(Album Review)
Sí, la cima es solitaria, pero de vez en cuando también es divertida, ¿cierto?
Es difícil no hacerse esa pregunta al escuchar la última avalancha de canciones de Bad Bunny, el álbum con un lanzamiento sorpresa "Nadie sabe lo que va a pasar mañana". Contiene 21 canciones y un pequeño fragmento. Pero esa abundancia da pocas alegrías.
Con este álbum, Bad Bunny, alias el cantautor puertorriqueño Benito Martínez Ocasio, se une a las filas de las superestrellas hurañas: figuras como Drake y Ye, estrellas que han conquistado el mundo, pero siguen sin sentirse apreciadas y se consideran asediadas. Su abrumador éxito comercial --cientos de millones de vistas en sus videos, giras por estadios y arenas con entradas agotadas, atención de todos los sectores posibles-- solo ha logrado que se atrincheren y se pongan a la defensiva.
Pero no tiene por qué ser así. Vean cómo Taylor Swift y Beyoncé afrontan ahora el megaestrellato, saboreando cada momento (al menos en público) e invitando a sus fans a compartir la emoción.
Bad Bunny tiene una voz que no deja de deslumbrar, es un barítono que puede cantar o rapear con la misma potencia. Su voz salta de los altavoces de la radio o la computadora, tiene peso y conecta emocionalmente sin importar las barreras idiomáticas. A lo largo de la década de 2020, Bad Bunny ha pulverizado las expectativas y los récords de ventas totalmente a su manera. Reivindica su identidad puertorriqueña y caribeña, elogia con frecuencia a sus modelos a seguir y colabora cruzando fronteras y géneros. Desafía la tradición del "crossover" en el pop estadounidense al conservar las letras de sus canciones en español, lo que hace que sus colaboradores sean los que tengan que cambiar de idioma. Sus nuevas canciones demuestran que es consciente de su condición de pionero, pero que eso no le reconforta.
El álbum inicia con "Nadie sabe", un manifiesto de seis minutos sobre el aislamiento de una superestrella, ambientado con melancólicos acordes orquestales, a los que al final se une un coro completo para cantar con Bad Bunny. Se declara a sí mismo "la estrella más grande en el mundo entero"; también advierte que "nadie sabe, no, lo que se siente, ey, sentirse solo con cien mil persona' al frente". Y a pesar de su bien ganada confianza en sí mismo, los que le odian todavía lo sacan de quicio. "Ya no estoy en mi 'peak'; ahora, estoy en mi 'prime'", canta. "Por eso están rezando de que me estrelle".
Desde luego, hay que conectar eso a la política del agravio y a los algoritmos de las redes sociales que atizan el conflicto y fomentan peleas sin sentido. Ahora, los músicos se comercializan en ese entorno y tienen que lidiar, de una forma u otra, con los comentarios. Pero los músicos también tienen otras válvulas de escape no verbales. Tienen el placer visceral del ritmo. Tienen las respuestas intuitivas a una armonía o un tono vocal. Tienen la libertad, sobre todo en la era digital, de dar sorprendentes saltos sonoros con tan solo un clic del ratón.
Bad Bunny ha adoptado esas posibilidades, al ampliar sus horizontes musicales con cada uno de sus álbumes. Aunque el trap latino y el reguetón son sus bases musicales, se ha adentrado en el rock, el reggae, el hiphop, la salsa, la bomba, el merengue, el EDM y mucho más, a veces dentro de la misma canción, como hizo en temas como "Después de la playa" y "El apagón" de su exitoso álbum de 2022, "Un verano sin ti".
Sin embargo, en el nuevo álbum, Bad Bunny reduce deliberadamente su paleta. En "Nadie sabe", declara que el álbum es para sus "fans [sic] reales" y la mayoría de sus canciones son un regreso al trap latino que dominaba en su primer álbum, "X 100PRE", en 2018. Cinco años parecen pocos para un viaje nostálgico.
Como artesano y cantante, Bad Bunny se siente completamente a gusto con el tic-tac de la batería electrónica y los acordes menores del trap latino. En las nuevas canciones, se abre camino por temas familiares: riqueza, fiestas, sexo, fama, autonomía. E incluso en territorios sonoros trillados, es capaz de crear canciones cautivadoras. Se muestra decididamente amargado en "Gracias por nada", una balada trap sobre una ruptura que destruye todos los puentes al detallar lo mucho que fue traicionado.
Pero a medida que el álbum avanza y zumba, las canciones que perduran son las que se alejan del trap latino estándar. En "Mr. October", Bad Bunny presume de sus logros mientras unos teclados crispados en bucle sugieren la ansiedad que se esconde tras su altiva faz. "Where She Goes", un sencillo publicado en mayo, utiliza los sonidos contundentes y amplios de un ritmo de Jersey Club para ofrecer un lamento sobre una aventura de una noche que desearía poder repetir.
"Cybertruck" oscila entre los fundidos tonos del teclado y un esquelético ritmo de reguetón mientras Bad Bunny declara: "No soy normal" y se burla: "Que me odie el que me odie, Que me quiera el que me quiera". Y la camaradería suena genuina cuando Bad Bunny se une a los raperos puertorriqueños que creció escuchando --Arcángel, De La Ghetto y Ñengo Flow-- en "Acho PR", dedicada "Pa' mi gente de el [sic] barrio".
"Acho PR", como gran parte del álbum, insiste en que Bad Bunny sigue arraigado, que el reconocimiento internacional no ha cambiado sus lealtades más profundas. Pero la mayor estrella del mundo tiene innumerables opciones. Ahora que ha mirado hacia atrás, ¿cómo puede seguir adelante?