Me inicié en la política a los 15 años, cuando me uní a los jóvenes de Al-Fatah (una organización político-militar palestina fundada en 1958 en Kuwait, por Yasser Arafat) en Jerusalén durante la primera intifada en 1987. Varios años después, en compañía de otros jóvenes dirigentes de Al-Fatah, conocí a Mahmoud Abbas en su despacho de Ramala, Cisjordania. En aquel entonces, era la segunda persona más importante de la Organización para la Liberación de Palestina. Él tenía más de 50 años; nosotros, veintitantos. A pesar de la diferencia de edad, siempre nos gustó pasar tiempo con él. Nos decía: “Ustedes son los líderes del mañana”.
Hoy, Abbas tiene más de 80 años, nosotros entre 50 y 60, y ese mañana nunca llegó.
Treinta años después de los Acuerdos de Oslo, los palestinos que encabezaron la primera intifada —y que ayudaron a traer de Túnez a algunos de sus líderes exiliados— se sienten traicionados. El liderazgo de Abbas como presidente de la Autoridad Palestina no ha logrado ofrecer democracia a su pueblo, ni mantenerlo seguro, ni gestionar una economía viable, ni garantizarle una vida digna. A veces parece que todo lo que recibimos de Abbas estos días es un discurso penoso una vez al año en las reuniones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York.
Los líderes de la Autoridad Palestina han perdido su convicción moral y se han distanciado cada vez más de lo que los palestinos necesitan y quieren. Durante la última década, varias encuestas de opinión pública muestran que entre el 70 y el 90 por ciento de los palestinos quieren que Abbas, ahora de 88 años, dimita. Las últimas elecciones palestinas, celebradas en 2006, dieron lugar a una profunda división política que dejó al partido islamista Hamas al frente de Gaza y a Abbas y su partido Al-Fatah como la autoridad en Cisjordania. Hoy, la mayoría de los palestinos quieren elegir nuevos líderes en una votación libre, justa y segura.
Por eso, aún no está claro qué ocurrirá después de esta guerra. Pero lo que parece inevitable es que el gobierno de Hamas en la Franja de Gaza llegue a su fin. Cada vez se invoca más a la Autoridad Palestina como la única entidad que podría intervenir y devolver la unidad a Gaza y Cisjordania. Pero para nosotros, los palestinos, esa solución solo tendrá legitimidad si se producen cambios fundamentales en la estructura de la Autoridad Palestina, y eso incluye la salida del poder de Abbas y sus compinches.
Desde la creación de la Autoridad Palestina en 1994, los ciudadanos palestinos han observado cómo se expande la brecha entre los llamados de sus líderes a favor de instituciones sólidas y democracia y sus actos. La manifiesta falta de respeto de estos dirigentes por el Estado de derecho y la violación de los derechos y las libertades de sus electores han adoptado muchas formas a lo largo de los años, como acusaciones de malversación de fondos, arrestos y detenciones arbitrarias, tortura y golpizas, que la Autoridad Palestina ha negado.
Abbas, por su parte, se ha ido afianzando poco a poco en el poder. Según expertos jurídicos palestinos, el presidente ha promulgado cientos de decretos desde 2007 que, por una parte, han consolidado su poder y el poder de la Autoridad Palestina y, por otra, han ayudado a evitar que rindan cuentas. Hoy, Abbas controla, en la práctica, los poderes legislativo, ejecutivo y judicial del gobierno, lo cual acaba con el principio de la separación de poderes. Las acusaciones de corrupción en el seno de la Autoridad Palestina están muy extendidas y, aunque el organismo ha tomado medidas para acabar con la corrupción, muchos palestinos creen que no están haciendo lo suficiente.
Durante el gobierno de Abbas, las organizaciones de derechos humanos también han documentado una serie de violaciones directas y evidentes de los derechos humanos y las libertades, como la represión de la oposición política mediante palizas, torturas y encarcelamientos. En junio de 2021, Nizar Banat, conocido activista y crítico declarado de los dirigentes de Al-Fatah, fue golpeado brutalmente durante su detención, según su familia, y murió mientras se encontraba bajo custodia de las Fuerzas de Seguridad Palestinas. No se han encontrado a los responsables de su muerte. El caso de Banat forma parte de un largo historial de denuncias de abusos cometidos por las Fuerzas de Seguridad Palestinas desde su formación en 1994, incluida la violencia contra las protestas pacíficas de los palestinos y otros ataques contra los derechos civiles.
El gobierno de Abbas también ha tenido repercusiones en su propio partido. Las divisiones al interior del movimiento de Al-Fatah han crecido debido a su control cada vez mayor sobre la toma de decisiones palestina y su aparente negativa a aceptar la disidencia interna. Estas diferencias llegaron a un punto crítico en el periodo previo a las elecciones previstas para 2021, que Abbas acabó por cancelar después de que el partido se dividió en tres grupos alineados con diferentes líderes: uno con el presidente, otro con Mohammad Dahlan y el tercero con Nasser al-Qudwa y Marwan Barghouti (Abbas culpó de la cancelación de las elecciones a la negativa de Israel a permitir que se incluyera a Jerusalén Este). Como activista político de toda la vida, yo mismo he apoyado a quienes buscan un cambio de liderazgo.
Claro está que los gazatíes también han padecido a causa de sus dirigentes. El gobierno de Hamas, al igual que el de Abbas en Cisjordania, tampoco ha logrado satisfacer las aspiraciones, ni siquiera las necesidades más básicas, de los palestinos que viven en Gaza. Mientras Abbas supervisaba un sistema que muchos palestinos consideran corrupción arraigada en Cisjordania, Hamas destruía Gaza. Y aunque son pocos los palestinos que critican abiertamente a Hamas durante la guerra, a medida que aumentan las víctimas y sigue produciéndose una catástrofe humanitaria sin precedentes, es casi seguro que las críticas palestinas a Hamas arreciarán cuando termine la guerra, y concretamente dentro de Gaza.
El pueblo palestino no aceptará que, después de la guerra, lo gobierne un partido que no surja de las elecciones palestinas, o quizás en la primera etapa, un gobierno de unidad que incluya a los opositores de Abbas dentro del movimiento Al-Fatah, a figuras nacionales apartidistas y a cualquier partido político islamista no militarizado que pueda surgir, sustituyendo a Hamas en su forma actual.
Pero primero, Abbas debe irse. Eso puede hacerse de una manera fácil y de una difícil. La manera fácil sería que Abbas y sus opositores en Al-Fatah lleguen a un acuerdo amistoso, según el cual él entregue el poder de manera pacífica a un nuevo gobierno que asuma la responsabilidad de Gaza y de Cisjordania. A cambio, Abbas podría recibir inmunidad vitalicia para que no se le procese, al igual que su familia y sus colaboradores más cercanos.
Si Abbas rechaza esa opción, se podría hacer un acuerdo más complicado, pero no imposible. Podría formarse un nuevo órgano político en Gaza en el que participen todas las fuerzas políticas palestinas, encargado de nombrar líderes provisionales y un gobierno que lidere la reconstrucción de Gaza y su reunificación política con Cisjordania. Para que esto funcione, los países árabes, la comunidad internacional, los países donantes e Israel tendrían que reconocer este órgano de gobierno.
Cualquiera de los dos escenarios debe conducir a unas elecciones nacionales generales que deberían celebrarse en un plazo de dos años, o tan pronto como la vida se normalice en Gaza. El gobierno elegido debe adoptar una estrategia que presente la construcción como una alternativa a la corrupción en Cisjordania y a la destrucción en Gaza. Debe sentar las bases de la democracia, la transparencia, la rendición de cuentas y un sistema de separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Debe reunir a todos los palestinos, permitirles participar en la vida política, respetar sus derechos, salvaguardar sus libertades, iniciar el desarrollo social y económico y, lo más importante, encontrar la manera de unir fuerzas con Israel para poner fin a uno de los conflictos más complejos y controvertidos de la era moderna.
Como sería de esperarse, un cambio como ese en el orden político palestino tendría que venir acompañado de cambios en el liderazgo israelí. El primer ministro Benjamín Netanyahu es visto por muchos israelíes como el responsable de no proteger a su pueblo de las atrocidades del 7 de octubre; parece muy poco probable que pueda seguir dirigiendo Israel al final de la guerra. El cambio de liderazgo, tanto en Israel como en Palestina, abriría la puerta a negociaciones renovadas que podrían poner fin a este largo y amargo conflicto.
El presidente Abbas debe abandonar la escena política y se le debe permitir vivir sus últimos días con dignidad. Los palestinos se merecen un liderazgo más joven y representativo, que rinda cuentas, establecido mediante elecciones libres. Nos merecemos un nuevo líder.
© The New York Times 2023
*Samer Sinijlawi es un activista y comentarista político palestino de Jerusalén Este. Es presidente del Fondo de Desarrollo de Jerusalén.