La mujer señaló un cubo embarrado y medio roto e hizo un gesto a un visitante para que mirara adentro del mismo. Su casa había sido destruida tras la invasión rusa en 2022, pero ella señalaba los restos de la guerra anterior que había arrasado esta parte del este de Ucrania: casquillos de bala de la Segunda Guerra Mundial.
”El tractor ara, la tierra se remueve y estos son arados”, dijo, mirando los cartuchos recuperados.
Nadiia Huk, de 63 años, ha vivido en la aldea de Kamianka toda su vida. Su casa, antes de que fuera destrozada por la artillería el año pasado, estaba en el extremo norte del poblado, junto a un afluente del río Siverski Donets y al pie de una pequeña colina coronada por un bosque de abetos y pinos.
Huk nació después de la Segunda Guerra Mundial, pero el legado de la guerra seguía presente. La destrucción provocada en la década de 1940 fue la base de la aldea donde creció: estaba en las historias transmitidas por su familia y en la tierra, masticada y escupida por los tractores que pasaban.
”En aquel momento, los alemanes se estaban quedando aquí en nuestro lado y los soviéticos estaban allá”, dijo. “E incluso en esa guerra, se dispararon proyectiles unos a otros”. La madre de Huk escondió a un soldado soviético en su ático, contó, y su abuela fue herida por metralla y fue atendida por médicos nazis.
Las comparaciones entre la Segunda Guerra Mundial y la invasión rusa a gran escala a Ucrania son acertadas. Sirven como punto de referencia para los observadores distantes que intentan comprender el alcance y la magnitud de la destrucción que comenzó el 24 de febrero de 2022. Pero para Huk y los aproximadamente 100 residentes que han regresado a Kamianka desde que Ucrania la recuperó, la guerra actual es una continuación de la violencia, separada por generaciones, en las que ambas épocas están marcadas por los artefactos que los ejércitos invasores dejaron atrás.
En ambas guerras, Kamianka tuvo la misma importancia estratégica. La pequeña aldea está al oeste y al sur del río Siverski Donets, una importante barrera natural, y a aproximadamente 8 kilómetros al sur de la ciudad clave de Izium. Si un ejército invasor quisiera apoderarse y retener Izium, Kamianka también tendría que caer.
Kamianka “fue esencialmente una línea defensiva alemana o soviética dependiendo de quién atacaba en un momento dado y eso comenzó en 1941″, explicó David Glantz, un historiador de la Segunda Guerra Mundial que ha escrito extensamente sobre el frente oriental.
Para los rusos, el año pasado, Kamianka fue parte de su línea defensiva alrededor de Izium después de que tomaran la ciudad a finales de marzo. Las fuerzas rusas intentaron avanzar más al sur y al oeste, pero al final fueron detenidas. Ucrania recuperó Izium y Kamianka en septiembre.
En los combates recientes, al igual que en la Segunda Guerra Mundial, Kamianka quedó casi destruida. Incluso meses después de su liberación, la electricidad, el agua y el gas son prácticamente inexistentes y el lugar está repleto de minas. El bosque que está más arriba de la casa de Huk es intransitable y está cargado de explosivos.
”Todo está destruido”, afirmó Huk.
Pero ahora ambas guerras conforman los escombros. Y esta vez, tras eliminar el óxido, el agua y la suciedad, dos de los proyectiles en el cubo de Huk fueron legibles.
Uno de ellos era el casquillo de una bala de 7,92 x 57 milimetros, disparada con un Mauser alemán, el fusil de cerrojo estándar suministrado al Ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. La otra perteneció a un tipo de bala conocida como .303 británica, enviada al Imperio ruso en la Primera Guerra Mundial y, luego, también a la Unión Soviética como parte del programa de asistencia militar del Reino Unido que comenzó en 1941.
No se sabe con exactitud cuándo terminaron los dos casquillos en el campo de Huk, pero se puede decir con cierta certeza que su llegada más temprana se habría producido durante la segunda batalla de Kharkiv, en 1942.
En la primavera de ese año, las fuerzas alemanas contraatacaron alrededor de Izium y la ciudad de Kharkiv, al noroeste. Las fuerzas soviéticas y alemanas se enfrentaron en solo una parte del extenso frente oriental de la Segunda Guerra Mundial y el combate involucró a cientos de miles de hombres más que los ejércitos ucranianos y rusos que luchan en la actualidad. La batalla, la cual duró unas dos semanas, provocó aproximadamente 300.000 bajas en ambos bandos y una aplastante derrota soviética.
”Si tomas un detector de metales y corres a lo largo de la orilla sur del río Donets, conseguirás de todo, desde placas de identificación alemanas hasta piezas de equipo, porque la mayor parte no se movió de donde estaba”, dijo Glantz.
Pero la relevancia de la Segunda Guerra Mundial no está solo enterrada en el suelo de Ucrania; también sirve como un trasfondo de la actual invasión de Rusia.
Una de las razones que el presidente ruso, Vladimir Putin, ha citado con frecuencia para desplegar su invasión ilegal fue la de “desnazificar” a Ucrania. Putin afirmó falsamente que el país estaba invadido por el mismo tipo de adversarios contra los que millones de soldados soviéticos habían muerto luchando durante la Segunda Guerra Mundial o lo que los rusos llaman la Gran Guerra Patria.
En 1941, la Alemania nazi invadió la Unión Soviética, de la que Ucrania formaba parte, después de que un pacto entre soviéticos y alemanes colapsara cuando Alemania lanzó un ataque sorpresa. Sin embargo, algunos ucranianos también lucharon contra los soviéticos, lo que dejó una complicada historia de alianzas y memorias que a menudo aparece en el frente de guerra actual en forma de símbolos y parches.
A unos 90 metros del campo de Huk, incrustado en un camino de tierra que conduce al centro de Kamianka, había otra colección de casquillos de bala. Los cartuchos vacíos todavía eran visibles, pero estaban bastante encaminados a quedar sepultados para la próxima generación. Probablemente fueron dejados allí el año pasado por los rusos que iban en retirada y que ocuparon Kamianka durante unos seis meses.
Pero los rusos habían dejado en Kamianka mucho más que municiones gastadas. Mataron a muchos de los perros de las aldeas y apilaron sus cadáveres junto al río, cerca de la casa de Huk. Enterraron proyectiles de artillería que el Ejército ucraniano encontró y se llevó. Pero el artefacto más abundante que dejaron fueron las cajas vacías de municiones de color verde oscuro que contenían de todo, desde cohetes hasta morteros y proyectiles de artillería.
Había tantas de esas cajas que el hijo de Huk rompió varias y las usó para fabricarle a su madre una ducha al aire libre junto a los restos demolidos de su casa.
(c) The New York Times