable.

Mescal, un joven actor irlandés que pareció surgir de la nada hace unos años, tiene una serie de créditos en películas modestas e independientes que se proyectan por primera vez en festivales (como Todos somos extraños). Tiene una presencia carismática en la pantalla, atractiva y amable, pero con el suficiente calor y ambigüedad como para que no resulte sorprendente que haya interpretado a Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo (y que vuelva a hacerlo en una próxima producción neoyorquina). Mescal ha aumentado considerablemente su volumen para Gladiador II y no parece sentirse del todo cómodo con su nuevo cuerpo musculoso, un malestar que favorece la vulnerabilidad psicológica y física de su personaje. No tiene la fanfarronería natural de Crowe; te atrapa con más sigilo.

Poco después de que Lucio es capturado, la historia se divide en hilos que acaban entrelazándose. La Roma de la secuela es aún más bárbara y desquiciada que antes; hay más conspiradores escurridizos y susurrantes y vistosas exhibiciones de decadencia. El maravilloso reparto (una firma de Scott) cuenta con una serie de interesantes caras nuevas y conocidas, incluidas algunas de la primera película: Connie Nielsen como Lucilla, ese exponente de la realeza de ojos tristes, y Derek Jacobi como el senador Graco. (Tim McInnerny, como un senador vulgar, añade notas deliciosamente desagradables). En el papel de los jóvenes emperadores gemelos, risueños y extravagantemente sádicos, Joseph Quinn (como Geta) y Fred Hechinger (Caracalla), son persuasivamente venales y tienen un aspecto tan pálido que casi sorprende que tengan sangre en las venas para derramar. Un adelanto: se derrama.

La primera Gladiador fue uno de los éxitos rotundos de Scott. Tuvo buenas críticas, al menos por parte de los expertos que estaban más interesados en su dirección que en los puntos débiles del guión; también fue un gran éxito de taquilla y estuvo nominada a una decena de premios Oscar (ganó algunos importantes, como el de mejor película y actor). Teniendo en cuenta el panorama comercial reciente, dominado en las últimas décadas por las películas de superhéroes --muchas de ellas hechas a medida para los fanáticos y no para el público general que Gladiador cosechó--, el atractivo masivo de la primera película parece ahora lo más anticuado que tiene. A pesar de su brillo contemporáneo, sus herramientas digitales y su violencia gráfica, Gladiador triunfó entre el público por su atractivo al viejo estilo de Hollywood.

En la secuela, Scott trabaja con herramientas digitales considerablemente más sofisticadas, que se suman a la verosimilitud que hace que sea fácil meterse en la película y permanecer felizmente en ella. Incluso cuando la historia pone a prueba tu credulidad (los tiburones que navegan por el Coliseo inundado es lo de menos) Scott te sujeta con sus actores, con el dinamismo de su cinematografía, con golpes de belleza y sacudidas de humor. Muy pocos directores en activo pueden transmitir una película como Gladiador II de forma tan convincente, lo que quizá explique por qué la secuela --a pesar de toda su violencia bárbara y de los quejumbrosos, y a veces conmovedores, debates sobre la justicia y la democracia-- no tiene la cualidad lúgubre de la primera película. Está claro que Scott se lo pasó en grande haciendo esta película y Washington también, y te invitan a que tú también te diviertas, lo cual resulta fácil.

Gladiador II

Clasificada R por su carnicería clásica. Duración: 2 horas 28 minutos. En cines.

Manohla Dargis es la crítica de cine principal del Times. Más de Manohla Dargis

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