Kiley DeMarco asistió hace poco a la Noche de la Seguridad en la escuela primaria pública de sus hijos en Long Island, Nueva York. Mientras recorría los distintos puestos para informarse sobre cómo proteger a sus hijos de la ingesta accidental de una gomita de cannabis, sobre un programa local de prevención de la violencia o sobre cómo responderían los agentes de policía en caso de emergencia en el campus, un puesto le llamó la atención: un padre pedía a otros que se comprometieran a no dar teléfonos inteligentes a sus hijos hasta el final del octavo grado.
DeMarco tiene dos hijos, uno en preescolar y otro en primero. Pero, como muchos padres, ya ha leído libros e investigaciones que sostienen que los teléfonos inteligentes y las aplicaciones de redes sociales a las que pueden acceder con estos aumentan drásticamente la ansiedad, la depresión y los pensamientos suicidas en los adolescentes.
Pedir a los padres del mismo colegio que se comprometan a retener los teléfonos hasta cierta edad tenía sentido para ella. "Significa que no hay zonas grises", afirmó. "Hay un grado escolar definido en el que reciben el teléfono".
La idea de actuar colectivamente, al unísono con otros padres, la hizo sentirse más segura de poder cumplir su compromiso. "Nos quita totalmente la presión como padres", aseguró. "Más adelante, cuando mis hijos empiecen a pedir teléfonos, podremos decir que firmamos este compromiso por el bienestar de nuestra comunidad y que lo estamos cumpliendo".
En escuelas y comunidades de todo el país, los padres están firmando documentos en los que se comprometen a no dar a sus hijos teléfonos inteligentes sino hasta después de la escuela secundaria. La idea, dicen los organizadores, es que, si los padres actúan juntos, es menos probable que sus hijos se sientan aislados porque no son los únicos que no pueden ver TikTok.
Teniendo en cuenta la prevalencia del uso de teléfonos inteligentes entre los jóvenes, este es un paso audaz: una investigación de Common Sense, una organización sin ánimo de lucro que ofrece revisiones tecnológicas a las familias, muestra que la mitad de los niños de Estados Unidos tienen un móvil a los 11 años, más o menos entre quinto y sexto de primaria.
Según Zach Rausch, investigador científico adjunto de la Universidad de Nueva York que estudia la salud mental de niños y adolescentes, la decisión individual de no tener un teléfono inteligente o redes sociales puede ser "arriesgada" para cada niño, socialmente hablando.
"Dicen: 'Puedo quedar desterrado de todas mis amistades y de mi red social', y es un costo bastante grande tomar esa decisión", explicó. "Pero, si los padres trabajan juntos para establecer los límites, se reducirán muchos conflictos. No dirán: 'Mi amigo tiene esto, pero yo no'".
Muchos grupos de padres se basan en un manual creado por Wait Until 8th (Espera hasta el 8.º grado), una organización que ayuda a los padres a recolectar firmas para compromisos de no usar el teléfono en las clases de sus hijos en la escuela. Tan solo en abril, se crearon 54 compromisos en 16 estados, cada uno de los cuales contaba con al menos 10 familias inscritas, según Brooke Shannon, fundadora y directora ejecutiva de la iniciativa.
"Creo que ahora estamos recibiendo una avalancha de compromisos porque se publicó el libro 'La generación ansiosa: Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes', que está teniendo mucha repercusión", comentó Shannon, refiriéndose a un nuevo libro del psicólogo social Jonathan Haidt que sostiene que el auge de los teléfonos inteligentes ha provocado un aumento de las enfermedades mentales. "También hay audiencias con el comité judicial del Senado y las normas de Florida". (En marzo, Florida promulgó un proyecto de ley que prohíbe las cuentas de redes sociales para menores de 14 años).
De hecho, algunos padres están organizando estos compromisos porque creen que sus gobiernos locales o sus escuelas no están tomando suficientes medidas.
Kim Washington, de 47 años, terapeuta ocupacional en Boise, Idaho, tiene un niño de tercero y otro de quinto que tienen compañeros con teléfonos inteligentes. Sus propios hijos no tienen, y ella piensa seguir así hasta que estén en la preparatoria.
Washington ha leído estudios sobre el impacto del uso del teléfono en los niños, y sabe que los adolescentes de su comunidad han luchado contra enfermedades mentales, incluidos cuatro estudiantes que murieron por suicidio en su distrito escolar. "Después de eso, cinco o seis padres se reunieron y dijeron: '¿Qué tenemos que hacer? Nuestros hijos están teniendo problemas'", recordó.
Los padres apelaron primero al consejo escolar para que prohibiera los teléfonos inteligentes durante la jornada escolar. El consejo dijo que estudiaría el asunto, pero que podría llevar algún tiempo, relató Washington. "Si el distrito escolar hubiera implementado una política, quizá no tendría que ser tan enérgica y activa por mi cuenta porque nuestros hijos pasarían mucho menos tiempo frente a pantallas durante el día".
En vez de eso, ella y otros padres de familia se sintieron obligados a "hacer algo desde abajo hasta que los de arriba hagan algo", como ella dijo.
Así que esta primavera empezaron a dirigirse a los padres para que firmaran el compromiso de esperar hasta el octavo grado. Washington ya consiguió compromisos en tres cursos, incluidas las dos clases de sus hijos. "Estoy contenta de que mi hijo vaya a tener amigos que no usan teléfonos inteligentes en la escuela el año que viene", señaló Washington.
Dan Hollar, un portavoz del Distrito Escolar de Boise, dijo en abril que el distrito estaba llevando a cabo una auditoría sobre el uso de teléfonos móviles en las aulas y trabajando con un grupo de padres "para atender sus preocupaciones con respecto al uso de teléfonos móviles por parte de los estudiantes en la escuela".
"Como distrito escolar, sin duda apoyamos y vemos el valor de que los padres tomen decisiones fundamentadas sobre el uso que sus hijos hacen de la tecnología", aseguró en el comunicado.
En Summit, Nueva Jersey, un grupo de cinco padres acumuló 200 compromisos en menos de dos semanas; ahora tienen más de 350, según dijeron, repartidos entre cinco escuelas primarias y dos centros de primaria y preescolar.
"Ninguna escuela ha conseguido el 100 por ciento", reveló Shannon. "Hemos visto algunas escuelas que han conseguido el 85 o el 90 por ciento, pero esa no es la cuestión. La clave que hay que recordar es que, mientras tu hijo tenga a siete, ocho o nueve familias esperando con él, no se sentirá solo, extraño o raro".
Gran parte de la resistencia procede de padres que sienten la necesidad de estar en contacto con sus hijos todo el día. "Los padres dicen: 'Necesito estar en contacto con mi hijo porque la escuela ya no es segura, y hay tiroteos en las escuelas'", comentó Shannon. Para responder a estas preocupaciones, la organización incluye en su sitio web una lista de dispositivos que permiten a los padres enviar mensajes de texto a sus hijos, pero no permiten el acceso a las redes sociales. Si los teléfonos inteligentes no están disponibles, la solución podrían ser dispositivos menos inteligentes.
Al comprometerse a no dar teléfonos inteligentes a sus hijos hasta una edad acordada, los padres esperan que la unión haga la fuerza cuando empiece a aumentar la presión en el patio del colegio. (Stefhany Y. Lozano/The New York Times)