Una idea 'elegante' para financiar la protección de árboles

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El objetivo del Tropical Forests Forever Facility es pagar a los países con bajos índices de deforestación 4 dólares por cada hectárea de selva en pie que pueda identificarse mediante imágenes satelitales cada año.

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¿Qué pasaría si los mercados financieros trataran a los árboles como accionistas?

Tropical Forests Forever Facility es un nuevo fondo que Brasil, país que alberga alrededor de un tercio de las selvas tropicales del planeta, le está presentando al mundo y que pagaría a los países en desarrollo una tarifa por cada hectárea de selva que mantengan.

El proyecto, presentado en la cumbre mundial sobre el clima en Dubái en noviembre del año pasado, se encuentra actualmente en su fase final de diseño y podría, al final, pagar 4000 millones de dólares al año para proteger las selvas.

La misión del fondo es revertir los patrones económicos que durante mucho tiempo han impulsado la deforestación. La agricultura, la tala de árboles y otras industrias que impulsan la destrucción de las selvas pueden fomentar las economías locales, pero el fondo de Brasil pagaría a los países por servicios que las selvas tropicales prestan actualmente de forma gratuita, como almacenar carbono que calienta el planeta y regular los patrones de lluvia.

Con ello, el T.F.F.F., como torpemente se le llama, pretende frenar lo que durante mucho tiempo se ha considerado indetenible. Los países han estado perdiendo aproximadamente tres millones y medio de hectáreas de selva tropical al año durante las últimas dos décadas. Estas selvas son cruciales para almacenar el carbono que calienta el planeta y frenar la pérdida de biodiversidad.

Pero algunas ideas prometedoras, como créditos de carbono vinculados a la reducción de la pérdida de árboles y programas de subvenciones que recompensan la protección de las selvas, han tenido dificultades para revertir significativamente la tendencia de deforestación a nivel mundial. Los pagos del T.F.F.F. podrían ser lo suficientemente cuantiosos y fiables como para tener éxito donde otras iniciativas no lo han tenido.

La propuesta de Brasil contempla un fondo de 125.000 millones de dólares, que lo convertiría, según varias métricas, en el mayor fondo mundial de dinero para ayudar a combatir el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. El Fondo Verde del Clima, el mayor fondo climático del mundo que financia proyectos en los países en desarrollo, tiene aproximadamente la mitad del capital propuesto.

"Estamos en la fase en la que todo el mundo dice: 'mira, en principio, esto es una locura'", afirmó Christopher Egerton-Warburton, quien dirige Lion's Head Global Partners, una firma de banca de inversión que se centra en el desarrollo sostenible y que ha ayudado a diseñar el fondo. "Pero es una locura en cierto modo interesante".

Esto se debe a que, a diferencia de El Fondo Verde del Clima, el T.F.F.F. no requeriría de donaciones. "Lo que pedimos es una inversión", explicó Garo Batmanian, director del servicio forestal de Brasil y uno de los arquitectos del T.F.F.F.

Así es como funcionaría: los países ricos y las grandes organizaciones filantrópicas prestarían al fondo 25.000 millones de dólares, que se devolverían con intereses. Conseguir ese capital es la parte más difícil, afirman los promotores del fondo. Ese dinero ayudaría a atraer otros 100.000 millones de dólares de inversores privados. A esos inversores se les pagaría una tasa de rendimiento fija, como si hubieran invertido en algo con rendimientos proyectados ligeramente superiores a los bonos del Tesoro.

Acto seguido, el T.F.F.F. reinvertiría los 125.000 millones de dólares en una cartera diversificada que podría generar suficientes beneficios para reembolsar a los inversores. El exceso de rentabilidad se utilizaría para pagar a unos 70 países en desarrollo en función de la cantidad de selva tropical que aún conservaran.

El diseño permite al T.F.F.F. crear esencialmente sus propias subvenciones para la protección forestal. Aunque el diseño es único, el mecanismo financiero que hay detrás --conseguir depósitos y reinvertirlos para obtener beneficios-- es común. Es básicamente la forma en que funcionan los bancos.

"La idea es elegante", dijo Frances Seymour, asesora principal forestal del Departamento de Estado estadounidense. "Es emocionante que parezca tener cierto impulso político".

Brasil pretende finalizar el diseño del fondo a finales de año, incluido cómo se gestionará, y ponerlo en marcha el año que viene. Las autoridades brasileñas intentan aprovechar el papel del país como anfitrión de la cumbre de la ONU sobre el clima de 2025 y su turno este año en la presidencia del Grupo de los 20 para reforzar el apoyo al T.F.F.F.

La idea ha llamado la atención de dirigentes de Estados Unidos, Noruega y Francia, así como del Banco Mundial, que está ayudando a desarrollar el proyecto. En una reunión sobre el T.F.F.F. celebrada en Río de Janeiro en julio, el presidente del banco, Ajay Banga, dijo que su equipo se había "sentido alentado por el trabajo que se ha hecho con esta idea".

Pero, en esta fase inicial del proceso, ningún país ni organización filantrópica ha anunciado aún que vaya a aportar dinero al fondo.

La ambición de la propuesta ha suscitado cierto escepticismo sobre su viabilidad. Conseguir que los países ricos se comprometan a aportar 25.000 millones de dólares en préstamos e inversiones puede ser más fácil que conseguir esa suma en subvenciones tradicionales. Aun así, podría suponer un enorme reto. En Estados Unidos, por ejemplo, requeriría la aprobación de un Congreso actualmente dividido.

El objetivo del fondo es pagar a los países con bajos índices de deforestación 4 dólares por cada hectárea de selva en pie que pueda identificarse mediante imágenes satelitales cada año. Esos bosques pueden ser antiguos o restaurados, no plantaciones.

Los defensores del fondo afirman que su precio es el mínimo indispensable para ayudar a los países a detener la deforestación provocada por la minería en Indonesia, el crecimiento de los cultivos de cacao en Ghana, la expansión de las fincas en Colombia y una miríada de otros motores de destrucción medioambiental que generan dinero.

Los países que reciban fondos del T.F.F.F. también recibirían una penalización de 400 dólares por cada hectárea forestal que perdieran en un año determinado. La penalización equivale aproximadamente a los mismos ingresos anuales que reportaría una hectárea de tierra utilizada en una granja de soja en la Amazonía, que es uno de los usos más rentables de las tierras deforestadas en los países en desarrollo.

Si la tasa de deforestación de un país llega a ser demasiado alta, los pagos del T.F.F.F. se detendrían. También existe el riesgo de exponer los fondos de protección forestal a los vaivenes de los mercados financieros, lo que podría interrumpir los pagos del fondo a los países.

Aun así, los expertos afirman que el impacto de un flujo fiable de fondos para la protección forestal en torno al cual los países puedan planificar sus presupuestos anuales podría ser enorme.

Tomemos por ejemplo a Brasil, uno de los países más ricos en selvas del mundo en desarrollo. Si el fondo ya estuviera en funcionamiento, el país habría recibido este año unos 600 millones de dólares de sus selvas existentes, menos lo que ha perdido. Eso es casi el doble del presupuesto anual del Ministerio de Medio Ambiente del país.

"Llevamos mucho tiempo hablando de las ventajas de la conservación, pero no hemos sido capaces, digamos, de traducirlo en cosas concretas que la gente pueda sentir", declaró Marina Silva, ministra de Medio Ambiente de Brasil.

Pero con el fondo desembolsando dinero real por los árboles en pie, añadió, los políticos que actualmente luchan contra las políticas de protección medioambiental a cada paso podrían empezar a "contar cada hectárea de selva preservada y dar las gracias a cada persona de las comunidades indígenas de su estado".

Los gobiernos de países forestales clave, como Colombia y Malasia, han manifestado su apoyo a la propuesta y a su diseño.

Encontrar los recursos para rivalizar con el poder económico que arrasa las selvas, dijo Nik Nazmi, ministro de Medio Ambiente de Malasia, "será crucial para nosotros".

El modo en que se gaste el dinero puede convertirse en una fuente de tensiones a medida que se afine el diseño del fondo. Por un lado, Seymour afirmó que los beneficiarios necesitan cierta libertad para gastar el dinero sin onerosos controles y requisitos de información.

Por otro lado, el fondo debe asegurarse de que realmente está ayudando a las selvas y llegando a las comunidades que los protegen. "Las personas razonables pueden discrepar sobre cuál es el equilibrio adecuado", añadió.

La idea general de un fondo de inversión que recompensara a los árboles en pie fue imaginada por primera vez hace unos 15 años por el economista Kenneth Lay cuando era tesorero del Banco Mundial. Desde entonces, ha estado vagando por los círculos de la financiación del desarrollo y la conservación.

Aunque el proyecto ha cambiado desde que Brasil se hizo cargo de él el año pasado, sigue basándose en una idea bastante simple, dijo Lay. El fondo le daría a los países en desarrollo algo por lo que han luchado incansablemente: el tipo de dinero fácil al que solo tienen acceso los países ricos.

Muchos países en desarrollo no podrían obtener préstamos a un tipo de interés lo suficientemente bajo como para financiar la protección forestal a esta escala.

Cuando habla de la idea, a menudo le hacen la misma pregunta: ¿No podría servir esto para financiar muchas otras de las causas más difíciles del mundo, como la distribución de vacunas en los países en desarrollo o la lucha contra la contaminación por plásticos?

"Tienes razón", responde siempre. "Pero empecemos por los árboles".

Manuela Andreoni es periodista del Times que cubre el clima y el medioambiente y escribe el boletín Climate Forward. Más de Manuela Andreoni

Garo Batmanian, director del Servicio Forestal Brasileño y uno de los arquitectos del fondo Tropical Forests Forever Facility, en su despacho en Brasilia. (Victor Moriyama/The New York Times)

Plantaciones de palmeras al borde del bosque en Beluran, Malasia (Jes Aznar/The New York Times)

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