SAN FRANCISCO -- En las cuatro semanas que Sam Bankman-Fried, fundador de la bolsa de criptomonedas FTX, estuvo en juicio acusado de fraude, la industria tecnológica:
-- Reaccionó ante la guerra en Israel y la Franja de Gaza, incluso con una protesta contra las publicaciones sobre el conflicto que subió a redes sociales el organizador de una conferencia tecnológica.
-- Murmuró sobre el manifiesto de un importante inversionista de capital de riesgo que esboza una lista de enemigos del progreso tecnológico.
-- Se apresuró a invertir dinero en la empresa de inteligencia artificial más popular, OpenAI, la cual vale el triple de su valor de inicios de este año.
-- Debatió acaloradamente sobre las nuevas funciones de Threads, una red social propiedad de Meta.
Todo esto quiere decir que, a pesar de que en FTX estaba involucrada mucha gente con información privilegiada de Silicon Valley, los miembros del sector tecnológico no se mostraron abiertamente obsesionados con los detalles del juicio de Bankman-Fried, el cual terminó el jueves cuando fue declarado culpable de siete cargos de fraude y conspiración. Apenas se encogieron de hombros.
La apatía tal vez se deba a muchas razones, entre ellas el hecho de que dos libros, un documental y varios pódcasts han cubierto la caída de FTX en el año transcurrido desde que ocurrió. Sin embargo, una respuesta más sencilla podría ser que la industria tecnológica ha vuelto a hacer lo que mejor sabe hacer: cambiar la página.
La industria no se obsesionó con el destino de Bankman-Fried porque ya no está obsesionada con las criptomonedas, ni con la web3, la cadena de bloques, las finanzas descentralizadas, los tókenes no fungibles (o NFT, por su sigla en inglés) ni otros términos de moda relacionados con las criptomonedas que eran sinónimos de vanguardia apenas hace dos años. Tal vez regresen en unos cuantos. Pero, por ahora, están pasados de moda y, por lo tanto, son irrelevantes.
Es la belleza y la maldición de la maquinaria de la innovación en Silicon Valley: tan ansiosa por fracasar rápido, tan centrada en el futuro y en lo nuevo y brillante, que son pocos quienes alguna vez parecen aprender de sus errores.
Los ciclos de euforia se repiten con el próximo nuevo sabor de la tecnología y el dinero llega de inmediato. La economía del mercado informal, los acuerdos diarios, la tecnología vestible, los kits de comida, el comercio social, la publicidad nativa, la ludificación, la realidad aumentada, el metaverso, el internet de las cosas, la economía de los creadores. Tal vez surja un ganador; tal vez todo haya sido una gran broma. Hay pocos heridos, excepto quizá los empleados y esas cicatrices de batalla también desaparecen con el tiempo.
Cuando la industria de las criptomonedas colapsó el año pasado y desató una ola de demandas y acusaciones penales que culminó con la quiebra de FTX en noviembre, tendría que haber sido una merecida lección para quienes la habían promovido. La industria tecnológica había invertido miles de millones en la promesa de un nuevo internet descentralizado que podría resolver los males de la sociedad y cualquiera que expresara escepticismo era tachado de resentido. Resulta que esa promesa fue un casino que explotaron con facilidad delincuentes y charlatanes, algunos de los cuales huyeron al extranjero cuando todo se derrumbó.
Entre noviembre de 2021 y noviembre de 2022, el mercado de las criptodivisas perdió unos 2 billones de dólares en valor (o dos terceras partes de su total). Desde entonces, el 95 por ciento de los tókenes no fungibles han perdido su valor, según un análisis de la empresa de criptoapuestas DappGambl. Las acciones de Coinbase, la única criptobolsa que cotiza en una bolsa estadounidense, se han desplomado un 74 por ciento desde que entró en los mercados públicos en 2021. Los inversionistas que metieron dinero en Gemini, Genesis y Digital Currency Group, tres firmas de criptomonedas muy conocidas, perdieron 1000 millones de dólares, según una demanda por fraude que presentó el fiscal general de Nueva York.
Sin embargo, pocos en la industria tecnológica han admitido que las criptomonedas no cumplieron las expectativas. Se cree que la caída tan solo es parte de un ciclo normal de "criptoinvierno" y no un síntoma de un problema mayor.
Desde entonces, algunas empresas de criptomonedas han intentado renovar su imagen con términos menos estigmatizados, como "descentralización" o "en cadena". Autograph, una empresa emergente de NFT que cofundó la estrella retirada del fútbol americano Tom Brady, eliminó con discreción parte del criptolenguaje de su mercadotecnia. Paradigm Capital, una firma de criptoinversiones que vertió 278 millones de dólares en FTX, borró las menciones de la palabra "cripto" de su sitio web este año y se describió a sí misma como una "firma de inversión tecnológica impulsada por la investigación". Después de las críticas de los seguidores de hueso colorado de las criptomonedas, la empresa volvió a incluir el lenguaje.
Marc Andreessen, cuya empresa de capital de riesgo, Andreessen Horowitz, ha recaudado más de 7000 millones de dólares para invertir en el sector de las criptomonedas, promovió el potencial "extraordinariamente alto" de esta tecnología en una entrevista que le otorgó a la revista Reason en febrero. En octubre, publicó un manifiesto más largo que la Constitución de Estados Unidos en el que plasmó su visión para el futuro de la civilización, incluidos elogios a la "espiral ascendente" de los mercados libres. Andreessen tachó a la ética de la tecnología y la gestión de riesgos como enemigos del progreso.
Yury Lifshits, fundador de la empresa emergente Superdao, fue uno de los pocos que calificó la quiebra como lo que fue y les devolvió los fondos que quedaban a los inversionistas; en septiembre, Lifshits escribió que la empresa había fracasado porque sus clientes tenían una "vida corta" y él no veía la manera de construir un gran negocio.
"Muchas de las promesas de las criptomonedas terminaron por ser inalcanzables", le comentó a The New York Times y agregó que llegó a la conclusión de que las criptomonedas "no tienen el poder de cambiar el mundo en decenas de industrias como 'el nuevo internet'".
En el juicio de Bankman-Fried, los inversionistas tecnológicos eludieron el escrutinio por cualquier tipo de participación que hubieran tenido en las operaciones de la empresa. El juez Lewis Kaplan, quien supervisa el caso de fraude en el Distrito Sur de Nueva York, excluyó las evidencias que retrataban a los inversionistas como "negligentes, crédulos o sin el recelo necesario" pues las consideró irrelevantes.
Matt Huang, un inversionista de Paradigm Capital, testificó que nunca le dijeron que FTX permitía que el otro fondo de cobertura de Bankman-Fried, Alameda Research, asumiera enormes riesgos, lo cual llevó al fin de FTX. Huang declaró que saberlo habría afectado su decisión de invertir. Paradigm se rehusó a ofrecer comentarios.
Cuando uno de los abogados de Bankman-Fried, David Lisner, intentó señalar que Huang sabía que FTX tenía poca supervisión, incluida la ausencia de un consejo de administración, Kaplan detuvo el enfoque del interrogatorio y le advirtió a Lisner que no sugiriera que "la pérdida de la inversión fue producto de la credulidad y la negligencia del inversionista".
Sam Bankman-Fried, el otrora ejecutivo de criptodivisas caído en desgracia, sale de un tribunal federal en Manhattan, el jueves 22 de diciembre de 2022. (Brittainy Newman/The New York Times).