En un mes que pasó en el frente, Alexander, un ex convicto que servía en el Ejército ruso, no había visto a un solo soldado ucraniano y apenas había disparado un tiro. La amenaza de muerte le llegaba desde lejos y, al parecer, desde todas partes.
Enviado a vigilar el posible cruce de un río en el sur de Ucrania, su unidad, formada con prisa y compuesta casi en su totalidad por reclusos, soportó semanas de incesantes bombardeos, ataques de francotiradores y emboscadas. El terreno pantanoso y llano no ofrecía más protección que las estructuras quemadas de las casas de campo. Dijo que había visto a los perros roer los cadáveres no recogidos de sus camaradas muertos, beber agua de lluvia y buscar comida en los vertederos de basura.
Alexander aseguró que de los 120 hombres de su unidad, solo quedan unos 40 con vida. El Ejército ruso está ejerciendo gran presión en estos sobrevivientes para que permanezcan en el campo de batalla al final de sus contratos de seis meses, según Alexander y los recuentos facilitados a The New York Times por otros dos reclusos rusos que luchan en el frente.
“Nos envían a una matanza”, afirmó Alexander en una serie de mensajes de audio desde la región de Jersón, refiriéndose a sus comandantes. “No somos humanos para ellos, porque somos criminales”.
Su relato ofrece una ventana extraordinaria a los combates en Ucrania desde la perspectiva de un recluso ruso. Las unidades formadas por convictos se han convertido en una de las piedras angulares de la estrategia militar rusa, pues los prolongados combates han diezmado las fuerzas regulares del país. Las descripciones de Alexander no han podido ser confirmadas de forma independiente, pero coinciden con los relatos de soldados ucranianos y prisioneros de guerra rusos que afirmaron que Moscú utilizaba a los reclusos básicamente como carne de cañón.
Los relatos de los soldados se obtuvieron a través de mensajes de voz durante las dos últimas semanas, algunos en entrevistas directas y otros a través de mensajes facilitados por familiares y amigos. No se han revelado sus apellidos, datos personales ni unidades militares para protegerlos de represalias.
El testimonio de Alexander transmite la brutalidad impuesta a los reclusos rusos y el costo humano que Moscú está dispuesto a pagar con el fin de mantener el control del territorio ocupado.
El Ministerio de Defensa ruso comenzó a alistar a miles de reclusos de las cárceles del país en unidades especiales denominadas “Tormenta Z” en febrero, tras retomar un modelo de reclutamiento en prisiones empleado por la empresa militar privada Wagner en el primer año de la guerra.
Alexander señaló que se había alistado en marzo, poco después de cumplir una larga condena por homicidio en el centro de Rusia. Había dejado en casa una esposa, una hija y un hijo recién nacido y le preocupaba no sobrevivir a las torturas y extorsiones de su cárcel.
Como a otros presos que luchan, le prometieron un salario mensual de 2000 dólares al cambio actual y la libertad al final de su contrato de seis meses, cuya copia compartió con el Times.
Wagner afirma que 49.000 reclusos lucharon para su fuerza en Ucrania y que murió el 20 por ciento de ellos. Excombatientes han descrito brutales medidas disciplinarias que impone el grupo paramilitar.
Sin embargo, los sobrevivientes de Wagner también han afirmado en general que pudieron cobrar sus salarios y regresar a casa al cabo de seis meses como hombres libres. Para aumentar las cifras de reclutamiento, Wagner también trabajó con el fin de rehabilitar a los reclusos ante los ojos de la sociedad rusa, al presentar su servicio militar como una redención patriótica.
Sin embargo, en febrero, Wagner había perdido el acceso a las prisiones durante una lucha de poder con el alto mando militar, lo que permitió al Ministerio de Defensa suplantarlos en el reclutamiento de reclusos.
Se desconoce el tamaño y el número de bajas en las unidades de reclusos del Ejército ruso. Sin embargo, un recuento de las muertes de guerra del país recogido por la BBC y Mediazona, un medio de noticias independiente, muestra que los reclusos se convirtieron en las bajas rusas más frecuentes a partir de esta primavera, lo que subraya la contribución sobredimensionada que han hecho al esfuerzo bélico del país.
El testimonio de Alexander y de otros tres ex reclusos muestra cómo han evolucionado las unidades de convictos bajo el control directo del Ejército ruso. El Times obtuvo la información de contacto de Alexander a través de una activista rusa de derechos humanos, Yana Gelmel, y verificó su identidad y la de otros reclusos utilizando registros judiciales de acceso público, así como entrevistas con sus familiares y amigos.
Han descrito pagos salariales irregulares que estaban muy por debajo de las cantidades que les había prometido el Estado y la imposibilidad de cobrar indemnizaciones por lesiones. Alexander también relató que sus oficiales habían impedido de manera explícita a los hombres de su unidad recoger a los compañeros muertos en el campo de batalla.
Afirmó que eso se hizo para impedir que sus familias reclamaran indemnizaciones, porque los soldados muertos serían registrados como desaparecidos en lugar de muertos en combate.
“Había cadáveres por todas partes”, dijo Alexander, cuando describió los combates a orillas del río Dniéper en mayo. “A nadie le interesaba recogerlos”.
El Ministerio de Defensa ruso no respondió a una solicitud para hacer comentarios.
Alexander también afirmó que sus oficiales recurrieron a amenazas e intimidaciones para obligar a los reclusos sobrevivientes a permanecer en el frente un año más tras la finalización de sus contratos. Otro soldado recluso que servía en el frente de Zaporiyia, más al este, afirmó que su contrato lo obligaba a permanecer en Ucrania un año más tras obtener el indulto, esta vez como soldado profesional.
Después de un mes de entrenamiento cerca de la ciudad ocupada de Lugansk, Alexander comentó que fue enviado con su unidad a mantener una línea de antiguas casas de vacaciones cerca del puente Antonovsky, una zona que Ucrania ha estado atacando con atentados desde que las fuerzas rusas se retiraron a la orilla oriental del Dniéper en noviembre.
Pasaron las tres semanas y media siguientes bajo las bombas constantes del enemigo invisible, que bombardeó sus posiciones expuestas desde el otro lado del río y los atacó con francotiradores y en emboscadas nocturnas. Los drones enemigos sobrevolaban constantemente.
El objetivo de su misión no estaba claro para ellos; les dijeron que simplemente permanecieran en sus posiciones. No tenían armas pesadas ni medios para defenderse de los ataques ucranianos.
“Estoy dando vueltas con una pistola automática como un idiota. No he hecho ni un solo disparo, no he visto ni un solo enemigo”, comentó entonces en un mensaje de voz un antiguo recluso de la unidad de Alexander llamado Dmitri, ya fallecido. “Solo somos un cebo para exponer sus posiciones de artillería”. El mensaje fue compartido con el Times por la esposa de Dmitri.
“¿Para qué demonios debo estar aquí? ¿Para sentarme y temblar como un conejo porque los proyectiles no paran de explotar a tu alrededor?”, dijo Dmitri en uno de los mensajes.
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