El jueves, los fiscales del Departamento de Justicia castigaron severamente al líder de los Proud Boys, Enrique Tarrio, al recomendar una pena de 33 años por su papel en el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021. De aplicarse, superaría incluso la pena de 18 años de prisión impuesta a Stewart Rhodes, líder de la milicia Oath Keepers, quien fue condenado por conspiración sediciosa, al igual que Tarrio.
Los fiscales argumentaron que esta sentencia severa reflejaría el papel de liderazgo de Tarrio en los disturbios, a pesar de que no estuvo presente en el Capitolio ese día. Enfatizaron que presuntamente es un “comunicador articulado, encantador y talentoso”, que destaca por su gran habilidad para atraer seguidores y crear “espectáculos convincentes”.
La adopción de ideologías racistas por parte de latinos como Tarrio y Mauricio García, el autor del tiroteo en el centro comercial de Texas que elogiaba a Hitler en redes sociales, ha suscitado un gran debate. Tras el tiroteo de Texas, el comentarista de derecha Mark Levin se preguntó cómo una persona puede “no ser blanca y ser supremacista blanca”.
Algunos han intentado dar sentido a esta incómoda realidad atribuyéndola a una falsa conciencia, al odio hacia uno mismo o a un intento mal encaminado de integrarse en una sociedad dominante con el fin de evitar la discriminación. Pero me pregunto si lo que realmente les preocupa a los observadores es la idea de que un latino se identifique con un movimiento racista o simplemente la idea de que un latino en Estados Unidos se identifique como blanco.
El caso de Tarrio parece especialmente inquietante dada su ascendencia afrocubana. En mayo, Ana Navarro argumentó en The View que ser hispano no te aísla del racismo. Algunas personas simplemente “no se ven como lo que son”, comentó. Tal vez sea porque lo que “somos” no encaja a la perfección en una categoría. Para muchos de nosotros, llenar una solicitud de empleo o un formulario médico puede provocarnos una crisis existencial. Como latina de piel morena y cabello rizado, lo que “soy” a menudo depende del contexto o de mi estado de ánimo: “Negra”, “Otra categoría” o “Prefiero no decirlo”. Los formularios gubernamentales suelen aclarar que “latino” no es una raza, sino un grupo panétnico racialmente diverso. Sin embargo, en la práctica se nos racializa de forma rutinaria y se nos trata como a personas no blancas. Basta con mirar el censo, que afirma que las poblaciones hispanas pueden ser de cualquier raza, pero luego distingue claramente entre los que se identifican como hispanos y blancos y los que son “solo blancos, no hispanos ni latinos”. La implicación es que si eres hispano pero también blanco, entonces eres en el mejor de los casos una persona blanca pero de otro tipo, no tan estadounidense.
Incluso Tarrio empleó esta lógica en su defensa, alegando que no puede ser supremacista blanco por su ascendencia cubana. Sus compañeros de Proud Boys y él se hacen llamar más bien “chovinistas occidentales”. El documental de 2019 “The Right-Wing Latinos of Miami” arroja luz sobre la mentalidad de estos latinos que se identifican como blancos. En él, un Proud Boy latino argumenta que los latinoamericanos básicamente son “españoles desplazados”.
Aunque esta afirmación pueda parecer ridícula, habla de la profunda historia de hispanofilia y eurocentrismo en América Latina. Así como los “chovinistas occidentales” de Estados Unidos se aferran a su herencia europea celebrando la cultura celta, muchos latinos se aferran a estándares eurocéntricos de belleza, estética y cultura.
No debería sorprendernos que algunos latinos sean racistas. Después de todo, la mayoría de las naciones latinoamericanas se han distinguido por su eurocentrismo y racismo. Históricamente, esto se ha manifestado en políticas de inmigración basadas en la raza, prohibiciones de matrimonios interraciales, “limpieza étnica” permitida por el Estado y otras formas más matizadas de discriminación de las personas de ascendencia negra e indígena.
La relación entre la República Dominicana y Haití, marcada por la violencia racial, como la masacre de 1937, que llevó a la ejecución de hasta 20.000 haitianos, y las recientes restricciones a la ciudadanía y campañas de deportación que rivalizan con las del gobierno de Trump, es un muy buen ejemplo. Y la República Dominicana está lejos de ser un caso aislado.
Los estudiosos han señalado este contexto histórico y cultural para explicar la participación latina en los movimientos de supremacía blanca, y advierten sobre las formas persistentes de discriminación racial dentro de nuestras comunidades. Pero esto no explica del todo este fenómeno. Después de todo, los latinos de segunda generación como Tarrio se criaron y socializaron dentro del tejido racial y cultural de Estados Unidos, no de Latinoamérica.
El debate en torno a la aparente paradoja de los supremacistas blancos latinos revela que la integración tiene sus límites. Por mucho que latinos como Tarrio quieran reivindicar su propia identidad como españoles desplazados, el excepcionalismo estadounidense se basa en la idea de que Latinoamérica es fundamentalmente distinta de Estados Unidos desde el punto de vista racial. Así es como justifica el cierre de sus fronteras y la aplicación de políticas inhumanas a sus vecinos, aun si la noción de que nuestra nación tan diversa, construida a partir de la esclavitud, el genocidio indígena y la mano de obra importada, es más cercana a Europa racialmente que Latinoamérica roza el pensamiento mágico.
Los líderes políticos latinoamericanos también se apoyan en el excepcionalismo estadounidense para argumentar que el racismo es una enfermedad estadounidense. Fidel Castro proclamó que su revolución “eliminó” el racismo. El estadista puertorriqueño Luis Muñoz Marín afirmó que el racismo era un concepto ajeno a los puertorriqueños. Mientras que ellos y otros conciben a sus patrias como espacios raciales mixtos e integrados, este mito ha ocultado durante mucho tiempo la intensa discriminación que sufren las comunidades negras e indígenas.
La blancura es un concepto tan inventado como la latinidad. Al fin y al cabo, la raza es una construcción social y la blancura es un concepto móvil que ha incluido y luego excluido a otros grupos étnicos (no olvidemos que durante décadas los mexicanos fueron considerados blancos en el censo).
Sin embargo, aunque Tarrio se identifica con la blancura, parece que en su momento de mayor necesidad recurrió a los dioses afrocubanos. En X, el sitio antes conocido como Twitter, Denise Oliver-Velez, profesora y ex Young Lord y Pantera Negra, criticó su uso de cuentas religiosas, comúnmente utilizadas entre los practicantes de la santería, como una “falta de respeto”. “Parece que los orishas quieren que vaya a la cárcel”, escribió. Si el Departamento de Justicia se sale con la suya, sin duda tendrá tiempo de sobra para reflexionar sobre las paradojas de sus elecciones.
© The New York Times 2023