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Cuando Donald Trump intenta ganarse a un público que no es inherentemente el suyo, los resultados pueden ser algo incómodos.
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El fin de semana pasado, en solo 24 horas, Donald Trump visitó dos mundos muy diferentes al suyo.
El viernes por la noche se presentó ante líderes religiosos en West Palm Beach, Florida. La tarde siguiente estuvo en Nashville, charlando con miles de criptoevangelistas en una conferencia sobre bitcóin.
Estos grupos no podrían ser más diferentes, y Trump --que ni es devoto ni domina la tecnología-- no era el defensor ideal para ninguno de los dos. Y, sin embargo, las dos apariciones proporcionaron un caso práctico para observar cómo él va cambiando de códigos --del cristianismo a las criptomonedas-- mientras hace campaña.
Suplica, fanfarronea, hace promesas extravagantes. Y sus intentos de ganarse a un público que no es inherentemente el suyo pueden ser muy incómodos.
El viernes habló en la Cumbre de los Creyentes, una conferencia religiosa organizada por Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA, un grupo activista conservador. Se trataba de un evento de producción impecable, adecuado para los televangelistas sureños y los cientos de pastores y jefes de ministerios que acudieron a la cita.
En este contexto, el tema central fue el martirio, y Trump le sacó todo el jugo que pudo ("Recibí una bala por la democracia", dijo en un momento).
Esa noche, su discurso osciló entre los tormentos del infierno y el intento desesperado de sonsacar votos. "No sé cómo un católico puede votar por los demócratas", dijo, "porque van tras los católicos casi tanto como van por mí. Yo diría que los supero a ustedes". Dijo que a su nueva probable rival, la vicepresidenta Kamala Harris, "no le gustan los judíos", a pesar de que su marido es judío.
Sin embargo, cuando presumió del logro que probablemente más importaba a estos votantes --los nombramientos en la Corte Suprema que llevaron a la anulación del fallo Roe contra Wade y que pusieron a la política del aborto en manos de los estados--, la visita del Trump se complicó.
La multitud lo abucheó cuando dijo que apoyaba las prohibiciones del aborto que incluyen excepciones por violación, incesto o salud de la madre. "Creo que es muy importante", argumentó, poniéndose de pronto a la defensiva.
"Hay que ganar elecciones", dijo. "Si no haces ciertas cosas, no vas a ganar elecciones, y será una victoria muy pírrica: una victoria que en realidad no es tal".
Algunos de los creyentes que piensan votar por Trump confesaron su ambivalencia. "No creo que Trump sea perfecto, no es Jesús, así que mejor no idolatrarlo", afirmó John Clark, de 26 años, un diseñador gráfico de Minneapolis. "Por mucho que represente los valores conservadores, en muchos sentidos no lo hace. Por ejemplo, digamos, estar lleno de odio en algunos aspectos".
Ben Carson, el secretario de vivienda y desarrollo urbano durante el mandato de Trump, le recordó a la multitud que Trump venía de "el despiadado mundo" de los bienes raíces de Manhattan. "Pero está bien, porque, ya saben, David también era un tipo bastante turbio en la Biblia - o sea, asesinato y adulterio y engaño. Y, sin embargo, Dios dijo que es un hombre conforme a su corazón".
Los cristianos conservadores y Trump tienen un acuerdo desde hace mucho tiempo: ellos pasan por alto ciertos atributos personales y él cumple con sus prioridades. El discurso de Trump parecía enfocado en recordarles su parte del trato.
Los reprendió por no votar en cantidades suficientes. "No quiero regañarlos", dijo, "pero ¿sabían que los cristianos no votan proporcionalmente? No votan como deberían".
Les prometió que si, por favor, se aguantaban y votaban por él una última vez, les concedería todos sus deseos y nunca más tendrían que volver a molestarse con ir a las urnas. "No tendrán que hacerlo nunca más", exhortó el expresidente. "Cuatro años más, quedará arreglado, todo estará bien, ya no tendrán que votar nunca más, mis hermosos cristianos".
Al terminar, habló a sus hermosos cristianos acerca de la próxima parada en la campaña electoral. "Mañana, voy a estar con los de bitcóin", dijo. "Eso es un poco diferente".
Y lo fue.
La tarde siguiente, en el Music City Center de Nashville, Trump tuvo un nuevo comienzo. Enfrente tenía una nueva multitud a la que podía prometer el mundo sin preocuparse por la realidad de la política o las elecciones.
"Hola, bitcoineros", dijo a miles de entusiastas del blockchain en la conferencia Bitcoin 2024. "Es un gran honor".
No tenía que volver a hablar de Jesús. Ahora predicaba el evangelio de las criptomonedas. "Nunca ha habido nada igual", dijo. "La mayoría de la gente no tiene ni idea de qué demonios es. Lo saben, ¿no?".
Era un espectáculo absurdo: un ludita que no hace mucho ordenó a uno de sus colaboradores que le siguiera a todas partes con una impresora portátil para poder leer las noticias de internet en papel ahora ensalzaba ahora las maravillas del bitcóin, una moneda digital que recientemente describió como "basada en aire".
Era un público atípicamente apolítico para él. No eran partidarios naturales de Trump. Muchos de ellos podrían ser mejor descritos como, simplemente, tipos a los que les gusta la tecnología. Algunos comentaron que nunca habían votado antes, pero que sentían curiosidad por Trump.
"Viene aquí y trata de ganarse su voto. Eso lo respeto", dijo Dave Smith, un comediante que habló antes que el expresidente. Smith dijo que tal vez Trump no era tan malo, si se le juzgaba por sus enemigos --a saber, "todos los medios de comunicación corporativos" y las agencias de inteligencia-- y la multitud expresó con sus aplausos que estaba de acuerdo.
Trump empezó con halagos. Les dijo que todos eran "personas con un alto coeficiente intelectual" y trató de hablarles, no con mucha fluidez, de un tío suyo que había sido profesor en el MIT. "De hecho, habría encajado muy bien en esta sala", les dijo Trump.
En un momento dado, hizo un paréntesis para hablar sobre cómo Bill y Hillary Clinton asistieron a su tercera boda, con Melania, y el público parecía no saber qué hacer con esta información.
También intercaló el material habitual, el discurso oscuro que suele funcionar tan bien en sus mítines: habló de ciudades en decadencia, de "fascistas de izquierda" y de flujos de inmigrantes que cruzan la frontera. Sin embargo, toda esa tragedia nacionalista fue mejor recibida por los creyentes de Florida; en el evento de bitcóin, sus agravios se quedaban flotando en el aire. A veces hacía una pausa para recibir un aplauso que nunca llegaba. Solamente habló de elecciones robadas una vez, y pasó rápidamente a otra cosa.
Sin embargo, su discurso, preparado con teleprompter, estaba lleno de elementos incluidos para ganarse al público. Trump empezó a lanzar promesas: dijo que nombraría un consejo asesor de cripto ("¿A alguien le gustaría estar en ese consejo?") y que crearía una "reserva nacional estratégica de bitcóin".
Juró que despediría a Gary Gensler, el presidente de la Comisión de Bolsa y Valores, quien es la pesadilla de todos los bitcoineros, y la sala estalló. Trump se sorprendió por la reacción.
"¡Vaya, no sabía que fuera tan impopular! Déjenme repetirlo". Volvió a decir la frase y la sala empezó a corear, por primera vez, "¡Trump! ¡Trump! Trump!".
Por fin había encontrado un villano, y fue ahí cuando la conferencia de bitcóin se convirtió en un mitin de Trump.
"Van a estar muy contentos conmigo", dijo a la multitud. Trump dijo que haría de Estados Unidos "la capital cripto del planeta", y el estruendo continuó.
Hubo otros villanos sobre los que advertir: llamó a los demócratas "totalitarios" que están "empeñados en aplastar el cripto". Tal vez anticipando este ataque, la vicepresidenta Kamala Harris comenzó a tener contactos con las empresas de cripto la semana pasada, una aparente señal de que su gobierno estaría más abierto a este espacio que el actual, según informes de The Financial Times y The Wall Street Journal.
El discurso del expresidente fue bien recibido por muchos de los asistentes. "Nunca he votado y no estoy afiliado a ningún partido", dijo Sean McCaffrey, de 24 años, quien trabaja para una empresa de criptomonedas llamada TravelSwap y estaba de visita desde Jacksonville, Florida. "Es posible que me haya ganado".
Si los bitcoineros y Trump entraron en un nuevo y duradero acuerdo político, es muy pronto para saberlo. Aunque pasó 50 minutos hablando efusivamente de su nuevo amor por las criptomonedas, hubo pocos indicios de que entendiera las políticas que había prometido, o si podría ejecutarlas. (La Corte Suprema no se ha pronunciado sobre si un presidente puede despedir a un comisario de la Comisión de Bolsa y Valores sin causa justificada).
Cuando se despidió del grupo, Trump reconoció que aún no era parte de su mundo: "Que se diviertan con su bitcóin y su cripto, y con todo lo demás con lo que están jugando".