Hurricanes and Tropical StormsHurricane Otis (2023)Acapulco (Mexico)Mexico
Decenas de vecinos desplazados se reunieron en un refugio a la espera de que lleguen recursos para una ciudad destrozada.
En una gran iglesia con una cruz azul cerca del malecón de Acapulco, decenas de personas dormitaban en sleeping bags a lo largo de las bancas, oraban en silencio o hablaban con nerviosismo de los pasos siguientes.
Víctor Hugo Sánchez escuchaba con atención las súplicas desesperadas de gente que buscaban alimento, agua y combustible dos días después de que un huracán categoría 5 arrasó la ciudad y dejó a cientos de miles de damnificados aislados y sin recursos básicos. Para la mañana del lunes, se había confirmado que 45 personas habían fallecido y 47 estaban desaparecidas, según las cifras preliminares del gobierno de México.
Una mujer quería saber si pronto habría más garrafones de agua. Un hombre que viajó de Ciudad de México agradecía a Sánchez por localizar a sus parientes. Otra mujer lloraba quedito y le pedía que la ayude a salir de la ciudad devastada.
Sánchez, integrante de la agencia de protección civil del estado de Guerrero, había sido designado como coordinador en este y otros cuatro refugios acondicionados en la zona. "Me imagino que empezará a llegar más gente", dijo el viernes. Una lista incompleta de las autoridades locales identificaba a 1656 personas desplazadas que habían sido alojadas en hoteles, escuelas y complejos deportivos.
"Es un caos esto", añadió Sánchez. "Es un desastre Acapulco".
En la iglesia el agua embotellada empezaba a escasear. Cinco rejas de plástico y una mesa rebosaban de cajas y botellas de medicamento, pero no había médicos para administrarlas. Y a pesar de que Sánchez se esforzaba para solicitar a otras autoridades para que instalaran un comedor comunitario y un purificador de agua, el viernes aún no llegaba la ayuda.
También la seguridad empezaba a ser una dificultad. "Tengan cuidado en la noche", dijo. "Están asaltando. Si te asaltan, te quitan tus cosas, te bajan la gasolina".
Pero en una ciudad que había quedado en la oscuridad luego de que más de 10.000 postes de electricidad fueron derribados por vientos superiores a los 265 kilómetros por hora, la iglesia era un oasis reluciente para quien quisiera cargar su celular o escapar del calor con la brisa de un ventilador. El refugio contaba con un recurso inusual: un generador móvil que la Comisión Federal de Electricidad de México había provisto.
El lunes, el gobierno de México dijo que ha desplegado a unos 18.000 miembros de las fuerzas armadas a Acapulco, así como miles de trabajadores de distintas dependencias.
Erik Rojas, uno de los casi 2200 electricistas enviados a Acapulco luego de la tormenta, revisaba un refrigerador industrial en donde se guardaban algunas de las provisiones del albergue. "Ahorita la infraestructura está muy dañada", dijo mientras intentaba averiguar por qué el aparato que zumbaba no congelaba a pesar de estar conectado el generador.
El lunes, la comisión dijo que se había restablecido la electricidad para el 65 por ciento de los usuarios afectados en Acapulco. Pero los avances son desafiantes.
"Esto es un colapso total", dijo Rojas, de 38 años, quien tenía que dormir en su camión. "Es como hacer una infraestructura nueva".
El jueves, el refugio estaba saturado de visitantes a la ciudad procedentes de estados mexicanos y otros países. Al fin, Sánchez logró enviar en autobús a más de 140 de ellos con destino a Chilpancingo, la ciudad más cercana, y a la capital mexicana, Ciudad de México. La mayoría de los que se quedaron eran vecinos de barrios cercanos.
Feliciano Olivorio Díaz, de 63 años, un cantante y percusionista de la localidad que había buscado refugiarse de los vientos devastadores de Otis, dijo: "Si un poquito le aprieta más el aire, iba a aventar toda la iglesia". Y añadió: "Tenemos miedo de esperar a ver si no vuelve a pasar algo más, porque se ve silencioso".
Para aligerar el ambiente, Olivorio Díaz, quien hace seis años perdió la vista, encendió una radio de mano y cantó. "Le canto y hasta el padre dice que se ve que están muy alegres las cosas, se ve que estamos vivos", dijo.
Pero cuando apoyó su bastón contra un muro afuera de la iglesia para poner una cumbia mexicana en la radio, solo había dos hombres ahí para escucharlo cantar.
La voz de Olivorio Díaz sonaba a la distancia mientras Martha García, de 63 años, estaba en una misión desesperada.
Su marido, Abel Sánchez, de 70 años, había sido dado de alta del hospital el martes, un día antes de que el huracán tocara tierra en Acapulco. Tres meses atrás había contraído neumonía. "Como que nos viene siguiendo la desgracia", dijo entre llantos.
García había dejado en casa a su esposo enfermo y acudía al albergue con la esperanza de que alguien le ayudara a conseguir un tanque de oxígeno. El de su marido, lo único que le ayudaba a respirar, dijo ella, se iba a quedar vacío al día siguiente.
Pero el sistema de salud de toda la ciudad también estaba destruido. Incluso la sede de la Secretaría de Salud de México en Acapulco había sufrido daños severos.
El viernes, en un hospital a unos cinco kilómetros de la iglesia, Lucía Soriano, de 43 años, tocaba el portón de metal cerrado. El sótano del edificio estaba completamente inundado de aguas negras y escombros. La fachada lucía los estragos de las ventanas que se habían roto.
Un guardia de seguridad surgió de los pasillos y se acercó al ruido. La madre de Soriano, de 77 años, tenía que someterse a una cirugía de los ojos esa mañana, le dijo al guardia.
Él la interrumpió: "No hay servicio porque no hay luz. No hay gas. No hay nada", y añadió que dentro solo estaba una pequeña cuadrilla de limpieza. No había médicos y no se realizarían cirugías en el futuro cercano, dijo.
"El lunes vengo para ver qué me dicen con lo de la cita", dijo Soriano mientras se alejaba caminando, "porque ya se pagó".
Incluso localizar alimento y otros artículos básicos ha sido un gran desafío en la ciudad. Casi todas las tiendas, almacenes y supermercados de Acapulco han quedado vacíos, aunque el gobierno ha empezado a distribuir provisiones.
En la iglesia, García dijo que había conseguido tortillas de harina y frijoles en lata en una tienda de conveniencia desvalijada, y comentó que es lo que ella y su esposo habían estado comiendo.
No tenía intenciones de evacuar. "Yo lo que necesito es conseguir oxígeno".
Emiliano Rodríguez Mega es investigador-reportero del Times radicado en Ciudad de México. Cubre México, Centroamérica y el Caribe. Más de Emiliano Rodríguez Mega