Cómo Henry Kissinger marcó la historia de la política exterior de los Estados Unidos

Pocos diplomáticos han sido tan celebrados y señalados como el ex secretario de Estado que falleció la noche de este miércoles. Asesoró a 12 presidentes desde John F. Kennedy hasta Joe Biden

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Cómo Henry Kissinger marcó la historia de la política exterior de los Estados Unidos (George Tames/The New York Times)
Cómo Henry Kissinger marcó la historia de la política exterior de los Estados Unidos (George Tames/The New York Times)

Fue el secretario de Estado más poderoso de la posguerra, célebre y vilipendiado a la vez. Su complicado legado aún resuena en las relaciones con China, Rusia y Medio Oriente.

Henry Kissinger, el erudito convertido en diplomático que diseñó la apertura de Estados Unidos a China, que negoció la salida de Vietnam y utilizó la astucia, la ambición y el intelecto para rehacer las relaciones de poder de EEUU con la Unión Soviética en plena Guerra Fría, a veces a costa de los valores democráticos para conseguirlo, murió el miércoles, según un comunicado publicado en su página web oficial. Tenía 100 años.

Murió en su casa de Connecticut.

Pocos diplomáticos han sido tan celebrados y vilipendiados como Kissinger. Considerado el secretario de Estado más poderoso de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, fue aclamado como un líder pragmático y realista que remodeló la diplomacia para reflejar los intereses estadounidenses y también fue criticado por dejar de lado los valores estadounidenses, especialmente en el ámbito de los derechos humanos, si creía que eso servía a los intereses del país.

Asesoró a 12 presidentes --más de una cuarta parte de los que han ocupado el cargo--, desde John F. Kennedy hasta Joe Biden. Con su comprensión erudita de la historia diplomática, el impulso de su condición como refugiado judío-alemán que luchó por triunfar en su tierra de adopción, además de su profunda inseguridad y un acento bávaro de toda la vida que a veces añadía un elemento indescifrable a sus pronunciamientos, transformó casi todas las relaciones mundiales en las que participó.

En un momento crítico de la historia y la diplomacia estadounidenses, fue el segundo en el poder tras el presidente Richard Nixon. Se incorporó a la Casa Blanca de Nixon en enero de 1969 como asesor de Seguridad Nacional y, tras su nombramiento como secretario de Estado en 1973, conservó ambos cargos, algo inusual. Cuando Nixon dimitió, continuó trabajando en la presidencia de Gerald Ford.

Las negociaciones secretas de Kissinger con China condujeron al logro más famoso de Nixon en política exterior. Pretendía ser un paso decisivo en la Guerra Fría para aislar a la Unión Soviética, pero abrió el camino a la relación más compleja del mundo, entre Estados Unidos y China, que, a la muerte de Kissinger, eran las dos mayores economías del mundo, completamente entrelazadas y, sin embargo, en constante desacuerdo ante la inminencia de una nueva Guerra Fría.

Durante décadas fue la voz más importante del país a la hora de manejar el ascenso de China y los retos económicos, militares y tecnológicos que planteaba. Fue el único estadounidense que trató con todos los líderes chinos, desde Mao hasta Xi Jinping. En julio, a la edad de 100 años, se reunió con Xi y otros líderes chinos en Beijing, donde fue tratado como un visitante de la realeza, a pesar de que las relaciones con Washington se han vuelto tensas.

Convocó a la Unión Soviética a un diálogo que se conoció como “distensión” y que condujo a los primeros grandes tratados de control de armas nucleares entre ambas naciones. Con su diplomacia itinerante, consiguió que Moscú dejara de ser una gran potencia en Medio Oriente, pero no logró negociar una paz más amplia en la región.

Durante años de reuniones en París, negoció los acuerdos de paz que pusieron fin a la participación estadounidense en la guerra de Vietnam, un logro por el que compartió el Premio Nobel de la Paz en 1973. La llamó “paz con honor”, pero la guerra estaba lejos de terminar, y los críticos argumentaron que podría haber logrado el mismo acuerdo años antes, salvando miles de vidas.

En dos años, Vietnam del Norte había arrollado al Sur, apoyado por Estados Unidos. Fue un final humillante para un conflicto que, desde el principio, Kissinger había dudado que Estados Unidos pudiera ganar.

Para sus detractores, la victoria comunista fue la conclusión inevitable de una política cínica que pretendía crear cierto espacio entre la retirada estadounidense de Vietnam y lo que viniera después. De hecho, en los márgenes de las notas de su viaje secreto a China en 1971, Kissinger garabateó: “Queremos un intervalo decente”, sugiriendo que solo pretendía posponer la caída de Saigón.

Pero cuando ese intervalo llegó a su fin, los estadounidenses habían abandonado el proyecto de Vietnam porque no estaban convencidos de que los intereses estratégicos de Estados Unidos estuvieran vinculados al destino de ese país.

Como en el caso de Vietnam, la historia ha juzgado parte de su pragmatismo de la Guerra Fría con más dureza de la que se le atribuía entonces. Con la vista puesta en la rivalidad entre grandes potencias, a menudo estaba dispuesto a ser crudamente maquiavélico, especialmente cuando lidiaba con naciones más pequeñas, a las que con frecuencia consideraba como peones en la gran batalla.

Fue el arquitecto de los esfuerzos del gobierno de Nixon para derrocar al presidente socialista de Chile, Salvador Allende, quien fue elegido democráticamente.

Se le ha acusado de infringir el derecho internacional al autorizar el bombardeo secreto de Camboya en 1969-70, una guerra no declarada contra una nación aparentemente neutral.

Su objetivo era acabar con las fuerzas procomunistas del Vietcong que operaban desde bases al otro lado de la frontera, en Camboya, pero el bombardeo fue indiscriminado: Kissinger dijo a los militares que atacaran "todo lo que volara o se moviera". Murieron al menos 50.000 civiles.

Cuando el ejército de Pakistán, apoyado por Estados Unidos, estaba librando una guerra genocida en Pakistán Oriental, ahora Bangladés, en 1971, él y Nixon no solo ignoraron las súplicas del consulado estadounidense en Pakistán Oriental para detener la masacre, sino que aprobaron envíos de armas a Pakistán, incluida la transferencia aparentemente ilegal de 10 cazabombarderos de Jordania.

Kissinger y Nixon tenían otras prioridades: apoyar al presidente de Pakistán, quien estaba sirviendo de mediador para las propuestas, que entonces eran secretas, de Kissinger a China. Una vez más, el costo humano fue terrible: al menos 300.000 personas murieron en Pakistán Oriental y 10 millones de refugiados fueron expulsados a India.

En 1975, Kissinger y el presidente Ford aprobaron en secreto la invasión de la antigua colonia portuguesa de Timor Oriental por el ejército indonesio respaldado por Estados Unidos. Tras la pérdida de Vietnam, se temía que el gobierno izquierdista de Timor Oriental también se volviera comunista.

Kissinger dijo al presidente de Indonesia que la operación debía tener éxito rápidamente y que "sería mejor que se hiciera después de nuestro regreso" a Estados Unidos, según documentos desclasificados de la biblioteca presidencial de Ford. Más de 100.000 timorenses fueron asesinados o murieron de hambre.

Kissinger rechazó las críticas al afirmar que no se enfrentaron a las malas decisiones que él tomó. Pero sus esfuerzos por acallar las críticas con frases sarcásticas no hicieron más que exacerbarlas.

“Lo ilegal lo hacemos inmediatamente”, bromeó más de una vez. “Lo inconstitucional tarda un poco más”.

Al menos en una de sus posturas radicales, se retractó más tarde.

A mediados de la década de 1950, siendo un joven profesor de Harvard, defendió el concepto de guerra nuclear limitada, un intercambio nuclear que podría constreñirse a una región específica. Durante su cargo trabajó intensamente en la disuasión nuclear, convenciendo a un adversario de que, por ejemplo, no había forma de lanzar un ataque nuclear sin pagar un precio inaceptablemente alto.

Pero más tarde admitió que podría ser imposible evitar que una guerra nuclear limitada se intensificara. Al final de su vida había adoptado, con reservas, un nuevo esfuerzo para eliminar gradualmente todas las armas nucleares y, a los 95 años, empezó a advertir de la inestabilidad que plantea el auge de las armas impulsadas por la inteligencia artificial.

"Todo lo que puedo hacer en los pocos años que me quedan es plantear estos temas", dijo en 2018. "No pretendo tener las respuestas".

Kissinger siguió siendo influyente hasta el final. Sus últimos textos sobre la gestión de una China en ascenso --incluido China (2011), un libro de 600 páginas que mezclaba historia con anécdotas autorreferenciales-- podían encontrarse en las estanterías de los asesores de seguridad nacional del Ala Oeste de la Casa Blanca que le sucedieron en el cargo.

© The New York Times 2023

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