Hola, Linda, Christy, Naomi y Cindy, las supermodelos originales; mujeres para las que se creó el término; criaturas que se hicieron tan famosas que ni siquiera necesitaron apellidos, como Aretha o Marilyn. De vuelta, una vez más, en la portada del número de septiembre de Vogue, ese megalito vestigial de la era de las revistas, décadas después de que surgieron. Está claro que las extrañábamos.
¿Cómo interpretar si no el ferviente entusiasmo generado por la aparición de su nueva portada, que fue una colaboración entre las revistas Vogue de Estados Unidos y del Reino Unido con estilismo de Edward Enninful, fotografía de Rafael Pavarotti, y se subió a Instagram la semana pasada? ¿Las miles de respuestas en las redes sociales, los comentarios, y los emoticonos de palmas y fuego?
“Más de esto siempre y para siempre, por favor”, escribió la modelo Karen Elson bajo la publicación de Vogue, en un resumen de la reacción general.
Sin embargo, bajo el coro de amor hay otra corriente de comentarios, cada vez más numerosa, que está menos entusiasmada. Uno en particular se enfocó en señalar lo que muchos espectadores consideran una eliminación atroz de la edad: la promoción de mujeres de 58 años (Linda Evangelista), 57 (Cindy Crawford), 54 (Christy Turlington) y 53 (Naomi Campbell) como dechados de belleza madura cuyos años parecen haber sido borrados de sus rostros. Tan retocadas que parecen más robots generados por inteligencia artificial que personas reales.
Según un portavoz de Vogue, en las fotografías solo hubo “retoques mínimos y una iluminación mínima”. Pero en un mundo donde cada vez nos preocupa más la difusa línea que separa la realidad virtual de la realidad verdadera, en el que abunda la desinformación, la definición de “mínimo” es cuestión relativa.
Arroja una luz incómoda sobre toda la sesión fotográfica —cuánto hay de real, cuánto de Photoshop— que no beneficia a ninguno de los implicados.
No les ayuda a las mujeres de la portada, que se abrieron camino en su momento porque tenían carácter y estaban dispuestas a mostrarlo; porque no querían ser maniquíes en blanco, como habían sido en general las modelos antes que ellas, sino individuos con personalidad, actitudes y opiniones propias. El tipo de personalidades que implican expresiones, que con el tiempo registran años y experiencias —alegría, tristeza, risa, furia— en la topografía de un rostro.
Y no les ayuda en nada a las mujeres que las consideran modelos a seguir.
Es sin duda positivo que Vogue, una marca que todavía se posiciona como la biblia de la moda, incluso cuando su dominio de esa posición parece cada vez más tenue, ponga a mujeres en la plenitud de su vida en su portada más importante del año. Incluso si no es exactamente una sorpresa, dado el giro hacia la celebridad, la fascinación cultural más amplia con el apogeo de las supermodelos de la década de 1990, y el hecho de que las cuatro mujeres aparecen en un documental de Apple TV+ sobre sus carreras que se estrenará el próximo mes.
Es cierto que las imágenes de modelos de todas las edades están retocadas (a veces de forma ridícula). También es cierto que, tras ver a Naomi Campbell en persona, puedo decir que no tiene ni una línea en la cara. Y no hay duda de que las antiguas superestrellas tienen un aspecto extraordinario para su edad.
Pero extraordinario no es lo mismo que increíblemente perfecto. Cuando vemos fotos de adolescentes y veinteañeros, es posible engañarse a uno mismo y aceptar la naturaleza imposiblemente impecable de lo que vemos. Treinta años después, es más difícil fingir.
Lo que significa que es difícil no pensar que aquí se perdió una oportunidad de aceptar todos los rasgos distintivos de nuestra humanidad, por no hablar de la transparencia sobre lo que fingimos ser (o no). Arreglar una arruga aquí, unas patas de gallo allá, puede parecer poca cosa. Pero es parte de lo que socava nuestro sentido compartido de la verdad.
En los videos incluidos en el artículo, se aprecia una ligera línea de expresión en la frente de Christy Turlington. No es de extrañar, dado que hace poco declaró a Marie Claire: “Las mujeres que no se han aumentado nada son las que realmente admiro. Me encanta ver un rostro real”.
Mientras Cindy Crawford se hace una selfi con sus viejas amigas, se le marcan unas pequeñas pero visibles líneas de expresión; su frente se mueve y sus ojos se arrugan. Son parte de la vida. Borrar esas marcas expresivas de las fotografías, cuando siguen siendo evidentes en otros lugares, hace que toda la sesión parezca más falsa de lo que quizá fue.
Al fin y al cabo, si alguien debe entender las complejidades del envejecimiento femenino en una sociedad obsesionada con la juventud, son las mujeres que representaban el pináculo de esa belleza juvenil.
Linda Evangelista ha hecho público su trauma con CoolSculpting, que según ella la dejó desfigurada. Cuando fue portada de la revista Vogue británica en septiembre de 2022, habló de manera abierta de cómo la maquilladora Pat McGrath utilizaba cinta adhesiva y sus herramientas para “crear fantasías” y borrar la realidad.
En la profunda entrevista de Vogue actual, Evangelista menciona de pasada el tema. “Quiero arrugas”, dijo, “pero me pongo bótox en la frente, así que soy una hipócrita. Pero quiero envejecer”. Sin embargo, no se aborda más el tema.
Resulta especialmente irónico que esto se produzca justo después de la muerte de Jane Birkin y de las celebraciones de su vida y su estilo, que se caracterizaron por un emocionante desprecio por la presión de seguir cualquier regla y una voluntad de aceptar sus propias arrugas y las historias que contaban. (Turlington ha mencionado a Birkin como uno de sus propios parangones de belleza). Esto debería haber sido una señal, si alguien hubiera querido verla, de lo ávidos que estamos de estos ejemplos sin filtros.
“El mundo ejerce mucha presión sobre las mujeres a medida que envejecen”, afirmó Crawford en un video de Vogue. Pero, continúa, “aún podemos divertirnos, aún podemos ser bellas, aún podemos ser visibles”.
Así que dejemos que sean visibles, con marcas y todo. En su momento fueron pioneras de un nuevo tipo de belleza. Esperemos que vuelvan a serlo.
© The New York Times 2023