Un testigo del asesinato de John F. Kennedy rompe el silencio y genera nuevas preguntas

El relato de Paul Landis, uno de los agentes del Servicio Secreto que se encontraba a escasos metros del ex presidente cuando fue abatido, podría cambiar la comprensión de lo ocurrido en Dallas en 1963

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Paul Landis, uno de los agentes del Servicio Secreto a escasos metros de John F. Kennedy cuando fue asesinado (Amir Hamja/The New York Times)
Paul Landis, uno de los agentes del Servicio Secreto a escasos metros de John F. Kennedy cuando fue asesinado (Amir Hamja/The New York Times)

Todavía recuerda el primer disparo. Por un instante, de pie en el estribo del automóvil que formaba parte del convoy, tuvo la vana esperanza de que solo hubiera sido un petardo o un neumático reventado. Pero conocía las pistolas, así que sabía que no era así. Entonces vino otro disparo. Luego otro. El presidente se desplomó.

Muchísimas noches después de lo ocurrido, volvió a vivir ese momento horripilante en sus sueños. Ahora, 60 años después, Paul Landis, uno de los agentes del Servicio Secreto que estaban a unos cuantos metros del presidente John F. Kennedy ese aciago día en Dallas, cuenta su historia por primera vez con todo detalle. Al menos en un aspecto clave, su relato difiere de la versión oficial y podría hacer que cambie lo que se cree que ocurrió en Dealey Plaza.

Su recuerdo contradice la teoría presentada por la Comisión Warren que ha ocasionado tanta especulación y debate desde hace años: que una de las balas dirigidas a la limusina del presidente no solo impactó a Kennedy sino también al gobernador de Texas John Connally, que iba con él, en varias partes.

El relato de Landis, contenido en una autobiografía por publicarse, cambiará la narrativa de uno de los días más sobrecogedores en la historia moderna de Estados Unidos de manera significativa. Quizá no tenga ninguna otra repercusión, pero también podría alentar a quienes no han dejado de sospechar que había más de un hombre armado en Dallas el 22 de noviembre de 1963.

La caravana de John F. Kennedy pasa por el Texas School Book Depository antes del asesinato el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas (Corbis vía Getty Images)
La caravana de John F. Kennedy pasa por el Texas School Book Depository antes del asesinato el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas (Corbis vía Getty Images)

Al igual que todas las historias relacionadas con el asesinato, su relato genera cuestionamientos particulares. Landis guardó silencio 60 años, y los recuerdos pueden ser engañosos aun cuando la persona dice con toda sinceridad estar segura de lo que recuerda. Algunos elementos de su relato contradicen las declaraciones oficiales que presentó ante las autoridades inmediatamente después del tiroteo, y no es posible reconciliar fácilmente algunas de las implicaciones de su versión con el registro existente de los hechos.

Pero estaba ahí, es un testigo directo. A los 88 años, afirmó que lo único que quiere es compartir lo que vio y lo que hizo.

“No hay ningún objetivo en este momento”, comentó en una entrevista el mes pasado con miras a la publicación de su libro, “The Final Witness” (El testigo definitivo), programada para el 10 de octubre. “Me parece que había pasado mucho tiempo y necesitaba contar mi historia”.

El meollo del asunto es un proyectil de 6,5 mm con casquillo de cobre. La Comisión Warren decidió que una de las balas disparadas ese día impactó al presidente desde atrás, salió por el frente de su garganta y a continuación impactó a Connally, y que de alguna manera logró lesionarlo en la espalda, el pecho, la muñeca y la cadera. Parecía increíble que una sola bala pudiera hacer todo eso, por lo que los escépticos bautizaron a esa versión como la teoría de la “bala mágica”.

Una de las razones por las que los investigadores llegaron a esa conclusión es que la bala se recuperó en una camilla que se cree se usó para Connally en el Hospital Parkland Memorial, así que supusieron que había salido de su cuerpo mientras intentaban salvar su vida. Pero Landis, que nunca fue entrevistado por la Comisión Warren, señaló que eso no fue lo que pasó.

Paul Landis muestra dónde se encontraba el día del funeral del presidente (Amir Hamja/The New York Times)
Paul Landis muestra dónde se encontraba el día del funeral del presidente (Amir Hamja/The New York Times)

Señaló que, de hecho, él fue quien encontró la bala, y no la encontró en el hospital cerca de Connally, sino en la limusina presidencial, en el respaldo del asiento detrás de donde iba sentado Kennedy.

Cuando vio la bala después de que el convoy llegó al hospital, explicó que la había tomado para evitar que se la llevara alguien interesado en tener un recuerdo. Afirma luego haber ingresado al hospital y haberla colocado junto a Kennedy en la camilla del presidente, pues supuso que podría ayudar a los médicos a determinar qué había ocurrido. Ahora supone que, en cierto momento, las camillas quedaron juntas y la bala se rodó de la camilla en que estaba a la otra.

“No había nadie ahí para vigilar la escena”, indicó Landis. “Mi único temor era que era una prueba y me di cuenta de eso de inmediato. Muy importante. Así que no quería que desapareciera o se perdiera”.

La teoría de Landis es que la bala impactó a Kennedy por detrás y salió de su cuerpo antes de que retiraran al presidente ya sin vida de la limusina.

Landis no ha querido especular acerca de las implicaciones a mayor escala. Siempre creyó que Lee Harvey Oswald era el único hombre armado. ¿Pero ahora? “Ahora he comenzado a preguntarme si fue así”, dijo.

Al día siguiente de su foto de detención, Lee Harvey Oswald murió baleado.
Al día siguiente de su foto de detención, Lee Harvey Oswald murió baleado.

En años recientes, les relató su historia a varias personalidades clave, como Lewis Merletti, exdirector del Servicio Secreto. James Robenalt, abogado de Cleveland y autor de varios libros de historia, le ha ayudado a Landis a procesar sus recuerdos.

“Si lo que dice es cierto, y me inclino a creer que es así, es probable que se vuelva a plantear la interrogante sobre un segundo hombre armado, o más”, opinó Robenalt. “Si la bala que conocemos como la bala mágica (o prístina) se detuvo en la espalda del presidente Kennedy, significa que la tesis central del informe Warren, la teoría de la bala única, está equivocada”. Así que, si otra bala impactó a Connally, entonces parece posible que no haya sido de Oswald, pues cree que no podría haber recargado tan rápido, añadió.

Merletti puso en contacto a Landis con Ken Gormley, presidente de la Universidad Duquesne y prominente historiador, quien le ayudó a encontrar un agente para su libro. Gormley comentó que no le sorprende que un agente traumatizado haya aparecido años después, ya que ha visto en casos legales declaraciones tardías de alguien que va a morir.

“Es muy común, conforme las personas se aproximan al final de su vida”, dijo Gormley. “Quieren poner sobre la mesa cosas que han guardado, en especial si es parte de la historia y quieren que se corrija la información. No parece que sea un truco de alguien que quiere llamar la atención. No parece que sea alguien que intenta llamar la atención para sí o por dinero”.

El relato de Landis difiere en un par de puntos de dos declaraciones por escrito que presentó en las semanas posteriores al tiroteo. Además de que no mencionó haber encontrado la bala, dijo haber escuchado solo dos disparos. Tampoco mencionó haber entrado a la sala de traumatología a la que llevaron a Kennedy.

Landis explicó que los informes que presentó tras el asesinato incluían errores; estaba en estado de shock y casi no había dormido en cinco días.

No fue sino hasta 2014 que se percató de que la teoría oficial sobre la bala no se ajustaba a sus recuerdos, según indicó, pero no dijo nada entonces por temor a haber cometido un error al colocarla en la camilla sin avisarle a nadie.

Momentos después del asesinato (Bettmann Archive)
Momentos después del asesinato (Bettmann Archive)

De hecho, su compañero, Clint Hill, el agente del Servicio Secreto que se trepó en la parte trasera de la limusina a toda velocidad en un esfuerzo inútil para salvar a Kennedy, le aconsejó a Landis no decir nada. “Muchas ramificaciones”, le advirtió Hill en un correo electrónico enviado en 2014.

Hill, que también ha compartido su versión de lo ocurrido, pone en duda el relato de Landis. “Creo que es inquietante que la historia que cuenta ahora, 60 años después del hecho, sea distinta de lo que escribió en sus declaraciones en los días siguientes a la tragedia”, opinó Hill.

Después de que Kennedy triunfó en las elecciones, a Landis le encomendaron cuidar a los hijos del nuevo presidente y, más tarde, a la primera dama Jacqueline Kennedy, junto con Hill. Como la primera dama acompañó a su esposo a Dallas ese día de otoño en 1963, Landis, que entonces tenía 28 años, formó parte del convoy e iba detrás de la limusina presidencial.

Tras el primer disparo, Landis volteó hacia la derecha, en la dirección del sonido, pero no vio nada. Luego volteó hacia la limusina y vio que Kennedy levantaba los brazos; era evidente que lo habían herido. De repente, Landis se percató de que Hill había saltado del auto en que iban y corría hacia la limusina.

Afirma haber escuchado un segundo disparo y luego el tercer disparo fatal que impactó a Kennedy en la cabeza. De inmediato supo que el presidente había muerto. Hill, que en ese momento estaba en la parte posterior de la limusina, volteó y lo confirmó con una seña del pulgar hacia abajo.

Cuando llegaron al hospital, Hill y Landis convencieron a la desconsolada primera dama de soltar a su esposo para que pudieran llevarlo al interior. Después de que salieron del auto, Landis vio dos fragmentos de bala en un charco de sangre. Tocó uno, pero lo dejó en su lugar.

Entonces, según dice, descubrió la bala intacta en la costura del cojín cubierto de piel oscura. Señaló que la guardó en su bolsillo y se dirigió al hospital, donde planeaba dársela a un supervisor, pero en la confusión, en vez de hacerlo, instintivamente la puso en la camilla de Kennedy.

El ingeniero sénior del hospital la encontró más tarde cuando estaba moviendo la camilla de Connally, que entonces ya no estaba ocupada, pues chocó con otra camilla en el pasillo y la bala cayó.

El informe de la Comisión Warren afirma que “eliminó la camilla del presidente Kennedy como fuente de la bala” porque el presidente permaneció en ella hasta que su cuerpo se colocó en un féretro.

Los investigadores determinaron que la bala había sido disparada por el mismo rifle encontrado en el sexto piso del edificio del depósito de libros escolares de Texas. Concluyeron que la bala había atravesado a Kennedy, luego había impactado el hombro derecho de Connally y su costilla y salido debajo de su pezón derecho, para luego atravesar su muñeca derecha y penetrar el muslo izquierdo.

Los investigadores determinaron que las balas fueron disparadas por un arma, un rifle Mannlicher-Carcano C2766 encontrado en la sexta planta del Depósito de Libros Escolares de Texas
Los investigadores determinaron que las balas fueron disparadas por un arma, un rifle Mannlicher-Carcano C2766 encontrado en la sexta planta del Depósito de Libros Escolares de Texas

Varios médicos opinaron que esa bala podía haber causado todo el daño. Pero se indicó que la bala estaba prácticamente limpia y solo había perdido uno o dos granos de su peso original de 160 o 161 granos, por lo que los escépticos comenzaron a dudar que pudiera haber hecho todo lo que decía la comisión. De cualquier manera, algunos expertos en balística emplearon técnicas forenses modernas para concluir que la teoría de la bala única era posible.

Seis meses después del asesinato, Landis abandonó el Servicio Secreto. En general, conocía las teorías conspirativas, pero nunca leyó ningún libro al respecto, ni el informe de la Comisión Warren.

Entonces, en 2014, un jefe de policía local que era su conocido le dio una copia de “Six Seconds in Dallas” (Seis segundos en Dallas), libro de Josiah Thompson publicado en 1967, en el que propone que había varios francotiradores. Landis lo leyó y le pareció que la información oficial sobre la bala era errónea.

Eso propició las conversaciones con Merletti y Gormley y, a fin de cuentas, que escribiera su libro.

No fue fácil. Cuando terminó el manuscrito, se quedó mirando la pantalla del ordenador, se derrumbó y lloró desconsoladamente. “No me había dado cuenta de que tenía tantas emociones y sentimientos reprimidos”, dice. “Simplemente no podía parar. Y fue un alivio emocional enorme”.

© The New York Times 2023

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