'Au revoir', París: así dejan Francia los Juegos Olímpicos

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Unas competencias llenas de júbilo, un Sena limpio y mejoras en la región han renovado el entusiasmo de los parisinos después de haber acogido al gran evento deportivo clausurado el domingo.

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Hubo bomberos franceses dando volteretas como acróbatas, un músico tocando un piano que colgaba verticalmente en el aire y atletas olímpicos desbordando el escenario y formando un pogo alrededor de la banda francesa de electro-pop Phoenix.

Los Juegos Olímpicos de París terminaron como empezaron: con un espectáculo estridente ante una multitud jubilosa, una dosis generosa de luces estroboscópicas, humo y fuegos artificiales. Y entonces el actor Tom Cruise descendió del tejado del estadio para recoger la bandera olímpica de manos de la gimnasta Simone Biles y llevársela en su motocicleta, al estilo de Top Gun y Misión: imposible hasta Los Ángeles, donde se celebrarán los próximos Juegos Olímpicos de verano en 2028.

"Juntos, hemos vivido los Juegos como nunca antes los habíamos vivido", dijo Tony Estanguet, presidente del comité organizador de los Juegos Olímpicos de París, y añadió que, entre todos los récords batidos, figuraba el de propuestas de matrimonio. "De un día para otro, el tiempo se detuvo y a todo un país se le puso la piel de gallina".

Mientras París dice au revoir a los Juegos Olímpicos, muchos se resisten a desprenderse de su magia: de la emoción cargada de adrenalina, de la fiesta libre de debate político, de la sensación de tiempo deliciosamente suspendido, como el pebetero olímpico resplandeciente que se ha cernido con nostalgia sobre la ciudad cada noche.

Mientras París dice au revoir a los Juegos Olímpicos, muchos se resisten a desprenderse de su magia: de la emoción cargada de adrenalina, de la fiesta exenta de debate político, de la sensación de tiempo deliciosamente suspendido, como el pebetero olímpico resplandeciente que se ha cernido con nostalgia sobre la ciudad cada noche.

Desde el principio, la promesa fue que las Olimpiadas ofrecerían algo más que una escapada hedonista de 17 días. Los Juegos Olímpicos serían ecológicos, de bajo presupuesto y ofrecerían mejoras duraderas en la vida de los ciudadanos, especialmente en los suburbios pobres de Sena-Saint-Denis que acogieron decenas de eventos, la villa de los atletas y la ceremonia de clausura del domingo.

El balance final en todos los frentes llevará meses, si no años en calcularse. Pero muchos de los que antes criticaban los Juegos admiten que ya se han producido mejoras. El famoso cinismo francés ha dado paso a un optimismo inusitado.

"Estoy muy contenta de ver esto", dijo Suzie Raveleau, de 34 años, quien se unió a la multitud que se alineaba en la orilla del Sena una mañana de esta semana para presenciar algo que nunca pensó que vería en su vida: nadadores chapoteando en el agua.

"Todo el mundo pensaba que no era posible, hasta hace dos semanas", dijo.

Cuando se le preguntó si el próximo verano se metería ella misma en las turbias aguas marrones, su respuesta no se hizo esperar: "Sí. Me encantaría. Me encanta nadar".

Limpiar el Sena lo suficiente para permitir las pruebas olímpicas de natación será el mayor legado de los Juegos, y posiblemente el más duradero. El gigantesco proyecto de ingeniería y el delicado trabajo de relaciones humanas costaron 1500 millones de dólares, una inversión que pocas cosas, salvo unas Olimpiadas, podrían inspirar.

Por supuesto, los resultados no fueron perfectos. Un puñado de nadadas de familiarización durante los Juegos y un día de competición se pospusieron debido a la mala calidad del agua, y algunos atletas reportaron que sufrían malestares estomacales después meterse al río, alimentando el escepticismo de que la limpieza podría no haber sido tan exhaustiva como se requería.

Pero las autoridades publicaron los resultados, limpios, de los análisis del agua y han prometido que abrirán lugares públicos para nadar el próximo verano no solo en París, sino también río arriba y, eventualmente, con más obras ya presupuestadas, río abajo, algo prohibido desde hace más de un siglo.

"Durante años, el Sena fue considerado casi una cloaca, por lo que reconquistarlo y limpiarlo parecía imposible para muchos", declaró alegremente la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, tras ver a los primeros triatletas zambullirse iniciados los Juegos Olímpicos. Y añadió: "Ahora podemos decir que podemos hacer cosas que parecen extraordinarias".

La limpieza del Sena fue la parte más simbólica de la promesa de París de ecologizar masivamente los Juegos, reduciendo a la mitad las emisiones de carbono y el uso de plásticos con respecto a acontecimientos anteriores.

El legado de algunas de esas decisiones ya está dando resultados. Todas las sedes olímpicas se conectaron a la red eléctrica del país, incluidos los estadios que tradicionalmente funcionaban con generadores diésel altamente contaminantes, y el gobierno ha prometido ayudar a financiar obras similares en otros 300 estadios a nivel nacional, según Georgina Grenon, quien dirigió los esfuerzos medioambientales de París 2024. Se han creado casi 160 kilómetros de carriles para ciclismo que conectan las sedes olímpicas de la ciudad y los suburbios, así como muchas plazas nuevas de aparcamiento para bicicletas, de las que se conservarán 10.000.

"Esperaba que fuera una catástrofe", dijo Alexia Côte, de 27 años, residente de Medicina, quien se acercó en bicicleta a la zona de aficionados más concurrida de la ciudad, donde los parisinos rugían hasta quedarse roncos animando a Léon Marchand, nadador sensación del país. "Montar bicicleta en París ahora mismo es fantástico".

Mientras los visitantes se centraban en la belleza de las sedes olímpicas situadas en un París perfecto para Instagram, los beneficios más duraderos de los Juegos se dejarán sentir en Sena-Saint-Denis, el extenso y menos fotogénico suburbio que en Francia es sinónimo de pobreza, inmigración y delincuencia.

Aquí se erige uno de los dos únicos edificios deportivos permanentes construidos para los Juegos: el precioso centro acuático, donde los clavadistas se contorsionaron con elegancia desde torres y trampolines hacia el agua. Está previsto que el año que viene abra sus puertas como centro comunitario.

Aquí también se construyó la villa de los atletas. Cuando los deportistas se marchen, sus 40 edificios se convertirán en el hogar de unas 6000 personas, una cuarta parte de ellas serán viviendas sociales.

Una miríada de pequeños añadidos olímpicos ya han empezado a transformar la vida de los habitantes: desde estadios y piscinas recién renovados hasta nuevos puentes que abren barrios aislados al desarrollo, pasando por una nueva estación de metro inaugurada poco antes del comienzo de los Juegos.

Cerca de allí, un imponente hotel promete ser el primero de muchos. Los Juegos Olímpicos financiaron la descontaminación de antiguos terrenos industriales, que se transformarán en un nuevo barrio y zona de ocio, con numerosos hoteles y restaurantes, según el alcalde de Saint-Denis, Mathieu Hanotin.

"A menudo se nos ha caricaturizado y menospreciado, y queríamos demostrar que somos una ciudad acogedora", dijo Hanotin, antes de ir corriendo a ver las eliminatorias de relevos masculinos de 100 metros en el abarrotado Stade de France, frente a su oficina. "Que nos divertimos en Saint-Denis. Sabemos hacer las cosas, pero además somos amables".

El impulso olímpico no solo ofreció nuevos puestos de trabajo, sino una nueva reputación, dijo, repitiendo una palabra como un mantra: orgullo.

Durante las dos últimas semanas, Sena-Saint-Denis se ha llenado del mismo entusiasmo olímpico que la capital, y sus zonas llenas de aficionados han atraído a lugareños y turistas por igual.

"Parece como si estuviéramos realmente en Francia", dijo Mounia Ben Keddache, quien había llevado a sus dos hijas pequeñas a un parque donde los niños correteaban alrededor de un muro para escalar, jugaban al tenis de mesa y se probaban guantes de boxeo para golpear un saco de boxeo inflable. "Antes no se sentía así".

Muchos vecinos hablaban maravillas de lo limpias que estaban de repente sus calles, de lo amable que era la policía y de cómo la mayor presencia de agentes había ahuyentado a los traficantes de droga y a los carteristas, haciéndoles sentir más seguros. Pero la fiesta se acababa, los atletas se despedían y los turistas guardaban la ropa sucia en sus maletas y volvían a casa.

Una imagen de Billie Eilish cantando inquietantemente "don't want to say goodbye" (no quiero decir adiós, en español) desde Long Beach, California, en un segmento pregrabado ofreció una muestra de la resaca que estaba por llegar. ¿Qué quedaría?

La respuesta, para muchos franceses, fue inusualmente optimista.

"Va a haber un legado", dijo Mohamed Chebli, de 38 años, mientras fumaba en su pizzería cerca de la nueva estación de metro de Pleyel. "Es un buen comienzo".

Ségolène Le Stradic colaboró con la reportería.

Catherine Porter es reportera internacional del Times y cubre Francia. Está radicada en París. Más de Catherine Porter

Ségolène Le Stradic colaboró con la reportería.

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