La detonación letal de localizadores y comunicadores portátiles utilizados por militantes de Hezbollah la semana pasada en el Líbano demostró el poder del espionaje, pero también planteó interrogantes sobre la enorme vulnerabilidad de la cadena de suministro mundial.
Esa cadena es asombrosamente compleja. Tan compleja que probablemente esté fuera del alcance de los gobiernos, las empresas y otras instituciones interesadas. Incluso los participantes más sofisticados a menudo no tienen claro de quién dependen para obtener piezas críticas y materias primas, o dónde residen los riesgos.
La lección evidente de los trastornos de la cadena de suministro que acompañaron a la pandemia fue que, cuanto más largo es el camino que hay que recorrer para fabricar cualquier producto, mayor es la posibilidad de que algo salga mal, con el consiguiente retraso y aumento de costos.
Ahora hay una preocupación potente pero relacionada: cuanto más complicado es el trayecto, mayor es el riesgo de que ocurra algo ilícito.
Cada movimiento a lo largo del camino y cada empresa adicional que se incorpora al proceso de fabricación representa una oportunidad para que quienes persiguen objetivos violentos se introduzcan en el proceso y conviertan el producto en un arma.
“Las empresas deben decidir qué nivel de seguridad deben implementar en sus cadenas de suministro”, afirmó Hannah Kain, directora general de ALOM, una empresa de cadenas de suministro globales. “Acabamos de subir varios peldaños en la escala de la paranoia”.
Lo más probable es que los atentados del Líbano aceleren los cambios en la cadena de suministro.
En los últimos años, un grupo cada vez mayor de activistas laborales, políticos y críticos de la liberalización del comercio ha instado a las empresas estadounidenses a trasladar la producción de vuelta a su país o, al menos, más cerca del mercado nacional. Se han propuesto medidas conocidas como “reshoring” y “nearshoring” como medio de limitar la dependencia de fábricas lejanas -especialmente las de China- y protegerse de los peligros del transporte marítimo internacional.
La realidad de que las cadenas de suministro internacionales son susceptibles de ser penetradas por los que hacen la guerra está destinada a impulsarlas aún más.
En los últimos años, la preocupación por los riesgos de seguridad nacional se ha centrado en situaciones concretas de alto riesgo:
-Gran parte del mundo depende de las fábricas chinas para la manufactura de artículos críticos como cubrebocas, ingredientes para medicamentos esenciales y piezas para ventiladores y otros dispositivos médicos.
-China podría atacar Taiwán, amenazando las reservas de chips informáticos avanzados que están concentradas en la isla autónoma.
-Enfrentada a las sanciones internacionales tras sus ataques a Ucrania, Rusia ha recortado los envíos de energía a Europa.
-En Estados Unidos, quienes consideran a China una amenaza para la seguridad nacional han advertido que los equipos eléctricos y de telecomunicaciones de fabricación china podrían ser un caballo de Troya para ataques paralizantes contra infraestructuras básicas estadounidenses.
Pero los recientes atentados revelan cómo incluso ámbitos menos estratégicos y de perfil más bajo de la vida comercial entrañan graves riesgos para la seguridad.
En los puertos de todo el mundo, el volumen de mercancías que se mueven en contenedores es tan grande que ninguna autoridad puede inspeccionar más que una fracción.
Tras los atentados del Líbano, es probable que los políticos se vean presionados para ampliar el impulso al “reshoring” y el “nearshoring” más allá de los productos estratégicamente vitales, como los chips informáticos y los vehículos eléctricos. Las nuevas políticas podrían ampliar el impulso para concentrar la industria en Estados Unidos y en países amigos que puedan ofrecer garantías de blindaje de las cadenas de suministro frente a la intervención exterior.
Tanto el gobierno de Trump como el de Biden instaron a las empresas a trasladar las cadenas de suministro más cerca de casa.
El gobierno de Trump impuso aranceles generalizados a los productos chinos, una política ampliada por el gobierno de Biden, el cual también ha concedido decenas de miles de millones de dólares en subvenciones a empresas que construyen plantas de chips informáticos y fábricas de vehículos eléctricos en Estados Unidos. El gobierno también ha tratado de estimular la producción de ingredientes activos para productos farmacéuticos.
Muchas empresas estadounidenses ya han empezado a recuperar la producción.
La escasez de productos y el aumento de los costos de envío durante la pandemia provocaron que grandes empresas como Walmart y Columbia Sportswear trasladaran parte de su producción de Asia a países como México y Guatemala. El puerto terrestre de Laredo, Texas, centro neurálgico del comercio entre Estados Unidos y México, eclipsó los muelles del sur de California, que durante mucho tiempo fueron la puerta de entrada de los productos industriales fabricados en Asia.
Enfrentadas a la incómoda posibilidad de que sus fábricas en el extranjero sean susceptibles de caer en manos de agentes deshonestos, las empresas multinacionales estadounidenses podrían actuar con mayor agresividad para trasladar la producción a países donde los riesgos sean menores. En el análisis costo-beneficio que durante tanto tiempo ha impulsado la salida de fábricas de Estados Unidos hacia países donde la mano de obra es más barata y la normativa menos estricta, el valor de fabricar los productos en casa acaba de aumentar.
Sin embargo, contrariamente a algunos obituarios prematuros, la globalización no va a morir.
Abandonar el comercio internacional sería caro y estaría plagado de perturbaciones. La globalización, más bien, se está reconfigurando, dando un nuevo valor a la reducción de la distancia entre fábricas y mercados.
Todo esto ha surgido en respuesta a la creciente sensación de que Estados Unidos debe asegurarse de contar con amplias reservas de elementos críticos, en lugar de confiar su destino a cadenas de suministro que atraviesan océanos. Para quienes se inclinan por este punto de vista, la explosión de los localizadores supuso, en última instancia, una alerta prominente.
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