Yuri Herrera encuentra rastros de la historia mexicana en Nueva Orleans

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Es posible argumentar que Nueva Orleans es tan parte de Yuri Herrera como las ciudades de México que lo formaron. Ha vivido ahí 13 años. Es donde conoció a su esposa y adoptó a sus dos perros; donde ganó un entendimiento más profundo de los códigos y las contradicciones de ser negro, blanco y moreno en Estados Unidos; donde perdió a un buen amigo por la violencia, y donde se ganó, si no a enemigos como tal, a algo parecido.

"En donde vivas tiene que haber alguien que te deteste", dijo, entre risas. "Así es como sabes que no eres turista".

En otras palabras, Nueva Orleans --lo bueno y lo malo que tiene la ciudad-- lo ha cambiado. Para un escritor que se deleita en la experimentación y encuentra "riesgos en sentir que se tiene demasiado control", tal vez es esa capacidad de la ciudad de irrumpir y desestabilizar lo que ha hecho que él se quede tanto tiempo.

"Esta es una ciudad que transforma la manera en que uno entiende la libertad, la forma en que uno entiende el trabajo, la forma en que uno se relaciona con los elementos", dijo Herrera. "Esta no es una ciudad cómoda. Es retadora y móvil."

Nueva Orleans, o la versión que Herrera hace de ella, cambia y vibra a lo largo de cada página de su más reciente novela, La estación del pantano. Ambientada en la década de 1850 durante el exilio del político y posterior presidente mexicano Benito Juárez, el libro es testigo de cómo Herrera regresa a muchas de las preocupaciones que por mucho tiempo le han dado a su escritura un sentido de urgencia: las dinámicas del poder, la política de identidad, la migración (la forzada y la que no), la violencia y la plasticidad del lenguaje.

Una buena parte del trabajo previo de Herrera ha estado infusionado con las atmósferas y las ideas que animan las realidades sociales en México. Ahora, al imaginar un interludio breve en la vida de una de las figuras públicas más veneradas del país, Herrera apunta a capturar las verdades esenciales de una ciudad que es estadounidense de una manera única.

"Esta es mi segunda casa y esta es mi manera de reclamarla", dijo.

La estación del pantano comienza con la llegada de Juárez a la Nueva Orleans de 1853 y termina con su partida 18 meses después. El arresto y el exilio de Juárez se reconocen como momentos significativos de la historia de México, pero poco se sabe del tiempo que pasó en la ciudad.

Para llenar ese hueco del registro histórico, Herrera estudió todo lo que lo rodeaba. Leyó una versión digitalizada del diario Dialy Picayune (más tarde The Times Picayune) de cada día que Juárez estuvo allí, rebuscó en los archivos de la Historic New Orleans Collection y caminó las calles de Marigny, Bywater y el Barrio Francés con la mirada de un investigador.

La vida que él edifica para Juárez podrá ser una obra de ficción, pero está "hecha de pedazos de verdad", dijo Herrera.

"No tenía a Juárez, pero tenía todo lo que lo rodeaba", dijo.

Lo que emerge no es tanto un retrato del hombre como un retrato de la manera en que este lugar y tiempo particulares podrían haber moldeado de manera verosímil aquello en lo que ese hombre se convirtió: un reformista liberal y un demócrata, un entusiasta por el comercio y un político que en algunas ocasiones se resistió al poder y en otras lo usó para su provecho.

Es fácil ver cómo la ciudad que Juárez encontró pudo haber alterado sus presuposiciones de lo que una sociedad podría y debería ser. Nueva Orleans era afanosa, vibrante, y estaba llena de cultura, pero también era un lugar de violencia extrema, sobre todo porque era el mayor centro de tráfico de personas negras esclavizadas en los Estados Unidos. Herrera pinta una ciudad literal y figurativamente en llamas. Los ardides contra las aseguradoras llevaron a cientos de casos de incendios provocados cada año y la fiebre amarilla barría la ciudad a intervalos regulares.

En La estación del pantano, Juárez y sus compañeros exiliados intercambian ideas revolucionarias, pero no parecen estar seguros de si son parte de los esfuerzos por derrocar a Santa Anna, el dictador allá en su patria, o si son simplemente, como escribe Herrera "una conjura de supernumerarios". Herrera cree que el tumulto de la ciudad en sí misma desempeñó un papel mientras Juárez y sus compatriotas, como Melchor Ocampo y Ponciano Arriaga, llegaron a convertirse en figuras clave de la lucha del México del siglo XIX por la reforma liberal.

"Vivían como en otro planeta y eso es algo que te cambia el cuerpo, te cambia las ideas", dijo Herrera. "Las ideas no vienen del éter".

A pesar de la atención de Herrera por el detalle, este no es un trabajo convencional de ficción histórica, dijo Lisa Dillman, que por mucho tiempo ha sido su traductora al inglés. El estilo de Herrera puede ser difícil de ubicar, al mezclar elementos de diferentes géneros y formas, y "haciendo explotar" las características estilísticas que definen su escritura de un libro al siguiente, dijo.

"La cosa en común es que siempre está empujando las fronteras del lenguaje, de lo que las palabras pueden hacer, de cómo puede uno crear significados", dijo Dillman. "La manera que tiene de hacerlo está siempre, desde mi lectura, verdadera y profundamente enraizada en el cariño y el amor y el respeto por sus personajes".

Las pruebas de Herrera con el lenguaje empezaron a una edad temprana. Cuando era niño en Pachuca, en la región central de México, recuerda haber visto a un maestro de primaria escribir en el pizarrón y adquirir la idea fija de crear palabras a partir de la nada. Su madre era médica y su padre un abogado que se hizo historiador; a veces de clase media alta, a veces baja, dijo, pero "siempre había libros" en la casa. Creció leyendo literatura mexicana y cosas "menos de moda" como literatura noir y ciencia ficción, que un tío le daba.

Herrera también fue criado en un hogar decididamente político y firmemente izquierdista: su nombre viene del héroe soviético y primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin. Para su madre, el partido comunista mexicano era "prácticamente de derecha", dijo.

Esas influencias se quedaron con Herrera a lo largo de su vida. Estudió Ciencia Política en la universidad en Ciudad de México y aunque dice que está contento de no haber seguido esa carrera (la llama una "disciplina muy conservadora"), casi todo su trabajo se involucra con fluidez con asuntos sociopolíticos.

"Leer teoría política es una suerte de ficción también. Es una suerte de creación de mundos", dijo.

Después de la universidad --y entre periodos de "vagancia y salir con los amigos"-- Herrera pasó un tiempo enseñando en Orléans, Francia, y luego estudiando posgrados en El Paso, Texas y en Berkeley, California, donde obtuvo su doctorado. Llegó como becario a la Universidad de Tulane en 2011, donde luego se hizo profesor, y ha vivido en Nueva Orleans desde entonces, aunque todavía pasa tanto tiempo en México como le es posible. "Sigue siendo el lugar desde donde escribo", dijo.

Aunque no siempre son explícitos, los paisajes discerniblemente mexicanos son centrales en sus tres novelas previas. Señales que precederán al fin del mundo, el primero de los libros de Herrera en ser publicado en inglés, usa la mitología mexica como guía de una historia sobre migración en la frontera entre EE. UU. y México. Ganó el premio al Mejor Libro Traducido, otorgado por la Universidad de Rochester, en 2016, y fue incluido en la lista de The Guardian de los mejores libros del siglo XXI.

Brenda Navarro, amiga suya y novelista, dijo que La estación del pantano está dirigida a una audiencia más universal que esos otros trabajos previos. Aun así, Herrera siempre busca una manera de conectar con sus raíces. Su estatus como una de las figuras literarias más prominentes de América Latina refleja tanto la originalidad de su trabajo como el papel que ha desempeñado en echar abajo las expectativas de lo que significa trabajar desde la región, dijo.

Ha hecho "que las nuevas generaciones nos atrevamos a jugar realmente con el lenguaje, que no hay que tenerle miedo a las letras, no hay que tenerle miedo a la gramática, no hay que tenerle miedo a los sonidos ni a que nos quieran poner notas de pie en España o unas explicaciones en otros idiomas", dijo Navarro.

La audacia de Herrera con la palabra escrita es tan creativa como precisa. En su computadora, un documento llamado "palabras" enlista docenas de palabras y frases que, en un momento u otro, quería incluir o excluir de La estación del pantano. Una de las más importantes, dijo, era canaille, una palabra usada en la Nueva Orleáns del siglo XIX para describir a las masas de forajidos e inadaptados de las cuales Juárez, en el exilio, se encuentra formando parte.

Ya sea en México, en Estados Unidos o en otro lugar, los canaille son aquellos que parecen capturar más que nadie el interés de Herrera y evocar su sentido de la solidaridad. Como dice un personaje de su novela: "¿Puede haber un lugar más interesante que donde se arroja lo que no sirve?". No es de sorprender que Herrera haya hecho de Nueva Orleans su hogar.

"Me hace pensar en los límites de la domesticidad y en lo que los poderes fácticos deciden que es la manera en que uno tiene que vivir", dijo Herrera. "Es difícil ir a otros sitios una vez que has vivido aquí".

Gran parte de la obra de Yuri Herrera se ha centrado en la realidad social de México. Ahora ha centrado su atención en Nueva Orleans, una ciudad singularmente estadounidense que ha sido su hogar durante 13 años. (Annie Flanagan/The New York Times)

"Es difícil ir a otros sitios una vez que has vivido aquí", dijo Herrera sobre Nueva Orleans. (Annie Flanagan/The New York Times)

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