Así fue la vida de un prisionero político de EE. UU. en una cárcel rusa

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Paul Whelan se encontraba aquel día en Moscú, en el famoso Hotel Metropole, preparándose para la boda de un compañero marine de EE. UU., cuando un viejo amigo ruso, oficial subalterno de la guardia de fronteras, pasó a saludarlo inesperadamente.

El amigo le entregó una memoria USB que, según dijo, contenía fotos y videos de recuerdo de un viaje que ambos habían hecho por Rusia meses antes. Whelan se guardó el disco en el bolsillo cuando, de repente, unos hombres vestidos de civiles, algunos con la cara cubierta por pasamontañas, irrumpieron en la habitación.

"Somos del Servicio Federal de Seguridad y usted está detenido por espionaje", recordó Whelan que le dijo uno de ellos en inglés. "No he cometido espionaje", respondió.

En Washington, en su primera entrevista extensa con un periódico desde que fue liberado el 1 de agosto en el mayor intercambio de prisioneros entre Oriente y Occidente desde la Guerra Fría, Whelan, de 54 años, dijo que pensó que la detención, a finales de diciembre de 2018, era una broma. No lo era.

A las pocas horas, estaba encerrado en una celda de menos de 1 metro cuadrado en la notoria prisión de alta seguridad de Lefortovo, en Moscú, donde se torturaba a los presos políticos de la era soviética. Así comenzó la odisea de Whelan a través de lo que él describe como el duro, a menudo surrealista, sistema de justicia penal ruso, manipulado por el Estado. Su calvario duró, según sus propias palabras, cinco años, siete meses y cinco días.

En Lefortovo, sobrevivió a una operación urgente de hernia en mitad de la noche en un hospital en el que, según dijo, la mitad de las luces del techo no funcionaban, y cuando a los médicos se les caían los instrumentos al suelo, los recogían y continuaban. Enviado a un campo de trabajo tras su condena, soportó una dieta a base de pan, té y una sopa de pescado aguada que parecía más adecuada como comida para gatos, así como duchas de agua fría una vez a la semana y largas jornadas cosiendo botones y ojales en uniformes de invierno para trabajadores del gobierno.

"Era tedioso, monótono y asqueroso", dijo, y añadió: "Estás en un lugar en el que no necesariamente quieres estar, sabes, en condiciones miserables, haciendo cosas que no quieres hacer con gente con la que realmente no quieres estar. No tienes absolutamente ningún control sobre cuándo vas a marcharte y volver a casa".

La detención de Whelan fue un nuevo capítulo de lo que se denomina diplomacia de rehenes, cuando se detiene y encarcela a ciudadanos de Estados Unidos o de otras naciones bajo cargos falsos para intercambiarlos por alguna persona o concesión.

Para EE. UU., esta práctica se remonta al menos a los piratas berberiscos, quienes secuestraron a unos 100 estadounidenses en 1793. En tiempos recientes, puede remontarse al secuestro en 1979 de 52 estadounidenses en la embajada de EE. UU. en Irán por revolucionarios estudiantiles radicales. Facciones violentas de Medio Oriente, como el Estado Islámico, continuaron la práctica, en ocasiones decapitando a cautivos por los que no podían pedir rescate.

Pero el caso de Whelan era delicado porque fue el propio Kremlin, y no una organización terrorista, quien lo capturó. Los agentes del Servicio Federal de Seguridad --la antigua KGB, ahora conocida como FSB-- que se lo llevaron dejaron claro su motivo: conseguir la liberación de tres prisioneros rusos detenidos en Estados Unidos.

"Dijeron, bueno, verás, esperamos que el gobierno estadounidense y nuestro gobierno hagan un cambio, tú por ellos", dijo Whelan, una afirmación que, según dijo, se repitió numerosas veces a lo largo de los años.

Whelan viajó por primera vez a Rusia en 2006 por placer, mientras servía con los Marines en Irak. Como aficionado a la Segunda Guerra Mundial, se sintió atraído por sus principales campos de batalla, y llegó a visitar el país al menos seis veces. Cuando fue detenido, era jefe de seguridad de BorgWarner, fabricante internacional de piezas de automóvil con sede en Míchigan.

A lo largo del tiempo, abrió una cuenta en VKontakte, el Facebook de Rusia, y entabló amistad con unos 70 rusos, normalmente hombres más jóvenes que él, muchos con experiencia en seguridad. Whelan, ex agente de policía de Míchigan, dijo que esperaba intercambiar insignias.

En 2008, Whelan recibió una "baja por mala conducta" de los Marines y fue declarado culpable de intentar robar más de 10.000 dólares estadounidenses de fondos del gobierno de EE. UU. en Irak. Dijo que solo hablaría del caso en un próximo libro de memorias.

Los funcionarios estadounidenses llevan mucho tiempo señalando que Estados Unidos, como la mayoría de las naciones, envía espías con pasaportes diplomáticos --lo que significa que son inmunes a la acción judicial si se les acusa, pero normalmente son expulsados-- y que evitaría enviar a alguien con antecedentes penales.

Whelan conocía al agente que le entregó la memoria desde hacía 10 años: sus propios padres se alojaron en casa del ruso cerca de Moscú en 2009.

Rusia, que acusaba a Whelan de ser general de brigada de la Agencia de Inteligencia de Defensa de EE. UU., insistió en que se le sometiera a un juicio secreto por cargos de espionaje. El proceso a puerta cerrada fue "una farsa", dijo Whelan, un "rodeo de cabras moscovita", diseñado para parecerse a un proceso judicial.

"No quieren que parezca que están sacando a los turistas de los hoteles y acusándolos de espionaje para poder pedir rescate, que es lo que están haciendo", dijo.

El caso giraba en torno al contenido de la memoria USB, que nunca se mostró ante el tribunal pero que, según los fiscales, incluía nombres y fotografías de cadetes de un departamento de la FSB. La memoria USB le fue confiscada justo después de su detención y nunca volvió a aparecer, dijo Whelan, y su contenido fue declarado clasificado con carácter retroactivo.

Durante una sesión, el juez indicó que cinco cajas de cartón dispuestas ante él contenían pruebas, ninguna de las cuales él o sus abogados designados por la FSB podían leer.

Años más tarde, la televisión estatal rusa emitió unos minutos de imágenes del cuarto de baño del Hotel Metropole, en las que se veía cómo le entregaban la memoria USB en ese cuarto de baño. El FSB claramente había montado la cámara, dijo Whelan, y era probable que fuera un elemento permanente porque a un noruego detenido justo antes que él por cargos de espionaje también se le había asignado la misma habitación, la 3324.

En junio de 2020, Whelan fue condenado a 16 años en un campo de trabajo, y a los pocos minutos le dijeron que estaría en casa en dos semanas.

Resultó ser mucho más tiempo. Lo dejaron atrás dos veces cuando el gobierno de EE. UU. negoció intercambios separados para dos estadounidenses que fueron detenidos después que él, una experiencia frustrante y desmoralizadora, dijo.

Al principio se pensó que se lo habían llevado para canjearlo por Maria Butina, acusada en 2018 de actuar como agente rusa no registrada en Estados Unidos. Pero su condena, relativamente breve, terminó antes de que Whelan fuera declarado culpable.

En 2022, el gobierno de EE.UU. intercambió a Viktor Bout, traficante de armas ruso, por la estrella del baloncesto Brittney Griner; y a un traficante de drogas, Konstantin Yaroshenko, por Trevor Reed, otro exmarine de EE.UU.. Rusia se negó a incluir a Whelan en ninguno de los dos intercambios.

"Fue devastador", dijo Whelan, al sentirse abandonado por el gobierno de EE. UU. "Era evidente que yo no era tan importante como los demás".

Mantuvo el ánimo comenzando cada mañana con la interpretación de los cuatro himnos nacionales de los países de los que es ciudadano: Canadá, donde nació; Reino Unido, de donde eran sus padres; Irlanda, patria de sus abuelos; y Estados Unidos.

Dijo que su celda de Lefortovo estaba recién pintada y tenía algunas comodidades, como un televisor de pantalla plana. Mientras esperaba a que comenzara su juicio, se dedicó a leer novelas de espionaje y tomos clásicos rusos como Guerra y Paz.

Tras su condena, fue enviado desde Lefortovo al campo de trabajo IK-17, en la remota región de Mordovia, al sureste de Moscú. Durante la Segunda Guerra Mundial, los prisioneros de guerra alemanes lo remodelaron, por lo que aún se parece a Auschwitz, dijo, con edificios bajos de ladrillo rodeados de alambradas de púas.

A cambio de cigarrillos, los guardias llevaban a los prisioneros carne, fruta y productos lácteos para añadir a la escasa dieta de la prisión. Así también podía comprar teléfonos móviles desechables, y mantenerse en contacto regular con su familia. Griner y sus compañeras de equipo de baloncesto donaron dinero a su cuenta de la prisión.

Por la noche, en ambas prisiones, los guardias iban a verlo cada dos horas, aparentemente para confirmar que no se había fugado, a veces iluminándole la cara con una luz brillante. Whelan consideró esto como acoso y sigue teniendo problemas para dormir.

Whelan intentó conservar un mínimo de control sobre su vida estableciendo su propio horario. Si la hora oficial de levantarse eran las 6 a. m., se levantaba a las 5 y era el primero en el patio de ejercicios. Ver fotos suyas en la cárcel o en el tribunal le provoca una especie de síndrome de estrés postraumático, dice, y revive los momentos más oscuros. Espera que esto desaparezca con el tiempo.

En Rusia, al menos 11 estadounidenses o ciudadanos estadounidenses con doble nacionalidad rusa cumplen condenas desproporcionadamente largas por diversos cargos.

Ryan Fayhee, el abogado que representó pro bono a la familia Whelan en sus esfuerzos por liberarlo, dijo que para combatir la diplomacia de rehenes, los países que toman cautivos deben enfrentarse a sanciones u otras medidas; las detenciones deben ser objeto de atención inmediata y de alto nivel; y Estados Unidos debe esforzarse más por mantener a los estadounidenses fuera de los países con un historial de toma de rehenes, entre ellos Rusia, Irán y China.

El primer indicio de que Whelan podría quedar en libertad se produjo cuando dos agentes del FSB le pidieron que solicitara un indulto al presidente Vladimir Putin. Escribió una carta en la que decía que no había cometido espionaje, que sus padres estaban envejeciendo y que su querida golden retriever, Flora, había muerto.

Whelan fue liberado en un intercambio histórico de 16 periodistas, figuras de la oposición rusa y otras personas por ocho rusos, entre ellos un asesino convicto.

Mientras estuvo encarcelado, perdió su trabajo y su apartamento. Soltero, ha vuelto a vivir con sus ancianos padres en Míchigan, sin medios económicos para establecer una nueva vida. Ha iniciado una campaña de GoFundMe.

Ha dicho que está trabajando para conseguir una mejor atención médica para sus amigos de Asia Central que siguen encarcelados en Rusia y para presionar a favor de la liberación de estadounidenses encarcelados.

"No puedo vengarme, ¿verdad?", dijo. "Lo único que puedo hacer es mirar hacia delante".

Neil MacFarquhar es reportero del Times desde 1995, y ha escrito sobre una amplia gama de temas, desde la guerra a la política y las artes, tanto a escala internacional como en Estados Unidos. Más de Neil MacFarquhar

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