Confesiones de una degustadora profesional de Pop-Tarts

The New York Times: Edición Español

Casi todas las familias tienen un secreto del que nunca hablan. El nuestro es este: fuimos degustadores de Pop-Tarts.

Sucedió poco después de que Kellogg’s lanzara el bocadillo para tostadora en 1964. Pero durante varios meses de un año en particular (ninguno de nosotros puede determinar la fecha exacta), llegaron cajas de cartón color marrón a nuestra puerta con una variedad de Pop-Tarts en el interior. Fresa. Frambuesa. Canela y azúcar moreno. Las probamos todas. Después de la cena. A veces calientes, pero casi siempre, frías. Con y sin glaseado.

Ni yo ni ninguno de mis siete hermanos recordamos cómo es que nos volvimos críticos de Pop-Tarts, y mis padres ya no viven para contarnos. Pero tengo una teoría: mi madre era ingeniosa y, con ocho hijos que alimentar, seguramente vio una convocatoria para degustadores en alguna parte y pensó: “Genial, postre gratis”.

Sea cual fuere la razón, fuimos testigos de la historia gastronómica. En la actualidad, mientras Kellogg’s se prepara para celebrar el cumpleaños número 60 de sus Pop-Tarts el próximo año, estos siguen siendo un referente cultural. El año pasado, se vendieron más de 2000 millones, según la empresa. Se han retratado en murales artísticos, exhibido en museos y parodiado en “Saturday Night Live”.

Y al igual que Barbie, incluso tendrán su propia película: el año que viene, Jerry Seinfeld planea estrenar “Unfrosted: The Pop-Tart Story”, una crónica absurda sobre la carrera para ganar la guerra de los postres de desayuno, que Post comenzó con su propio pastelillo de tostadora, Country Squares, seis meses antes de que Kellogg’s lanzara las Pop-Tarts al mercado.

Seinfeld, quien dirige y protagoniza la película de Netflix, basó el guion en un chiste de su rutina de “stand-up” e invitó a unos trece de sus amigos a actuar con él en pantalla, entre ellos, Amy Schumer, Melissa McCarthy y Hugh Grant.

Para mí y mis hermanos, las Pop-Tarts eran exóticas. Crecimos en una comunidad agrícola a la sombra de los montes de Santa Cruz en California y la mayoría de nuestra comida provenía de las granjas y lecherías que bordeaban el pueblo. Era raro ver alimentos procesados en nuestro hogar y más aún dulces comprados de la tienda, ya que era más barato hornear decenas de galletas caseras un domingo para repartirlas durante la semana.

Cuando comenzó el experimento culinario de nuestra familia, las Pop-Tarts ya se vendían en las tiendas, pero nosotros teníamos acceso a sabores inéditos que nuestros vecinos y compañeros de escuela no podían comprar. Y eso nos hacía especiales.

Una de mis hermanas recuerda que nuestro padre resguardaba las Pop-Tarts bajo llave en el sótano. Es lógico. La comida que se deja desatendida en una familia numerosa suele desaparecer rápidamente, y mis padres custodiaban las Pop-Tarts de la misma forma en que Harry Winston vigila sus diamantes en la noche de los Premios Oscar.

No comíamos Pop-Tarts en el desayuno; mi mamá seguía sirviéndonos la avena que, si se dejaba a la intemperie demasiado tiempo, se solidificaba en una masa viscosa color beige. Y si te comías una justo después de que salía de la tostadora, probablemente te quemabas la lengua.

En las noches de degustación, nos reuníamos alrededor de la mesa de la cocina después de la cena. Luego, mi padre aparecía con la caja de Pop-Tarts y la colocaba con suavidad en la encimera, como si posara al niño Jesús en su cuna en Nochebuena. Mi madre abría las bolsitas y repartía una Pop-Tart por persona. No las tostaba (que es la razón de su existencia, ¿no?) y no nos revelaba el sabor sino hasta el final de la degustación.

Algunos de nosotros las olfateábamos y mordisqueábamos. Otros les daban unas buenas mordidas. A veces mi madre nos hacía preguntas. Pero en general, recordamos que llenábamos formularios y calificábamos las Pop-Tarts en cuanto a sabor y textura. Luego se llevaban la caja, junto con los formularios completados, y las sobras se racionaban hasta que llegara la siguiente caja con nuevos sabores y glaseados que probar.

Éramos buenos alumnos y nos tomábamos muy en serio nuestro trabajo, pues considerábamos nuestras evaluaciones con la misma dedicación que un juez de “Top Chef”. Al menos en nuestra mente, esta era una labor importante. Tal vez exagere, pero si te gustan los sabores Frosted Strawberry (fresa glaseada) o Frosted Brown Sugar Cinnamon (canela-azúcar moreno) —dos de los sabores más vendidos de Kellogg’s— es posible que se vendan gracias a mi familia.

Pero por más revolucionarias que fueran las Pop-Tarts, pocos en mi familia recordamos sentirnos asombrados. Nuestra bisabuela, que migró desde la República Checa, solía preparar kolache de albaricoque casero y strudel de manzana recién horneado. Las Pop-Tarts palidecían en comparación.

“No me gustaban”, dijo mi hermana Mary. Tampoco le apetecían a mi hermana Gondie, pero le daban poder de negociación en el patio de la escuela. “Podías comerte una Pop-Tart e intercambiar la otra por un chocolate”, relató sobre el paquete de dos piezas. En mi caso, solo las comía si mi mamá les cortaba las orillas, lo cual dejaba un cuadro de mermelada de frambuesa del tamaño de un ravioli.

Tal vez no sea una sorpresa que ninguno de nosotros coma Pop-Tarts en la actualidad. “Pero es un gran recuerdo”, afirmó mi hermano Michael.

Le pregunté a Seinfeld por qué creía que a las personas les interesaría una comedia sobre el inicio de las Pop-Tarts.

“El 95 por ciento de la historia es una locura total”, reveló acerca de la película. Pero señaló que las Pop-Tarts tienen un gran atractivo nostálgico. “Era un gran diseño, un gran nombre, y un gran producto”.

De hecho, Seinfeld relató que aún le gusta comer dos Pop-Tarts sabor canela-azúcar moreno con un vaso de leche.

“No hay nada mejor”, concluyó.

Pop-Tarts en una exposición en el Museo de la Comida Repugnante, en Malmö, Suecia, el 25 de octubre de 2018. (Mathias Svold/The New York Times)

Un anuncio retro que muestra a un niño comiendo una Pop-Tart junto a una tostadora. Los cuatro sabores originales eran fresa, mora azul, canela-azúcar moreno y manzana-grosella. (Kellogg’s vía The New York Times)