Cuando Irene Evran, antes Irene Yuan, se casó con Colin Evran hace tres años en una ceremonia civil celebrada en Zoom en plena pandemia, le pareció normal cambiarse el apellido.
Su madre había conservado su apellido de soltera, como es tradicional en China, de donde son originarias. Pero Irene Evran pensó que sería más fácil tener el mismo apellido que su marido y sus futuros hijos. Ella comenta que para él era importante y a ella le gustaba cómo sonaba el apellido de él con su nombre.
“No fue una decisión difícil”, comentó Evran, de 35 años, residente de San Francisco. “Tal vez haya influencias tradicionales muy arraigadas, pero me pareció bastante sencillo y sin complicaciones”.
La tradición nupcial de adoptar el apellido del marido sigue vigente. Entre las mujeres en matrimonios heterosexuales en Estados Unidos, 4 de cada 5 cambiaron sus apellidos, según una nueva encuesta del Centro de Investigaciones Pew.
De acuerdo con la encuesta, el 14 por ciento conservó su apellido. Las mujeres más jóvenes son las más propensas a hacerlo: una cuarta parte de las encuestadas de 18 a 34 años mantuvo su nombre de soltera.
Es menos frecuente separar los apellidos con un guion (alrededor del 5 por ciento de las parejas de todos los grupos de edad lo hicieron) y menos del 1 por ciento dijo haber hecho otra cosa, como crear un nuevo apellido. Entre los hombres casados con mujeres, el 5 por ciento adoptó el apellido de ella.
Los nombres de los cónyuges se han convertido en otra forma de divergencia política y educativa en las vidas de los estadounidenses. Entre las mujeres republicanas conservadoras, el 90 por ciento adoptó el apellido de su marido, en comparación con el 66 por ciento de las demócratas liberales, según la encuesta del centro Pew. El 83 por ciento de las mujeres sin título universitario cambió su apellido, mientras que el 68 por ciento de las que tenían un título de posgrado lo hizo.
Según la investigación, las mujeres que conservan su apellido suelen ser mayores cuando se casan y tener carreras consolidadas y altos ingresos. Han invertido en “hacerse un nombre” profesional, comentó Claudia Goldin, economista que estudia el género en la Universidad de Harvard y coautora de un artículo con ese título junto con Maria Shim.
Como cantó Taylor Swift sobre un exnovio en “Midnight Rain”: “Él quería una novia, yo me estaba haciendo mi propio nombre”. Aun así, Jennifer Lopez representó una experiencia mucho más común cuando se convirtió en la señora “de Affleck” el año pasado, mucho después de haberse hecho su propio nombre.
La gente se está casando a mayor edad que otras generaciones y las personas con estudios superiores tienen más probabilidades de contraer matrimonio. Eso sugeriría que más mujeres mantendrían sus apellidos, comentó Sharon Sassler, socióloga de la Universidad Cornell que estudia las transiciones de los jóvenes a la edad adulta.
“Sin embargo, nos adaptamos a las normas de género de nuestro tiempo, que, a pesar de Barbie, no es una época muy feminista”, explicó.
Además, las bodas son un evento de tradiciones muy marcadas por el género: “No creo que muchas mujeres quieran hablar de si el matrimonio es una institución patriarcal, sobre todo cuando están tomando la decisión de casarse”.
Algunas mujeres jóvenes dicen que la decisión se ha vuelto más práctica que política: les resulta más fácil tener el mismo nombre que sus futuros hijos y simplifica las reservaciones de restaurantes o las facturas de los servicios públicos.
Las inmigrantes en Estados Unidos y las mujeres negras e hispanas son menos propensas a adoptar el apellido del cónyuge. De acuerdo con el centro Pew, el 86 por ciento de las mujeres blancas lo hicieron, en comparación con el 73 por ciento de las negras y el 60 por ciento de las hispanas (en muchos países de habla hispana no es costumbre cambiarse el apellido). No había suficientes mujeres asiáticoestadounidenses en la muestra para el análisis.
Cuando Olivia Castor, de 28 años, abogada corporativa en Chicago, se casó hace tres semanas, decidió hacer ambas cosas. Está en proceso de cambiar legalmente su apellido por el de su marido, Austin McNair, pero seguirá usando Castor en su vida profesional.
Es hija de inmigrantes haitianos y quería mantener su apellido haitiano y honrar a su familia en su educación y éxito profesional.
“Significaba mucho para mí tener ese apellido, un legado de logros en Estados Unidos, y no quería desprenderme de eso”, dijo. “Pero también quería acoger mi vida nueva y la familia que estoy empezando con mi marido”.
Las conclusiones del centro Pew, procedentes de una encuesta realizada en abril a 2740 personas casadas, coinciden con otros datos que muestran que alrededor del 20 por ciento de las mujeres han conservado su apellido desde que esta práctica se impuso en los años setenta. Pero es difícil saber cómo ha cambiado a lo largo del tiempo porque se ha investigado muy poco al respecto (es visto como un “asunto de mujeres” y, por tanto, “no es considerado valioso por las personas que financian las investigaciones”, afirmó Laurie Scheuble, profesora emérita de la Universidad Estatal de Pensilvania que coescribió un artículo sobre el cambio de nombre en 2012).
La encuesta del centro Pew no incluyó suficientes parejas del mismo sexo para sacar conclusiones. Algunos dijeron que, debido a la falta de tradición, las parejas del mismo sexo se sentían más libres en su elección.
Para Rosemary y Christena Kalonaros-Pyle, que trabajan en el sector de la mercadotecnia en Nueva York y celebraron su boda en julio con 115 familiares y amigos en México, la solución fue unir sus apellidos con un guion.
“Queríamos tener ambos el mismo apellido que nuestros hijos, simplemente porque desde el punto de vista jurídico es mucho más prudente, sobre todo como pareja del mismo sexo, ya que en algunos estados y países las cosas se reconocen de forma diferente”, explicó Rosemary Kalonaros-Pyle.
También querían conservar su apellido griego y honrar el apellido del padre de Christena Kalonaros-Pyle, que murió antes de que su esposa pudiera conocerlo.
“Fue un poco de logística jurídica”, dijo, “y un poco de emociones”.
La tradición nupcial estadounidense de adoptar el apellido del marido sigue en boga. El gráfico desglosa las prácticas maritales de asignación de nombres por etnia.