Cuando Sally Abed y Alon-Lee Green volaron de Israel a Nueva York la semana pasada, se encontraron con una versión de Estados Unidos que nunca antes habían visto: un país dividido por el conflicto entre palestinos e israelíes, con fracturas que desgarran el mundo del arte, los negocios, los libros, la academia e incluso la comida.
Abed, ciudadano palestino de Israel, comentó que la situación les parecía tan tóxica que temían que su viaje de 10 días para hablar de cómo palestinos y judíos pueden trabajar juntos solo diera lugar a ataques de todas las partes.
En cambio, en Nueva York, Washington y Boston, encontraron auditorios llenos y audiencias ansiosas en centros comunitarios, sinagogas, bibliotecas y oficinas de políticos como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Sus jornadas comenzaban a las 6 de la mañana y terminaban pasada la medianoche.
Su misión puede ser solitaria, ya que se enfrentan a un dolor y una ira intensos (por los ataques de Hamas contra los israelíes el 7 de octubre y la campaña de represalias de Israel en la Franja de Gaza) y a facciones que llevan décadas enfrentándose entre sí.
Sin embargo, las personas que trabajan en su organización, Standing Together, están tratando de enseñar a los estadounidenses —y a cualquiera dispuesto a escuchar— sobre su realidad vivida y el único camino posible para salir adelante. Afirman que ese camino no puede reducirse a una etiqueta, pues es uno en el que millones de israelíes y palestinos permanecerían en la tierra que cada uno llama hogar y uno que requeriría suficiente voluntad política popular para exigir la paz.
“Estamos tratando de actuar de otra manera en Israel y Palestina”, dijo Green el 9 de noviembre ante varias personas organizadas por un grupo del barrio de Brooklyn en la ciudad de Nueva York, Jews for Racial and Economic Justice. “Y esta manera de actuar es muy simple. Dice que tanto judíos como palestinos van a quedarse en esa tierra. Nadie se irá a ningún lado”.
“Necesitamos partir de ahí”, dijo, lo cual recibió una ola de asentimientos con la cabeza.
Se trata de un mensaje que no se ha escuchado ni visto de forma destacada en muchas protestas y concentraciones estadounidenses. La mayoría de los actos se han celebrado bajo una bandera israelí o palestina y se han centrado en el dolor, la lucha o el victimismo de un solo pueblo.
Ese tipo de enfoque estrecho puede borrar todo lo que hay a su alrededor, afirmó Cara Raich, asesora sobre conflictos afincada en Nueva York.
“Como ocurre con la mayoría de los conflictos que uno siente de manera profunda y personal, una elección binaria ofrece a menudo la simple comodidad del pro y el contra, o del bien y el mal”, afirmó. “El poder magnético de los falsos binarios absorbe todo lo que toca hacia ese paradigma”.
Por ese motivo, las conversaciones que Green y Abed llegaron a tener con los estadounidenses han sido, al menos para el público al que atraen, una especie de bálsamo espiritual. En decenas de charlas por toda la costa este, los dos activistas han descrito la desesperada necesidad de un nuevo liderazgo israelí y palestino, incluidos líderes dispuestos a trabajar juntos.
Han dicho que Hamas, el grupo que controla la Franja de Gaza, es tanto “el enemigo del pueblo palestino” como “abono para el extremismo judío radical”. Asimismo, han expresado su frustración ante lo que consideran que es una guerra por la supremacía moral que tiene lugar fuera de Israel, sobre todo a través de las redes sociales, y que niega sus experiencias.
Libby Lenkinski, vicepresidenta de New Israel Fund, una organización que financia y apoya a grupos de derechos humanos israelíes y palestinos, ha estado en la primera fila como moderadora. Dice que ha visto una “palpable sensación de alivio” entre los asistentes, quienes exhalan con fuerza o se llevan las manos al corazón. El mensaje es tan resonante, dijo, porque ofrece un tipo de simplicidad diferente a la de elegir uno de los dos bandos.
“No estamos hablando de ‘amor y paz’, de que vamos a agarrarnos de las manos y a amarnos unos a otros’”, afirmó Lenkinski. “Es un: ‘De hecho, no hay manera de que un lado vaya a ganar. Nuestros futuros están entrelazados y la única manera de mantenernos vivos es manteniéndonos vivos unos a otros’”.
El domingo, un grupo de activistas israelíes por la paz de la ciudad de Nueva York organizó una velada con ese sentimiento en mente. La manifestación pedía tanto el cese al fuego de la campaña militar israelí en Gaza como la liberación de los más de 200 rehenes en manos de militantes palestinos. Todos eran bienvenidos, pero no las banderas ni las pancartas.
Unos 200 asistentes se reunieron para llorar y leer testimonios y textos de personas de Israel y Gaza.
Tamar Glezerman, una de las organizadoras, dijo que ya había protestado antes en apoyo de un alto el fuego y agregó: “No voy a protestas que no incluyan la exigencia de que se ponga fin inmediato al derramamiento de sangre”.
“Pero al mismo tiempo”, dijo, “siento que, a un nivel muy personal, se me está exigiendo que omita la humanidad de mis seres queridos, los que han muerto el 7 de octubre y los que tienen amigos y familiares entre los secuestrados, para asistir a la mayoría de las protestas que exigen un cese al fuego”.
Dijo que esas manifestaciones “en general omiten por completo a esos civiles, por razones ideológicas o estratégicas, como si la empatía por los civiles brutalizados pudiera ser un juego de suma cero. Como si un crimen de guerra justificara otro. Como si el reconocimiento significara simetría histórica”.
© The New York Times 2023