El mundo que le espera al próximo presidente de los Estados Unidos

El escenario global ha cambiado, y mucho, desde la última elección. El candidato que salga victorioso en los comicios de noviembre deberá enfrentar grandes desafíos en materia de política internacional

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El próximo presidente de los Estados Unidos, sea Kamala Harris o Donald Trump, enfrentará los desafíos de un mundo cambiante y cada vez más difícil para la gran potencia. (Al Drago for The New York Times)
El próximo presidente de los Estados Unidos, sea Kamala Harris o Donald Trump, enfrentará los desafíos de un mundo cambiante y cada vez más difícil para la gran potencia. (Al Drago for The New York Times)

Algunas preguntas para el nuevo presidente de los Estados Unidos: ¿En caso de ser necesario, está dispuesto a usar la fuerza para prevenir a Irán de adquirir armas nucleares, o evitar que China se imponga sobre Taiwán? Ambos eventos podrían suceder en el próximo mandato. ¿Está dispuesto a utilizar un embargo de armas sobre Israel o Ucrania en pos de forzar un alto al fuego que ellos no quieren? ¿Está preparado para aumentar el gasto militar a niveles de la Guerra Fría para competir con las grandes potencias y nuevas amenazas asimétricas, como los hutíes en Yemen?

Por sobre todas las cosas, ¿cree que mantener nuestra primacía global vale el precio en esfuerzo, dinero e incluso, sangre? Si la respuesta a esa última pregunta es “no”, una respuesta que tiene las virtudes de la honestidad, la modestia y la templanza, entonces usted puede ignorar las preguntas anteriores. También puede consolarle la ilusión de que el mundo nos dejará en paz a cambio de que lo dejemos en paz.

Lamentablemente, el mundo no funciona de esa manera. A diferencia de, digamos, Nueva Zelanda, no somos un país agradable y remoto bajo la protección implícita de un aliado. Es decir, nadie nos va a proteger si no nos protegemos nosotros mismos. Tenemos intereses territoriales, marítimos y comerciales que abarcan todo el mundo y que nos exigen vigilar los bienes comunes globales contra los peligrosos actores que nos desafían, desde China en el Mar de China Meridional hasta Irán en el Estrecho de Ormuz y Rusia en el dominio cibernético. Defendemos un conjunto de ideas, centradas en los derechos humanos y las libertades personales que invariablemente atraen la atención violenta de déspotas y fanáticos.

Hemos probado el aislacionismo antes, en las décadas de 1920 y 1930 y sabemos que la historia terminó mal. Todos estos puntos solían ser una obviedad. Ya no. Cuando JD Vance dijo en 2022 que “realmente no me importa lo que le pase a Ucrania de una forma u otra”, implícitamente estaba sugiriendo que estaba –o al menos estaba cerca de– rechazar los costos de la primacía global. Cuando Kamala Harris dijo en 2020 que “estoy inequívocamente de acuerdo con el objetivo de reducir el presupuesto de defensa y redirigir los fondos a las comunidades necesitadas”, ella también lo estuvo.

Ambas declaraciones eran tontas cuando se hicieron. Ahora son peligrosos. Rusia, Irán, Corea del Norte y China se han unido en un vasto Eje de Agresión que encuentra víctimas desde Kharkiv hasta Tel Aviv y las Islas Spratly frente a Filipinas. Beijing ha duplicado su arsenal nuclear en los últimos años y podría volver a duplicarlo hacia finales de la década. El tiempo de ruptura nuclear de Teherán (el tiempo necesario para producir el uranio apto para armas de una bomba, aunque no una bomba en sí) es “probablemente ahora una o dos semanas”, según el secretario de Estado Antony Blinken. Moscú parece haber hecho una pausa en sus planes de armar a los hutíes con misiles, pero la amenaza de hacerlo le da al Kremlin influencia en otras partes del mundo.

Esto equivale a lo que una máxima leninista llama explorar con bayonetas: “cuando se encuentra papilla se empuja...”

Esta “papilla” fue la débil respuesta de George W. Bush a la invasión rusa de Georgia, seguida por la igualmente débil respuesta de Barack Obama a la toma de Crimea por parte de Rusia en 2014. También fueron las amenazas de Donald Trump de retirarse de la OTAN, su intento (frustrado por sus propios asesores) de retirar las tropas estadounidenses del norte de Siria, sus patéticas esperanzas de llegar a un acuerdo con los talibanes. Fue la ejecución descuidada de la retirada de Afganistán por parte del presidente Joe Biden. Fue la lentitud en la entrega de sistemas de armas críticos para Ucrania y la débil respuesta a los ataques de las milicias respaldadas por Irán contra las tropas estadounidenses lo que, como era de esperar, se reanudó esta semana.

Existe una tercer parte de la máxima: “si encontrás acero, te retiras”. En su mejor momento, Biden proporcionó el acero (y la columna vertebral) que ayudó a Ucrania a defenderse de la invasión rusa. Lo hizo nuevamente al incorporar a Finlandia y Suecia a la OTAN, disuadir a Hezbollah de invadir el norte de Israel después del 7 de octubre, profundizar las alianzas militares en todo el Pacífico y prometer luchar por Taiwán en caso de una invasión china.

La historia recordará bien este lado del legado de Biden. La pregunta que surge es si el próximo presidente aprovechará esto o se desligará.

Existe la conveniente creencia de que en realidad no importa lo que digan o incluso piensen los candidatos sobre el papel que Estados Unidos debería asumir: se piensa que las consideraciones de interés y prestigio nacional dictarán políticas exteriores más o menos similares, ya sea bajo Harris o un administración Trump, los cuales mantendrán el status quo. Eso es un engaño.

Las señales de debilidad o fortaleza que envíe la próxima administración en sus primeras semanas o meses en el cargo darán forma a las decisiones fundamentales de nuestros adversarios cada vez más unidos y voluntariosos, así como de nuestros aliados cada vez más asustadizos. La gente del MAGA que piensa que deberíamos abandonar Ucrania para enfrentar a China debería preguntarse cómo abandonar a un aliado en Occidente de alguna manera no envalentonará a un adversario en el Este. Los progresistas que dicen que gastamos demasiado en defensa podrían preguntarse cuánto costaría restaurar la paz una vez que esta haya sido quebrada.

Se suponía que la invasión de Ucrania y el 7 de octubre serían las alarmas de que la larga siesta de la historia realmente había terminado. No podemos simplemente seguir presionando el botón de repetición.

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