A algunos observadores les puede parecer que Xi Jinping está ansioso por unificar Taiwán con China.
El presidente chino ha afirmado en repetidas ocasiones que hacerlo es vital para alcanzar su “sueño chino” de rejuvenecimiento nacional. Ha dado instrucciones al ejército chino para que esté preparado en 2027 para tomar Taiwán por la fuerza, si fuera necesario, y China utiliza cada vez más su creciente poderío militar para intimidar al pueblo de Taiwán para que ceda al control chino. El mes pasado, organizó ejercicios navales a gran escala con un portaaviones en aguas al este de Taiwán y, días después, hizo volar 103 aviones de guerra hacia la isla, todo un récord en un solo día.
Pero estas bravatas ocultan importantes recelos en el seno de la cúpula china sobre si sus fuerzas del Ejército Popular de Liberación (EPL), en gran medida no probadas, pueden tomar y controlar Taiwán a un coste aceptable, dudas que muy probablemente se han acentuado por los fracasos militares de Rusia en Ucrania. Así las cosas, la toma de Taiwán por el Ejército Popular de Liberación no es inevitable ni, quizá, probable en los próximos años, lo que da tiempo a Estados Unidos y Taiwán para reforzar sus capacidades militares y evitar el conflicto.
Las recientes purgas de generales chinos de alto rango, entre ellos el ministro de Defensa y dos dirigentes encargados de supervisar el arsenal nuclear y de misiles del país, dejan entrever la falta de confianza de Xi en la capacidad bélica de su ejército. Aunque no se han hecho públicas las razones de estas destituciones del gabinete, los indicios apuntan a una posible corrupción y a su impacto en la preparación militar. Es probable que los oficiales que se están llenando los bolsillos no se tomen suficientemente en serio las instrucciones de Xi de estar preparados para tomar Taiwán en 2027. Xi ha exhortado con frecuencia al EPL a mejorar el entrenamiento militar y reforzar la preparación para el combate.
La debacle de Rusia en Ucrania es un cuento con moraleja para Xi. Al principio de la guerra, el aguerrido ejército ruso fracasó en la tarea relativamente sencilla de cruzar una frontera terrestre para capturar Kiev. El EPL se enfrentaría a dificultades aún mayores para cruzar el estrecho de Taiwán. Una invasión anfibia a gran escala es una de las operaciones militares más difíciles, ya que requiere superioridad aérea y marítima y la capacidad de mantener una fuerza invasora durante una larga campaña.
Para Xi, los riesgos políticos de una invasión que no sea rápida, barata y exitosa son enormes. Un estancamiento prolongado podría socavar su afirmación de que China vuelve a ser fuerte y poderosa, poniendo en peligro sus objetivos de rejuvenecimiento nacional y un ejército poderoso. Aún más preocupante para Beijing es la posibilidad de una derrota a manos de un Taiwán bien equipado, atrincherado y desafiante, ayudado por la posible intervención de fuerzas estadounidenses. Es un escenario de pesadilla que podría debilitar el poder de Xi e incluso amenazar el dominio del Partido Comunista.
El líder chino tampoco puede evitar darse cuenta del alto precio que está pagando Rusia en Ucrania: bajas militares estimadas en casi 300.000 y contando; un grave debilitamiento de la economía rusa debido a las sanciones internacionales; un daño incalculable a su reputación mundial; y un declive acelerado del poder nacional de Rusia.
Es un momento peligroso para que el Sr. Xi corteje tal peligro.
La economía china se enfrenta a un crecimiento más lento a largo plazo. Esto plantea el espectro del descontento o incluso de la inestabilidad social si el gobierno sigue dando prioridad a la seguridad y al control político sobre el bienestar económico. A finales del año pasado, miles de manifestantes protestaron en todo el país contra la obsesión de Xi por el control, saliendo a la calle para denunciar las estrictas políticas de Covid, que posteriormente fueron levantadas. Algunos manifestantes expresaron sus inusuales demandas de cambio político, incluida la destitución de Xi. El apoyo interno a una posible guerra sangrienta por Taiwán podría no durar mucho. Debido a la política china de un solo hijo, ahora levantada, sus fuerzas armadas están compuestas en su mayoría por hijos sin hermanos. Sus padres esperan que esos soldados les mantengan en la vejez y podrían echarse a la calle si aumentaran las bajas.
Otro factor que podría frenar a Xi es la posibilidad de que Estados Unidos ayude a Taiwán. El apoyo bipartidista en el Congreso estadounidense a la seguridad de Taiwán nunca ha sido tan fuerte, y el presidente Biden ha dicho en repetidas ocasiones que Estados Unidos apoyaría militarmente a Taiwán si China atacara. Mis conversaciones con expertos chinos sugieren que Beijing cree firmemente que Estados Unidos valora a Taiwán como un importante baluarte estratégico para contener a China e intervendrá para impedir una toma de la isla por parte de China.
Sin embargo, hay situaciones en las que Xi podría verse obligado a actuar militarmente. Si un futuro gobierno de Taiwán impulsa la independencia formal mediante un referéndum o una revisión constitucional, Xi podría llegar a la conclusión de que los riesgos políticos de la inacción -para él y para el Partido Comunista- son mayores que el riesgo de guerra. La decisión de un presidente o del Congreso estadounidense de restablecer el reconocimiento diplomático de Taiwán -o de volver al tratado de defensa que tenía con Taipei antes de que Estados Unidos cambiara su reconocimiento diplomático por el de la China comunista en 1979- podría forzar igualmente la mano de Xi, aunque no confíe en el éxito en el campo de batalla.
Incluso sin un desencadenante tan directo, las próximas elecciones de enero en Taiwán podrían dar lugar a otros cuatro, o incluso ocho, años de gobierno del independentista Partido Democrático Progresista. Xi puede decidir atacar si siente que Taiwán se le escapa de las manos, especialmente si Estados Unidos sigue reforzando el ejército taiwanés y sus propias fuerzas en la región.
Pero a menos que se encuentre entre la espada y la pared, es probable que Xi llegue a la conclusión de que los riesgos de una aventura militar infructuosa son demasiado elevados. Esto brinda una oportunidad que Estados Unidos y Taiwán deben aprovechar sabiamente.
Taiwán debe acelerar su cambio hacia la inversión en capacidades de defensa que puedan sobrevivir -y resultar letales- contra un posible ataque. Dado que el reabastecimiento de la isla será extremadamente difícil si estalla el conflicto, debe hacer un mayor esfuerzo para almacenar no sólo municiones, sino también alimentos, agua y energía. Debe adoptar un enfoque de su defensa que abarque a toda la sociedad y haga hincapié en la resistencia nacional, la capacidad de recuperación y la voluntad de luchar.
Estados Unidos debería hacer más para ayudar a Taiwán a alcanzar estos objetivos. También debe seguir esforzándose por reconfigurar su propia postura militar en Asia Oriental, lo que incluye distribuir las fuerzas estadounidenses, hacerlas más resistentes y adquirir misiles de largo alcance más avanzados que puedan superar a las armas chinas. El objetivo general de la estrategia militar estadounidense en la región debe ser negar a Beijing la capacidad de lograr una victoria militar rápida y de bajo coste sobre Taiwán.
Por último, Estados Unidos también debe ofrecer garantías creíbles a Beijing de que, mientras China se abstenga de utilizar la fuerza contra Taiwán, Washington no apoyará la independencia de la isla ni volverá a su anterior tratado de defensa con Taipei. Este tipo de garantías pueden ayudar a evitar la guerra.
Mientras tanto, la retórica y las maniobras agresivas de China no deben verse como una señal de ataque inminente, sino como lo que son: una demostración de la determinación china de que no aceptará la separación permanente de Taiwán de China, y una oportunidad para que el EPL perfeccione sus habilidades, por si algún día Beijing se ve obligada a utilizarlas.
* Bonnie S. Glaser es directora gerente del Programa Indo-Pacífico del German Marshall Fund of the United States. Ha trabajado en temas relacionados con China como consultora para los Departamentos de Defensa y Estado.
* Este artículo se publicó originalmente en The New York Times.-