Cerca del centro del monumento circular de unos 5000 años de antigüedad, conocido como Stonehenge hay un trozo rectangular de arenisca roja de seis toneladas.
En la leyenda del rey Arturo, la llamada piedra del altar formaba parte del anillo de rocas gigantes que el mago Merlín transportó por arte de magia desde el monte Killaurus, en Irlanda, hasta la llanura de Salisbury, una meseta en el sur de Inglaterra, un viaje relatado hacia 1136 por un clérigo galés, Geoffrey de Monmouth, en su Historia Regum Britanniae.
Desde entonces, el origen aceptado de la piedra del altar ha cambiado, y abarca una serie de posibles emplazamientos desde el este de Gales y las Marcas Galesas en el norte de Inglaterra. El miércoles, un estudio publicado en la revista Nature vuelve a trazar la odisea del megalito de forma más definitiva, proponiendo una trayectoria mucho más larga de lo que los científicos habían creído posible.
Los investigadores analizaron la composición química y la edad de los granos minerales de dos fragmentos microscópicos de la piedra del altar. De este modo pudieron determinar que la piedra procede de la cuenca de las Orcadas, en el noreste de Escocia, una zona que abarca Inverness, las islas Orcadas y las islas Shetland. Para llegar al yacimiento arqueológico en Wiltshire, el megalito habría recorrido al menos 748 kilómetros por tierra o casi 1000 kilómetros a lo largo de la costa actual si hubiera llegado por mar.
“Se trata de un resultado realmente sorprendente”, dijo Rob Ixer, mineralogista jubilado e investigador del University College de Londres, quien colaboró en el proyecto. “El trabajo plantea dos preguntas importantes: ¿cómo y por qué recorrió la piedra todo el Reino Unido?”
Stonehenge presenta dos tipos de rocas: las sarsen, de mayor tamaño, y las bluestones o piedras azules, más pequeñas. Las sarsen son losas de arenisca que se encuentran de forma natural en el sur de Inglaterra. Pesan en promedio unas 20 toneladas y se erigieron en dos disposiciones concéntricas. El anillo interior es una herradura de cinco trilitos (dos rocas en posición vertical rematados por una tercera en posición horizontal), de los que aún se conservan tres completos.
Las piedras azules, principalmente rocas de dos a cuatro toneladas de arenisca y material ígneo, deben su nombre a la tonalidad gris azulada que adquieren cuando están mojadas o recién rotas. Las más pequeñas fueron transportadas a Stonehenge desde una distancia de 225 kilómetros y dispuestas en un arco doble entre las sarsen. Algunas de las piedras azules restantes se han caído; otras son meros tocones. La piedra más grande, de 4,8 metros de largo y cerca del centro, es la piedra del altar.
Los arqueólogos especulan que la piedra del altar se instaló en Stonehenge durante la segunda fase de construcción, entre el 2620 a. C. y el 2480 a. C. En la Edad de Piedra, durante el solsticio de invierno, el sol se ponía en una estrecha ranura entre el trilito más alto y caía sobre la piedra del altar, que estaba colocada en el eje del solsticio. El efecto ya no es visible: la mitad del trilito se ha derrumbado y hoy yace en un amasijo sobre la piedra del altar.
El año pasado, un equipo de investigadores dirigido por Richard Bevins, geólogo de la Universidad de Aberystwyth en Gales y autor del nuevo estudio, publicó un artículo en el que demostraba que la piedra del altar no era galesa, sino que muy probablemente procedía del norte. Los investigadores estaban intrigados por la presencia de unos pocos circones extremadamente antiguos, minerales químicamente estables y muy resistentes a la intemperie y al calor. Recurrieron a colegas de Australia Occidental, quienes tenían acceso a una serie de instrumentos utilizados en la industria minera para la investigación y la exploración.
A partir de fragmentos de la piedra del altar, los investigadores australianos analizaron granos de circón, apatito y rutilo. “Los tres minerales contenían uranio, lo que los convertía en relojes atómicos en miniatura”, dijo Anthony Clarke, doctorando en geología de la Universidad Curtin en Perth, quien dirigió la investigación. “Se puede determinar la edad midiendo la proporción entre el uranio y el plomo y utilizando la tasa conocida de desintegración del uranio”.
Este tipo de datación radiométrica llevó a Clarke y a su equipo a concluir que las fuentes del circón procedían en gran parte de la era mesoproterozoica (de hace unos 1600 a 1000 millones de años) y del eón arcaico (entre unos 4000 y 2500 millones de años atrás), mientras que la apatita y el rutilo eran de mediados del Ordovícico (de entre unos 470 a 458 millones de años atrás). “Juntamos las edades para crear una huella dactilar del origen de los granos minerales”, dijo.
La “huella dactilar” se comparó con las de los depósitos sedimentarios de miles de afloramientos rocosos de Gran Bretaña, Irlanda y el norte de Europa. “La unión de los datos reveló una sorprendente similitud con la arenisca de la cuenca de las Orcadas”, dijo Clarke. “La piedra del altar tiene una firma escocesa estadísticamente distinta de los terrenos del sur”.
Nick Pearce, geoquímico de la Universidad de Aberystwyth quien también colaboró en el nuevo estudio, dijo que la investigación echaba por tierra la teoría de que la piedra del altar era un glaciar errático que llegó al sur de Inglaterra en un témpano de hielo. “Durante las dos últimas glaciaciones, la dirección del hielo en el noreste de Escocia fue hacia el norte”, dijo. “La idea de que la piedra del altar llegara por transporte glaciar es casi imposible”.
Entonces, ¿cómo llegó la piedra del altar a la llanura de Salisbury? “Hay dos opciones: por tierra o por mar”, dijo Pearce. “Cada una tiene méritos y también enormes problemas”.
El transporte marítimo habría supuesto colocar una roca de seis toneladas en una embarcación neolítica, dijo. La ruta terrestre presentaba ríos que cruzar, montañas que rodear y densos bosques que atravesar. "Voy a dejar esa pregunta a los arqueólogos", dijo Clarke.
Tim Daw, un granjero de Wiltshire que en su momento trabajó en Stonehenge para English Heritage, una organización benéfica, dijo que el nuevo estudio nos acercaba a la comprensión de nuestro pasado en la Edad de Piedra. “El modo en que el descubrimiento nos informa sobre la organización social de los neolíticos es el inicio de un gran debate”, dijo.
*Franz Lidz ©The New York Times