NUEVA YORK — “La mayoría del tiempo, estoy contenta a medias”.
Esas palabras son de Bob Dylan, y fueron pronunciadas por Brooke Shields la semana pasada, en la noche del debut de su espectáculo con entradas agotadas en el Café Carlyle, el íntimo club de Manhattan donde han actuado Bobby Short, Elaine Stritch y Debbie Harry.
Ocurrió cinco meses después de que Shields regresara al centro de atención con “La historia de Brooke Shields”, un aclamado documental que retrató los altibajos de una trayectoria que se remonta a los años setenta cuando, siendo una niña, la actriz y modelo fue promocionada como un símbolo sexual.
Varias celebridades fueron a verla al recinto, que está a unas cuadras del apartamento en el Upper East Side donde creció. En una mesa cerca del escenario estaban los actores Naomi Watts, Billy Crudup y Laura Dern. Cerca de ahí se encontraba Mariska Hargitay, con quien Shields ha trabajado en “La ley y el orden: unidad de víctimas especiales”. Entre la multitud se encontraban dos hombres que habían realizado espectáculos de cabaré en el Carlyle: Isaac Mizrahi, quien diseñó el vestido holgado de color naranja que lucía Shields, y Alan Cumming.
Ya sea a propósito o por casualidad, Shields, de 58 años, ha reflejado el espíritu de la época a lo largo de sus casi cinco décadas de carrera. En los años setenta, donde no faltó la lujuria y las drogas en abundancia, Shields protagonizó (a los 11 años) “Niña bonita”, la película de Louis Malle sobre la relación romántica entre un hombre adulto y una niña prostituta. En los afanosos años ochenta, se graduó de la Universidad Princeton y escribió un libro de autoayuda para adolescentes en el que hablaba de su decisión de permanecer virgen.
En la década siguiente actuó en Broadway (en una nueva versión de “Vaselina”), demostró su talento para la bufonada en una telecomedia de éxito (“De repente, Susan”) y se casó y divorció de una estrella del tenis (Andre Agassi). En 2001 contrajo matrimonio con el guionista de comedia y cineasta Chris Henchy, con quien tuvo dos hijas, y regresó a los escenarios de Broadway en “Chicago”. También encontró tiempo para escribir memorias y conducir un pódcast, “Now What”.
Shields también dijo durante el espectáculo que en algún momento de su variada carrera: “Actué en Sea World. Con Lucille Ball”.
Su residencia en el Café Carlyle durará hasta el 23 de septiembre. Están agotadas las entradas para todas las noches. El martes inició su actuación con “Think We’re Alone Now”, un irónico lamento sobre las pocas veces que se ha sentido sola desde que su madre decidió que sería una estrella.
En “Fame Is Weird”, una canción que Matthew Sklar y Amanda Green escribieron para el espectáculo, pasó de sus encuentros con el público a sus experiencias con otras celebridades. En la introducción, dijo que había rechazado a Donald Trump cuando la invitó a salir, pero luego reconoció que había accedido a la petición de Elizabeth Taylor de que masticara previamente su chicle.
“Yo lo mastiqué primero, así que salí ganona”, dijo Shields.
También contó cómo algunas de las mujeres más famosas del mundo la trataron con maldad. Cuando conoció a Bette Davis en los Oscar, le dijo: “Hola, soy Brooke Shields”, a lo que la estrella respondió: “Sí, lo eres”. Algo parecido sucedió cuando Ben Stiller la llevó a casa de Madonna, relató Shields. El saludo que recibió de Madonna fue cortante: “Oh, eres tú”.
En muchos sentidos, el show es como un esfuerzo de Shields por superar su ambivalencia de haber aterrizado un poco más tras los años de su gran estrellato infantil y adolescente. En la segunda parte, se burló y rindió homenaje a su madre, Teri Shields, que en los años setenta y ochenta se convirtió en un punto focal de los recelos de la sociedad sobre la crianza en el escenario y la sexualización de los niños en Hollywood.
“Ella ha estado en la prensa casi más que yo, y quizá todos ustedes tengan una opinión acerca de ella”, comentó Brooke Shields.
Después reconoció que la vida con su madre, quien falleció en 2012, no era del todo mala.
“Hubo muchas risas y mucha diversión”, dijo. “Hacía cosas muy disparatadas. Veía a un perro atado fuera de una tienda, esperando a que regresara su dueño, y ella se ponía delante del perro y le decía: ‘No van a volver nunca’. Era muy cruel. Es oscuro. Pero muy divertido”.
También habló del alcoholismo de su madre. “Le pusimos su nombre a un cóctel del bar. En realidad, le pusimos su nombre a varios”, dijo Shields, antes de ponerse seria sobre lo mucho que la echaba de menos. Añadió que una de las razones por las que quería presentarse en el Carlyle era porque a ese lugar la había llevado su madre cuando era joven. “Estaría muy orgullosa”, dijo.
Dicho eso, arrancó con la melancólica “Most of the Time” de Dylan.
Shields, que parecía estar resfriada, sonó un poco como Bob Dylan en cuanto su garganta empezó a quebrarse. Después empezó a hablar de las tribulaciones de ser esposa de Henchy, que estaba sentado entre el público, y madre de dos hijas adolescentes, Rowan y Grier. Mientras interpretaba “Count to Ten”, de Tina Dico, se disculpó con un hombre sentado cerca del escenario, a quien le llegaba casi toda su saliva.
Hacia el final, cantó “Faith”, un éxito de 1987 de un conocido suyo, George Michael. Interpretó la letra con convicción, al tiempo que utilizaba la canción para hacer una descarada referencia a las noches en las que se presentaba ante los paparazi en el papel de novia pública de George Michael y Michael Jackson.
Tras los aplausos, el diseñador de moda Christian Siriano ofreció una crítica sucinta: “Estuvo genial, aunque es obvio que tiene COVID”.
Momentos después, Shields salió de su camerino y saludó rápidamente a sus amigos y simpatizantes. Un camarero le preguntó qué le apetecía beber. “Tequila”, respondió, antes de dirigirse a una mesa de la esquina para charlar con un periodista.
Cuando se le comentó lo que pensaba Siriano, contestó: “¡No tengo COVID!”. Pero dijo que sí tenía una dolencia respiratoria que la había llevado al hospital unos días antes del espectáculo.
Su profesor de canto le trajo pastillas para la tos. Los publicistas la acechaban. Shields explicó que su espectáculo de cabaré empezó a tomar forma en primavera. Con la colaboración del guionista y director Nate Patten, así como del director musical Charlie Alterman, Shields dijo que quería organizar una velada en la que contara su propia historia con sinceridad y, al mismo tiempo, la convirtiera en una fuente de comedia.
Era consciente de que este es un momento complicado para humanizar a las personas que quisieron que saliera en una película a los 11 años como alguien cuya virginidad se subastaba. Pero no por eso su madre dejaba de ser su madre, y ella la quería.
“La vida real transcurre en la ambivalencia”, afirmó. “Lo importante de todo esto es que no somos ni una cosa ni la otra. Somos seres humanos, y estamos intranquilos”.
Brooke Shields en el estreno de su residencia en el Café Carlyle de Nueva York, el 12 de septiembre de 2023. (Tony Cenicola/The New York Times)
Brooke Shields en el estreno de su residencia en el Café Carlyle de Nueva York, el 12 de septiembre de 2023. (Tony Cenicola/The New York Times)