En 2019, Lydia Bugg trabajaba desde casa cuando un hombre trató de entrar por la fuerza. Bugg enfrentó al intruso en su pórtico, lo golpeó y gritó hasta que salió huyendo. Conmocionada por el incidente, sabía lo que debía hacer a continuación: ir a terapia.
"No podía sentirme cómoda en casa", relató Bugg. "En realidad, tampoco me sentía cómoda en público".
Una amistad de Bugg le dijo que, si no atendía de inmediato su trastorno por estrés postraumático, o TEPT, sus síntomas podían empeorar. Pero en Nashville, Tennessee, donde vivía en aquel entonces, ninguno de los terapeutas que contactó aceptaba su seguro médico.
Bugg tenía Blue Cross Blue Shield, el plan de salud más popular en Tennessee. Pero todos los terapeutas le dijeron lo mismo: "La manera en que Blue Cross Blue Shield paga a los proveedores no nos permite tener el tiempo y los recursos para ayudarte", recordó Bugg.
Los terapeutas con consultorios privados tienen muchos motivos para no aceptar seguros de gastos médicos. Si lo hacen, no pueden negociar un sueldo más alto con la aseguradora, pedir un aumento ni recibir un pago más proporcional a su experiencia. Pese a la ley federal de igualdad de la salud mental que se aprobó en 2008, los planes de seguros en realidad no tienen la obligación de cubrir tratamientos de salud mental.
Bugg no se dio por vencida y encontró un proveedor de terapia cognitivo conductual especializado en TEPT. El terapeuta "me ayudó inmensamente", afirmó Bugg. Su tarifa de 170 dólares por sesión, no la ayudó tanto.
"Eso era mucho dinero para mí y mi marido en aquel entonces", reconoció Bugg, de 35 años. Para lograrlo, iba a terapia esporádicamente, solo cuando podía costearla.
Pero cuando llegaban las facturas de la terapia era como "revivir el trauma", explicó Bugg.
La situación de Bugg --que el costo de la terapia se vuelva una fuente de angustia psicológica-- no es poco común. Cada vez más, la terapia se recomienda como un tratamiento crucial para las personas con trastornos de salud mental y una especie de educación obligatoria para los adultos bien equilibrados. Pero se habla menos de cómo el costo de la terapia está fuera del alcance de muchos estadounidenses.
Quienes sí logran empezar una terapia a menudo no pueden permitirse continuarla: una encuesta de 2022 a 1000 adultos en terapia realizada por Verywell Mind, un sitio web que moderan profesionales de la salud mental, halló que casi una tercera parte de los encuestados había dejado de ir a terapia para ahorrar dinero y a casi la mitad le preocupaba no poder seguir pagándola.
Sopesar los costos
Una y otra vez, los estadounidenses mencionan las finanzas personales como una de las principales fuentes de estrés en su vida. Tratar de atender problemas de salud mental a través de sesiones costosas de terapia puede crear su propio ciclo de ansiedad para quienes buscan ayuda profesional.
"Tienen que decidir: ¿ese costo vale el efecto del tratamiento, el beneficio que recibo de asistir a estas sesiones?", planteó Jeremy Coleman, presidente del Comité sobre el Estatus Socioeconómico de la Asociación Estadounidense de Psicología.
Ahora que los costos de vida van al alza, Coleman señaló que esta puede ser una decisión difícil. La gente que necesita y quiere ir a terapia suele batallar con la pregunta de si puede regatear el precio de su salud mental.
Esta es la clase de problemas que uno querría trabajar en terapia. Pero hablar de dinero puede ser difícil, incluso con alguien que se dedica a escuchar.
"Es difícil decirle a tu plomero: 'Oye, ya no tengo dinero para pagar este servicio que me ayuda', ya ni hablar de tu terapeuta", señaló Laura Ulrich, residente de 27 años de Richmond, Virginia. Aunque un proveedor acepte un seguro, el costo de la terapia puede ser insostenible.
En 2021, el copago de la terapia de Ulrich era de 25 dólares. Pero ganaba 15 dólares la hora en su trabajo como barista en Starbucks, y las facturas de la terapia empezaron a pesarle.
Es común que los clientes digan que les preocupa no poder seguir pagando la tarifa, comentó Laura Freeman, terapeuta certificada marital y familiar con un consultorio privado en Alpharetta, Georgia. Pero si los clientes sienten ansiedad respecto al dinero, es poco probable que lo expresen. "O siguen pagando y viven con esa angustia", dijo Freeman, "o si no pueden hacer eso, simplemente nos dejan de hablar".
Cuando los clientes sí mencionan sus angustias financieras, puede que su terapeuta les recuerde que, si bien es empático, también vive de esto. Nina Lee, una cineasta de 33 años que vive en Atlanta, recordó la ocasión en que le confesó sus preocupaciones financieras a su terapeuta.
"Estaba llorando frente a ella, sollozando por lo estresada que estaba, no podía seguir viéndola", contó Lee. "Y recuerdo que ella solo me respondió: 'Bueno, mira, cuando puedas costearlo, aquí estaré'. Y yo le contesté: 'Bueno, si me mato antes de que eso pase, gracias'".
Luego de un tiempo, Lee cumplió con los requisitos para ser miembro del Sindicato de Guionistas de Estados Unidos, obtuvo el seguro del sindicato y encontró a una gran terapeuta que aceptó su seguro.
Lo que los clientes a menudo no comprenden, indicó Maggie Mulqueen, terapeuta con consultorio privado en Brookline, Massachusetts, es que los terapeutas que ofrecen consulta privada están a merced de las aseguradoras.
Mulqueen acepta algunos planes de seguro, pero en muchos casos, aceptar seguros "no tiene ninguna lógica para mí, en términos económicos", admitió.
Generar facturas para las aseguradoras implica muchas horas de trabajo administrativo no remunerado y "a veces es una pesadilla", mencionó Terrence Stewart, trabajador social clínico con licencia en Houston que acepta algunos tipos de seguro.
Muchos proveedores dicen que uno de los problemas es que los programas de formación para terapeutas suelen ofrecer poca orientación sobre cómo hablar de dinero con los clientes, o qué hacer cuando los clientes no pueden costear la terapia. El código de conducta de la Asociación Estadounidense de Psicología ofrece poca orientación sobre la fijación de tarifas, aunque algunas organizaciones profesionales, como la Asociación Estadounidense de Consejería, motivan a los proveedores a hacer trabajo "pro bono". Algunos terapeutas, al notar las altas tasas de desgaste profesional y el aumento de la demanda de sus servicios, se motivan entre sí a cobrar más para protegerse.
Damonde Hatfield en su lugar de trabajo como asistente social en una organización para personas sin hogar en Inglewood, California, el 6 de septiembre de 2024. (Ryan Young/The New York Times).
Lydia Bugg en su casa en Des Plaines, Illinois, el 5 de septiembre de 2024. (Mustafa Hussain/The New York Times).