La noche en que el huracán Otis irrumpió en la ciudad mexicana de Acapulco, Saúl Parra Morales recibió un video que, unas horas antes, le habría parecido imposible.
Durante días, los meteorólogos habían pronosticado poco más que una tormenta tropical. Sin embargo, Parra Morales vio con espanto cómo su hermano grababa ráfagas de viento ensordecedoras y olas que se estrellaban contra la cubierta del Litos, el yate en el que trabajaba y que no resistió a la que sería la tormenta más poderosa que ha tocado tierra en la costa del Pacífico mexicano.
“Esto se está poniendo más intenso”, decía el hermano de Parra Morales, Fernando Esteban Parra Morales, en el video. “Estamos nerviosos, pero estamos seguros”.
Pero no estuvieron a salvo. Fernando, quien trabajaba como maquinista, es uno de los muchos marineros en primera línea de este destino turístico que han estado sin localizar desde que el huracán categoría 5 trajo la destrucción a Acapulco el mes pasado, sorprendiendo a los meteorólogos y funcionarios públicos por igual.
Si bien las autoridades mexicanas no han revelado detalles de las 48 personas fallecidas y otras 26 que están desaparecidas por la tormenta, los líderes empresariales y la Marina de México indican que muchos fueron capitanes, marineros y otros trabajadores de embarcaciones que quedaron atrapados en la trayectoria devastadora del huracán. Algunos afirman que la cantidad de desapariciones puede ser mucho mayor.
A semanas del paso de Otis, las dolorosas secuelas de la feroz tormenta empiezan a quedar más claras: la comunidad marina de Acapulco, pieza fundamental de su magnetismo turístico durante décadas, ha quedado hecha añicos.
Las playas que cada año atraían a decenas de miles de visitantes han quedado convertidas en cementerios de naufragios. La subsistencia de capitanes de yate, instructores de buceo, anfitriones y otras personas que se ganaban la vida en el agua ha quedado trastocada.
Según los familiares de los desaparecidos, al dolor se suma una falta de cierre. Dicen que eso les ha sido negado puesto que, para poder localizar los restos de sus seres queridos, deben navegar a través de la burocracia de las autoridades.
“Hemos estado haciendo el trabajo de ellos”, dijo Parra Morales, a las afueras de la Base Naval de Acapulco donde esperaba junto con los familiares de tres tripulantes más del Litos.
Parra Morales y otros parientes habían buscado en playas y una isla cercana, donde hallaron restos de otras embarcaciones e incluso un cadáver hinchado.
“Nuestras emociones han ido en altibajo”, dijo. “Si nosotros los familiares hemos encontrado todo esto, o sea, por qué ellos no encuentran nada?”.
Las autoridades de la Marina de México dijeron que habían despachado a un equipo de 40 integrantes para ayudar a buscar a los marineros desaparecidos así como buzos para ayudar a recuperar los barcos hundidos.
“Todos estos esfuerzos son de búsqueda y rescate”, dijo el capitán de la Marina de México Rogelio Gallegos Cortés en una entrevista a bordo de un buque naval.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha desestimado los señalamientos que cuestionan la respuesta del gobierno mexicano, al calificarlos de ataques políticos contra su gestión.
La fuerza náutica de Acapulco tiene un papel crucial en un destino conocido internacionalmente como un lugar glamuroso para vacacionar donde hay pesca de profundidad, clavadismo en acantilados y navegación.
Las playas de Acapulco, conocidas como “la riviera de México” han atraído a celebridades, entre ellas Elizabeth Taylor, Brad Pitt y Salma Hayek. John F. Kennedy y su esposa, Jacqueline, tuvieron su luna de miel en Acapulco. Y la ciudad quedó inmortalizada en Diversión en Acapulco, la canción y película de Elvis Presley de 1963.
Un aumento en la violencia registrada en la última década en el estado de Guerrero, que abarca Acapulco, ha ocasionado que México despliegue a miles de soldados en sus playas. En meses recientes, ha estallado una cruel violencia en algunos municipios cercanos, entre ellos la matanza de más de una decena de elementos de policía en los días previos a la llegada de Otis.
Pero Acapulco ha seguido siendo un destino turístico: en 2022 casi 830.000 visitantes llegaron a la ciudad y gastaron más de 368 millones de dólares.
Detrás de los hoteles de lujo y los yates había una fuerza laboral en su mayoría invisible, trabajando largas jornadas bajo un sol intenso, dando clases de pesca submarina y buceo, atendiendo en fiestas en yates o guiando tours.
“Son el corazón de la ciudad”, dijo en una entrevista Abelina López Rodríguez, la alcaldesa de Acapulco. “Ellos perdieron todo”.
La Marina de México ha llevado a la costa 67 de las 614 embarcaciones dañadas por Otis, según una vocera, la teniente Liz Barojas.
De acuerdo con las autoridades, ha sido un desafío lidiar con los intereses de los familiares de los desaparecidos y los propietarios de yates. Durante días, los propietarios han pedido que la Marina no mueva las embarcaciones hasta que las aseguradoras terminen de evaluar los daños, según el capitán Gallegos Cortés, mientras que las familias ruegan que la Marina las recupere, junto con cualquier posible pista sobre sus parientes.
Otro punto controversial ha sido la cantidad de desaparecidos. Si bien la procuraduría del estado de Guerrero defiende su conteo oficial, Alejandro Martínez Sidney presidente de la Cámara de Comercio, Servicios y Turismo de Acapulco, dijo que la cifra podría ser más cercana a 100, según la cantidad de familiares que habían contactado a su asociación.
“Hay mucha gente preguntando por su familiar”, dijo.
Horas antes de la llegada de Otis, el esposo de María Cristina Jiménez, Felipe Castro de la Paz, capitán del famoso yate AcaRey, y su tripulación, abordaron la embarcación, que estaba atracada en la marina. Sabían que venía una tormenta con lluvia y vientos pero sus jefes querían asegurarse de que el barco estuviera cuidado.
“Nunca se enteraron probablemente que venía algo tan grande”, dijo Jiménez, de 56 años.
Los modelos de pronósticos no anticiparon que la tormenta se intensificaría, en menos de 24 horas, a huracán con vientos sostenidos de más de 265 kilómetros por hora, desgajando muros y techos de los edificios y cortando la electricidad y la comunicación en gran parte de Acapulco.
Al día siguiente, los restos del AcaRey estaban desperdigados por la marina. Cinco de los seis tripulantes abordo fueron hallados sin vida; Castro de la Paz sigue desaparecido.
La empresa dueña del AcaRey no respondió a llamadas, correos electrónicos ni mensajes de texto solicitando comentarios.
Desde entonces, Jiménez y su hija, Maura Castro, de 37 años, han recorrido la ciudad intentando ubicar información de Castro de la Paz. Las mujeres han visitado la base naval mientras siguen buscando en la playa cualquier indicio
Luego de que unos pescadores les dijeron que se había recuperado el cuerpo de Castro de la Paz, se precipitaron hacia el servicio médico forense y se sometieron a una prueba de ADN.
Pero el resultado no dio positivo con ninguno de los fallecidos. Más recientemente acudieron a un club de yates que ha estado brindando información sobre los esfuerzos de búsqueda a las familias de los marineros desaparecidos.
“Buscamos a mi padre, el capitán de AcaRey”, le dijo Castro a un guardia del club.
Pero ahí no tenían información.
“Nosotros queremos buscarlo, rentar un yate y salir por nuestros propios medios a buscarlo”, dijo Castro. “La embarcación se perdió. Yo lo sé. Pero yo quiero el cuerpo, por lo menos, de mi padre”.
Afuera de la base naval junto a otros familiares de la tripulación del Litos, Parra Morales hizo un pedido similar al teniente José Alberto Demuner Silva, comandante de la misión de búsqueda y rescate de la Marina en Acapulco.
Su familia, dijo, había tenido que lidiar con una inundación de información falsa, incluso de desconocidos que lo contactaban por internet con pistas sobre el cuerpo de su hermano a cabo de un pago.
En una tableta que mostraba un mapa electrónico de la bahía de Acapulco, el teniente Demuner Silva mostró a Parra Morales las distintas rutas que habían recorrido sus equipos de búsqueda en pos del Litos, hasta ahora sin éxito.
“No sé, no me cabe en la cabeza”, le dijo Parra Morales al militar. “Digo, ustedes con la experiencia que tienen no saben nada de los cuatro?”.
Junto a ellos estaba Mei-li Chew Irra, de 26 años, cuyo esposo, Ulises Díaz Salgado, de 43, era el capitán del Litos.
Chew Irra dijo que, la noche de la llegada de Otis, alguien del yate activó un sistema de GPS que le envió las coordenadas de la embarcación, y que ella a su vez transmitió a la Marina tres días después. Pero dijo que pasó más de una semana antes de que recibiera confirmación de que las autoridades habían recibido los datos.
“Nuestra esperanza sigue y nuestra lucha sigue y no vamos a parar hasta hasta encontrarlos a todos”, dijo Chew Irra.
Recordó la pasión de su esposo por el mar y dijo que no le sorprendía que se hubiera quedado en el yate, incluso cuando Otis llegaba a Acapulco.
“Habría hasta dado la vida por toda su tripulación”, dijo Chew Irra. “Él los quería como si fueran su familia”.
Como gran parte de su flota ha quedado destruida y la industria turística acapulqueña lucha por recuperarse, muchos marineros no pueden volver a trabajar. Pero igual se han estado reuniendo en la playa.
Rodeado de un cementerio de embarcaciones —algunas hechas pedazos en la playa, otras hundidas y apenas visibles por la superficie, Fernando Vargas, de 64 años, y una decena de otros marineros, intentaban sacar del agua un bote de suelo de vidrio que estaba dañado.
Pusieron troncos frente al bote mientras que una camioneta, atada a la proa con una cuerda, jalaba la embarcación por encima de la madera y hacia la playa, causando vítores de quienes observaban el esfuerzo.
Vargas, que trabajó en otro bote de suelo de vidrio que quedó destrozado, dijo que este tipo de embarcaciones eran populares con los turistas. Espera recibir apoyo del gobierno para mantenerse mientras busca otro trabajo.
“Soy muy trabajador”, comentó. “Y soy el ejemplo para mis hijos”.
Luego se apresuró a unirse a los demás para empujar el barco a la costa.
(c) The New York Times