LAHAINA, Hawái — Mientras Vene Chun navegaba su canoa hawaiana hasta la orilla, pasando junto a los turistas que aprenden a surfear en una de las playas públicas de Maui, sus pensamientos eran un revoltijo.
Acababa de regresar de esparcir cenizas en el mar con una familia devastada por el incendio que calcinó la ciudad de Lahaina, ubicada más al oeste. Durante días, él y su canoa con estabilizador también estuvieron presentes, transportando comida, agua y lo que necesitaran los supervivientes.
¿Y los surfistas? Chun, de 52 años, estaba de pie junto a su canoa en un parque cubierto de hierba a 32 kilómetros de la cenicienta catástrofe, con una corona de flores que reflejaba sus raíces nativas hawaianas. De alguna manera, los principiantes que se encontraban sobre sus tablas largas de surf lo hicieron sonreír.
“Tiene que haber cierta normalidad”, dijo Chun. “Tenemos que superarlo y, al mismo tiempo, ayudarnos unos a otros, siempre”.
Mientras continúan las labores de búsqueda en Lahaina, la vida sigue su curso en la mayoría de las demás partes de Maui, obligando a los habitantes a darle sentido a la pérdida y la muerte junto con la vida y el turismo. En una isla de gran belleza, donde un incendio forestal tan feroz como un soplete ha dejado cientos de muertos y desaparecidos en un reducto de reyes hawaianos del siglo XIX, muchos residentes locales lloran con amigos un momento y trabajan para complacer a los turistas en el siguiente.
“Es súper raro”, afirmó Niji Wada, de 17 años, instructor de surf en el poblado de Kihei, donde Chun guarda su canoa. “Tenemos amigos súper cercanos cuya casa se quemó”.
Con frecuencia, los hawaianos nativos hablan del trauma histórico de perder sus tierras a manos de la colonización y de los problemas que conllevan las torres rosas de los hoteles y las especies invasoras. Incluso antes de los incendios, había “dos Mauis” que parecen haber arrancado el corazón cultural de la isla: un Maui para los visitantes con dinero y otro para los trabajadores que luchan contra la escasez de viviendas asequibles.
No obstante, la destrucción repentina y casi total de Lahaina, una ciudad costera de 13.000 habitantes, ha agudizado la división y ha desconcertado tanto a los funcionarios electos como a los residentes cuyas vidas dependen de esas dos Mauis.
Inmediatamente después de los incendios, el mensaje sonó bastante claro: si no eres de Maui, mantente alejado. Desde entonces, se ha insistido en el matiz geográfico.
El lunes, el gobernador de Hawái, Josh Green, subrayó que solo el oeste de Maui (Lahaina, junto con una decena de hoteles y complejos turísticos cercanos que no sufrieron daños) debe considerarse cerrado a los visitantes. Otras zonas del sureste siguen abiertas, señaló.
“Sería catastrófico que nadie viajara a la isla”, comentó Green.
Los daños que causó la catástrofe a familias, empresas y la mente de las personas se han extendido en círculos concéntricos, como ocurre en un terremoto. El epicentro de edificios y cuerpos quemados, que algunos llaman zona cero, ha sido acordonado como si se tratara de la escena de un crimen. En las afueras, donde los edificios están intactos, cientos de habitantes de Maui occidental han intentado permanecer en sus casas, alojarse con vecinos o incluso acampar en la costa.
Allí, la electricidad, el agua y el servicio de internet estuvieron suspendidos durante días, y ha sido difícil entrar y salir para abastecerse, lo cual provoca que los residentes y evacuados dependan en gran medida de lo que la gente de las partes no afectadas de la isla pueda llevar en sus coches, camiones o lanchas.
El lunes, en casa de Archie Kalepa, antiguo jefe del departamento de seguridad oceánica del condado de Maui, decenas de vecinos y voluntarios se reunieron al borde de la zona del incendio para organizar las donaciones. Generadores, agua, tentempiés y pañales abarrotaban el patio en estanterías con una organización digna de supermercado. Bajo una lona, un hombre y una mujer pegaron con cinta adhesiva un mapa del vecindario sobre un cartón para saber qué casas estaban dañadas, destruidas y cuáles seguían intactas.
Kihei, que les ofrece a los turistas de clase media una experiencia más modesta de Maui, no se vio afectada por el incendio forestal que devastó Lahaina, a media hora de distancia en auto.
Aun así, por todas partes se veían signos de una labor emocional extrema. Los gerentes del hotel dijeron que estaban recolectando donativos de algunos trabajadores y distribuyéndolos entre otros. Una nota manuscrita de alguien llamada Jessica en una tiendita de Kihei que ofrecía alquiler de esnórquel decía: “Cerrado hoy por voluntariado”.
“Aun así, puedo conseguirte equipo después de las 12 p. m.”, añadía la nota. “Llámame o mándame un mensaje”.
En el mercado de artesanías cercano, algunos de los dueños de las tiendas dijeron que les preocupaba que las advertencias iniciales a los visitantes ya los hubieran ahuyentado. Frases como “Manténgase alejado de Maui” (un mantra inicial) les rondaban la cabeza, mientras deseaban poder reescribir el mensaje con más claridad y perspectiva.
“Estoy de acuerdo en que los habitantes tengan prioridad en el acceso a provisiones”, afirmó Sarah Guthrie, propietaria de cuatro puestos de recuerditos con su marido. “Pero cómo se atreven a decir: ‘No vengas si eres turista’”.
Tras señalar que estaba teniendo su peor semana de ventas del año, preguntó: “Si pierdo mi negocio, ¿cómo voy a ayudar a alguien?”.
Scott Taylor, otro comerciante, aseveró que él también luchaba por equilibrar la ayuda a los habitantes locales con los encantos del comercio minorista. Sentado en un quiosco que ofrece tazones artesanales, dijo que ojalá la isla pudiera tomarse un respiro durante unas semanas, pero que, a falta de eso, esperaba sobre todo que los turistas evitaran el “turismo de duelo” manteniéndose alejados de Lahaina.
“Respeto”, dijo, “a eso se reduce todo”.
Muchos visitantes han tratado de cumplir abandonando el oeste de Maui, liberando cientos de habitaciones de hotel para los evacuados. Otros agregaron a su itinerario hacer donaciones.
En el Banco de Alimentos de Maui, Marlene Rice, la directora de desarrollo, dijo que, antes de comenzar sus vacaciones, una familia de turistas fue al Costco y entregó artículos cuyo valor era similar al de un auto. Algunos auxiliares de vuelo de Texas entregaron maletas repletas de artículos de tocador y ropa de lujo.
“Era justo lo que necesitábamos”, dijo Rice. “Algo diferente a lo que habíamos visto”.
Rice contuvo las lágrimas. Muchos otros también lo hicieron, mientras se esforzaban por explicar el dolor y todo lo que había desencadenado la tragedia.
“Es todo un revoltijo y eso es lo que había que esperar”, dijo Tony Papa, profesor de Psicología de la Universidad de Hawái, Manoa. “Están ocurriendo muchas cosas diferentes”.
Chun, como muchos otros, pidió un cambio de estrategia: “salir como el sol”.
El martes, Chun estaba de nuevo en el agua, transportando suministros a Lahaina en su canoa. Señaló que el hombre que lo había contratado para ayudar a esparcir las cenizas de su madre le había dado las gracias por mudarse a Maui y hacer que la isla formara parte de sus vidas.
Chun dijo que la familia había perdido la casa de la madre en el incendio, pero no estaba seguro de si esta había muerto en el fuego o justo antes.
“No pregunté”, dijo, Chun. Tampoco creía que fuera relevante.
“Tenemos que superarlo”.
Un arcoíris sobre un paisaje quemado de Lahaina, en la isla hawaiana de Maui, el 14 de agosto de 2023. (Michelle Mishina Kunz/The New York Times)
Personas en la playa de Wailea, en la isla hawaiana de Maui, el 15 de agosto de 2023, que ha estado menos concurrida desde los incendios forestales de Lahaina. (Michelle Mishina Kunz/The New York Times)