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China enfrenta un panorama económico complicado, pero su dependencia de los mercados estadounidenses se ha reducido y parece estar tomando medidas para el crecimiento interno.
Hace ocho años, cuando Donald Trump acababa de ser elegido y prometió aplicar los poderes del Despacho Oval para iniciar una guerra comercial con China, el blanco de su ira era visto por muchos como una fuerza monstruosa. China era la fábrica indispensable para el mundo y un mercado de bienes y servicios en rápido desarrollo.
Ahora que Trump se prepara para su segundo periodo en la Casa Blanca, promete intensificar las hostilidades comerciales con China imponiendo aranceles adicionales del 60 por ciento o más a todas las importaciones chinas. Está presionando a un país que ha sido castigado por una poderosa combinación de fuerzas superpuestas: el desastroso final de un atracón de inversión inmobiliaria, pérdidas incalculables en el sistema bancario, una crisis de deuda de los gobiernos locales, un crecimiento económico que flaquea y precios crónicamente bajos, un presagio potencial de estancamiento a largo plazo.
El declive de las fortunas en el país ha hecho que las empresas chinas se centren especialmente en las ventas en el extranjero. Y eso hace que sea vulnerable a cualquier amenaza al crecimiento de sus exportaciones, una debilidad que aumentaría la presión esperada del gobierno de Trump, ya que planea buscar un acuerdo que aumente las compras chinas de productos estadounidenses.
"El equilibrio de poder ha cambiado a favor de Estados Unidos", dijo Eswar Prasad, profesor de políticas comerciales en la Universidad de Cornell, quien fue jefe de la división de China en el Fondo Monetario Internacional. "La economía china no está del todo contra las cuerdas, pero desde hace tiempo está en apuros".
Sin embargo, los factores que complican las cosas por debajo de esa evaluación ampliamente compartida pueden fortalecer la capacidad de China para soportar cualquier medida que el gobierno de Trump entrante pueda tener preparada.
Lo más inmediato es que el gobierno chino dispone de formidables recursos para impulsar la economía nacional. Tras negarse durante mucho tiempo a disminuir los créditos por miedo a reactivar la inversión inmobiliaria, este año el banco central chino redujo los costos de los préstamos para propietarios de viviendas y empresas. El viernes, el gobierno aprobó un plan de rescate de 1,4 billones de dólares que permitiría a los gobiernos locales refinanciar las deudas existentes a tasas de interés más bajas.
Al mismo tiempo, una estrategia dirigida por el gobierno para impulsar la destreza industrial del país ha convertido a China en el proveedor dominante de vehículos eléctricos y otras tecnologías de energía limpia. Esto permite a las empresas chinas acceder a mercados en rápido crecimiento para productos esenciales, independientemente de los aranceles estadounidenses. En una época de creciente alarma por el cambio climático, el mundo puede utilizar los equipos fabricados en China para limitar las emisiones de carbono o rechazar la industria china. Al menos por ahora, está teniendo dificultades para hacer ambas cosas.
China depende menos del acceso a los mercados estadounidenses que la última vez que Trump aumentó los aranceles. La ola de aranceles estadounidenses impuestos por el gobierno de Trump, que comenzó en 2018 y continuó bajo la gestión de Joe Biden, finalmente cubrió unos 400.000 millones de dólares en productos chinos. Las fábricas chinas, a su vez, buscaron clientes en el Sudeste Asiático y América Latina.
En los últimos seis años, la participación de China en las importaciones estadounidenses ha caído del 20 por ciento al 13 por ciento, según TS Lombard, una firma de investigación de inversiones en Londres, aunque parte de ese cambio refleja bienes que terminan en Estados Unidos después de ser trasladados por rutas a través de países como México y Vietnam para evitar los aranceles estadounidenses.
Como Europa ha impuesto sus propios aranceles a los vehículos eléctricos fabricados en China, el país ha acelerado su impulso para ampliar las ventas en otras regiones.
"Pekín está utilizando el Sur Global para compensar la pérdida de acciones del mercado de Occidente", dijo Jie Yu, investigador sénior de Chatham House en Londres.
Los dirigentes chinos han adoptado un enfoque similar en relación con bienes como las materias primas agrícolas, trasladando algunas compras de soya de agricultores estadounidenses a proveedores de Brasil y Argentina.
Esa experiencia puede darle a Pekín la confianza de que puede mantenerse firme frente a la escalada arancelaria y tomar represalias con reducciones a las importaciones estadounidenses, especialmente de productos agrícolas. China también podría restringir aún más sus exportaciones de minerales críticos.
"China tiene más influencia que la primera vez", dijo Scott Kennedy, experto en China del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington. "Tiene una serie de herramientas que puede movilizar para contratacar y hacer algo de daño a la economía estadounidense si cree que Trump está buscando una guerra económica abierta".
Trump podría optar por moderar sus amenazas de aranceles, al concluir que la economía estadounidense se vería en peligro con ellos. Los economistas advierten que los impuestos generalizados a las importaciones aumentarían los precios al consumidor y obstaculizarían a los fabricantes nacionales que dependen de componentes importados.
Sin embargo, si Trump sigue adelante, la industria china sufriría.
Según Larry Hu, economista jefe para China de Macquarie Group, una empresa australiana de servicios financieros, las exportaciones se desplomarían un ocho por ciento durante el año siguiente y recortaría un dos por ciento del crecimiento económico anual de China. Y si Trump pretende cerrar las importaciones de productos fabricados por empresas chinas en otros países como México, el daño sería aún mayor.
La mayor susceptibilidad de China a la interrupción del comercio se ve subrayada por el hecho de que el país produce ahora el 17 por ciento de las exportaciones mundiales, frente al 12 por ciento durante el primer mandato de Trump, según TS Lombard.
A menudo se describe a la industria china como dominada por grandes empresas estatales que se rigen a través de una burocracia paralizante y los imperativos del Partido Comunista gobernante, lo que las hace poco adecuadas para ajustarse a las cambiantes condiciones del mercado, otra fuente ostensible de influencia estadounidense.
Pero esta concepción pasa por alto la aparición de un sector privado vasto y mucho más ágil, que ahora representa aproximadamente la mitad de las exportaciones chinas, en comparación con el nueve por ciento de las empresas estatales, según Nicholas R. Lardy, experto en China del Peterson Institute for International Economics de Washington.
"Ha sido un cambio estructural tremendo", dijo Lardy. "Les da más capacidad de adaptación".
El gobierno chino tiene la capacidad para compensar la disminución de las exportaciones recurriendo al gasto, dicen los expertos. Puede desplegar sus bancos estatales y gigantes corporativos hacia objetivos nacionales como el crecimiento económico.
Hasta ahora, los planes de estímulo que surgen de Pekín han sido más graduales y modestos de lo que algunos esperaban. Aun así, han resonado como una señal de que los dirigentes chinos están preocupados por el descontento público ante el estancamiento del nivel de vida y han decidido promover el crecimiento económico.
"Los operadores con los que hablo en China lo describen como pasar del lecho de muerte a una discoteca", dijo Rory Green, economista jefe para China de TS Lombard. "Es un cambio enorme en una serie de políticas".
El giro hacia el estímulo por parte de Pekín subraya una característica central del sistema chino a la hora de adaptarse a los choques. Gobernado por el todopoderoso Partido Comunista Chino (PCC), el país funciona con controles draconianos sobre la expresión individual y sin unas elecciones libres. Sin embargo, cuando el Partido decide que es necesario tomar medidas de emergencia, tiene el poder para establecer rápidamente políticas libres de los impedimentos que se encuentran en las sociedades democráticas.
"El PCC es muy eficaz a la hora de actuar con rapidez y resolver una crisis", dijo Green. "Tienen muchas palancas que pueden usar".
El presidente de China, Xi Jinping, ha pasado la última década consolidando el poder y asegurándose la atribución ilimitada de su cargo.
Cuando Trump asumió el cargo por primera vez en 2017, Xi solo tenía cuatro años en el cargo y todavía estaba legalmente restringido a dos mandatos de cinco años. Solo recientemente se había embarcado en una iniciativa conocida como Made in China 2025: el gobierno dirigió tierras baratas, voluminosos créditos estatales y expertos altamente capacitados hacia el aumento de la capacidad del país en 10 industrias de tecnología avanzada.
En áreas cruciales, ese plan ha logrado rendimientos extraordinarios. China controla ahora al menos el 60 por ciento de la capacidad mundial de fabricación de células solares, turbinas eólicas, baterías y otros componentes para sistemas energéticos que reducen las emisiones de carbono, según la Agencia Internacional de la Energía. La inversión china representa una parte aún mayor de la expansión anunciada.
Las empresas chinas son cada vez más dominantes en el ámbito de la telefonía móvil: ocho de las diez mayores marcas por volumen tienen su sede en China, según un estudio de la Fundación Asia-Pacífico de Canadá.
En un aspecto, el plan chino ha fracasado rotundamente para alcanzar un objetivo crítico: cerrar la brecha de capacidad que separa los chips informáticos nacionales de las variedades más avanzadas fabricadas en Taiwán, con tecnología de Estados Unidos, Europa y Japón.
El gobierno de Biden ha controlado las exportaciones de las empresas estadounidenses y ha presionado a sus aliados para que retengan la tecnología que podría permitir a la industria china ponerse al día.
Pero esa campaña puede haber aumentado indirectamente la capacidad de China para resistir cualquier restricción comercial que esté en camino, afirman algunos expertos.
"Estas restricciones a la exportación están acelerando el afán de China por ser autosuficiente", dijo Lardy, economista del Instituto Peterson. "Esta idea de que podemos frenarlos de manera generalizada me parece desinformada".
La próxima oleada de aranceles propuesta por Trump supondría un desafío. Sin embargo, también reforzaría una noción que ha ganado adeptos en Pekín: que China ya no puede confiar en los mercados extranjeros para suministrar componentes y tecnologías necesarios.
"El liderazgo chino aprenderá una dura lección de que realmente no pueden depender de nadie más que de sí mismos", dijo Lynette Ong, profesora de política china en la Universidad de Toronto. "El segundo mandato de Trump puede ser un regalo para la autosuficiencia económica de China".
Peter S. Goodman es periodista y cubre la economía mundial. Escribe sobre la intersección de la economía y la geopolítica, con especial énfasis en las consecuencias para las personas y sus vidas y medios de subsistencia. Más de Peter S. Goodman
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