NUEVA YORK — Sentada detrás de una sencilla mesa de madera, la dramaturga Annie Dorsen no está disfrazada para atraer nuestras miradas ni la baña una iluminación dramática. En la presentación-ponencia que es su espectáculo centrado en la inteligencia artificial “Prometheus Firebringer”, escenificada en el teatro Polonsky Shakespeare Center de Brooklyn, se podría suponer que ella tiene el papel aburrido.
A su derecha están sus coprotagonistas: una gigantesca máscara impresa en 3D de una cabeza humana con pantallas de video como si fueran ojos y una horda de máscaras más pequeñas: rostros que parecen tomados directamente de una película de terror, con bocas negras abiertas y espeluznantes ojos en blanco que son ventanas blancas y lechosas a almas inexistentes.
“Todo está hecho con inteligencia artificial”, nos dice Dorsen. “No lo que digo. Pero sí lo demás”. Mueve el pulgar de forma casual hacia estas y agrega: “Las máscaras. Sus voces. Lo que dicen”.
El elemento llamativo de esta producción, presentada por Theater for a New Audience, es una versión especulativa de una parte perdida de la antigua trilogía de Prometeo de Esquilo, creada mediante inteligencia artificial: GPT-3,5. Los algoritmos han sido una herramienta en la obra de Dorsen durante más de una década, pero su última pieza coincide con una preocupación creciente por el poder de la inteligencia artificial —incluso de algunos de los que han ayudado a construirla— y una serie de espectáculos actuales y futuros la utilizan y la escudriñan. (El próximo mes llegará “Artificial Flavors” de Civilians en los teatros 59E59 y “dSimon” de Simon Senn y Tammara Leites en el Festival Crossing the Line).
Mientras el público se instala en su lugar para ver “Prometheus Firebringer”, en una gran pantalla electrónica sobre el escenario aparecen historias escritas por inteligencia artificial o más bien variaciones de la misma historia breve. El texto de la presentación que vi, el cual se genera antes de cada función, hablaba de “el dios Zeus y el titán Prometeo”, como lo decía una versión, y un “coro de niños huérfanos humanos”.
Lo principal que debes saber para este espectáculo es el famoso inicio de la historia: Prometeo, un semidiós travieso, le robó el fuego a Zeus y se lo entregó a la agradecida raza humana. La forma en que los humanos aprovechan la tecnología que tienen a su disposición es el verdadero tema de “Prometheus Firebringer”, donde Dorsen se convierte en su propio coro griego, para advertir, comentar y lamentar una tragedia del siglo XXI que estamos permitiendo que nos ocurra.
El espectáculo de 45 minutos, en el que se alterna su charla inspirada con el fragmento especulativo de la trilogía, de iluminación sombría y con sonido robótico, es poco fascinante como demostración práctica de la inteligencia artificial. El texto de GPT-3,5 que vi en la presentación fue casi ordinario, un truquillo tecnológico con máscaras de ventrílocuo. La obra corta sin humanos es remota e inerte, un simulacro inherente de drama.
Tiene cierta torpeza y carece de claridad. En un momento, me pregunté si la voz que salía de la gran máscara había pronunciado el nombre de Prometeo por error, como un principiante que dice el nombre del personaje antes de leer una línea de diálogo.
Sin embargo, la ponencia de Dorsen posee un beneficio contundente como un examen de nuestra reverencia frente a la tecnología: la tendencia cultural a arrodillarse y someterse ante ella, el reflejo de una fe que no solo es superior a los humanos, sino que también nos domina inevitablemente. Como si los lores de la tecnología estuvieran a cargo de lo que todos llegamos a ser, sin importar qué sintamos ni qué perdamos.
“Una lección sobre la tragedia, pues, es que conspiramos con nuestro destino”, menciona Dorsen.
Aunque son ciertas esas palabras, no son suyas. En un monólogo cosido por completo a partir de retales prestados de pensamientos de otros pensadores, la sentencia proviene del libro de 2019 del filósofo Simon Critchley, “Tragedy, the Greeks, and Us”. Es una de la legión de fuentes citadas durante el espectáculo, los nombres de los autores y los títulos proyectados detrás de Dorsen mientras habla.
Es la forma como provocación, la cual invita a la objeción de que ella perfectamente podría estar buscando en internet, engullendo y regurgitando todo lo que hay, simplificado y plagiado. No obstante, Dorsen está haciendo, sin importar cuán extremo, lo que siempre han hecho los artistas: recopilar, muestrear y sintetizar para crear algo completamente nuevo.
Susan Sontag, en “Regarding the Pain of Others” (2003), es la fuente de Dorsen al afirmar que “incluso en la era de los cibermodelos, lo que siente la mente sigue siendo como lo imaginaban los antiguos, un espacio interior —como un teatro— en el que imaginamos y estas imágenes nos permiten recordar”.
En este momento, como personificación de esa noción, en Here, en Manhattan, se presenta un espectáculo que se siente como un contrapunto cálido y palpitante de todo lo relacionado con la inteligencia artificial: “Psychic Self Defense”, de Normandy Sherwood, puesta en escena muy teatral y de una psicodelia vívida. Los materiales promocionales la describen como parte “protector de pantallas con actores”, pero es mucho más una ensoñación.
Casi sin palabras, es el espectáculo de escena onírica primigenia, ambientado en un proscenio en el que un telón se abre para revelar otro, otro y otro más, una sinfonía exuberante de texturas, patrones y colores. Un baile de borlas gigantescas con actores al interior, como si acabaran de llegar del castillo de “La Bella y la Bestia”. Aparecen miniaturas del decorado del proscenio y en su interior brotan marionetas cómicas.
Esta obra, juguetona, tonta, burlona, extraña, tiene una hechura humana tan emocionante, desde lo más profundo de la infinita extrañeza de la mente humana, que su creatividad inconformista parece fuera del alcance de lo artificial. O por lo menos espero que así sea.
La profundidad de ese alcance es la preocupación de “Bioadapted”, la obra de Tjasa Ferme —diseñada con elegancia, montada a detalle, pero, a final de cuentas, sobrecargada— que se presenta en Culture Lab LIC en Long Island City, Queens.
Al igual que Dorsen, Ferme incorpora la inteligencia artificial a la representación de formas que, a propósito o no, demuestran su incompetencia; una canción de música country, generada con unas pocas indicaciones del público, fue sin duda la pieza de música country más espeluznante que haya oído en mi vida. Sin embargo, “Bioadapted”, construida a partir de un documental y un texto dramático, te hace pensar de manera concreta en las formas en las que la inteligencia artificial puede deformar nuestra percepción de la realidad, vigilar nuestro interior mismo y apoderarse de lo que nos pertenece.
Tanto “Bioadapted” como “Prometheus Firebringer” le piden al público que considere lo que Dorsen llama —a partir de una línea de la obra del filósofo francés Bernard Stiegler “The Age of Disruption: Technology and Madness in Computational Capitalism” (2019)— “la pregunta ética fundamental, la pregunta de saber si queremos este mundo”.
Dorsen y Ferme nos empujan a abandonar nuestra pasividad, frenar los excesos de la inteligencia artificial y crear la sociedad que queremos en vez de someternos a un futuro tecnológico sombrío que suponemos inevitable.
“Siempre que haya tiempo, habrá tiempo para el cuidado”, afirmó Dorsen.
Le arrancó la frase al escritor sueco Axel Andersson. Y tiene razón.
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‘Prometheus Firebringer’
Hasta el 1 de octubre en Polonsky Shakespeare Center, Brooklyn; tfana.org. Duración: 45 minutos.
‘Psychic Self Defense’
Hasta el 30 de septiembre en Here, Manhattan; here.org. Duración: 1 hora.
‘Bioadapted’
Hasta el 24 de septiembre en Culture Lab LIC, Queens; transformatheatre.com. Duración: 1 hora y 40 minutos.
Annie Dorsen en el espectáculo centrado en la inteligencia artificial “Prometheus Firebringer”, que se presenta en Polonsky Shakespeare Center en Brooklyn, el 14 de septiembre de 2023. (Sara Krulwich/The New York Times)