El mes pasado, se perdieron muchas vidas inocentes en trágicos sucesos en China. Hasta ahora no hemos sabido ni el nombre de ninguno de ellos por parte del gobierno chino ni de sus medios de comunicación oficiales. Tampoco hemos visto entrevistas con familiares que hablen de sus seres queridos.
Entre las víctimas se encuentran un entrenador y diez miembros de un equipo de vóleibol femenino de secundaria que murieron a finales de julio cuando se derrumbó el tejado de un gimnasio cerca de la frontera con Siberia. A pesar de las muestras de dolor y rabia en todo el país, el gobierno nunca hizo públicos sus nombres. Se censuraron las publicaciones en las redes sociales que compartían sus nombres y rendían homenaje a sus vidas.
Luego están las personas —quizá decenas, tal vez cientos— que murieron en las graves inundaciones en el norte y noreste de China en las últimas semanas. Fueron las inundaciones más graves que se han visto en el país en décadas. Se censuraron las publicaciones sobre las víctimas y las penurias sufridas.
En 2015, fueron las 442 personas que perecieron cuando un crucero se hundió en el río Yangtsé, y el año pasado, las 132 que murieron en un accidente aéreo en el suroeste de China. Y, por supuesto, las muchísimas personas que han muerto por COVID-19 y cuyo paradero sigue siendo desconocido.
En la última década, el gobierno chino ha controlado de manera estricta el modo en que los medios de comunicación informan sobre las tragedias y las retratan en las redes sociales. Los medios oficiales rara vez revelan los nombres de las víctimas. Los familiares tienen problemas con las autoridades si lloran a sus muertos en público o en voz alta. Ese tipo de represión emocional a escala masiva refleja lo que el partido espera del pueblo chino: que desempeñe un único papel, el de súbdito obediente y agradecido, le ocurra lo que le ocurra.
“Después de cada tragedia, siempre esperamos encontrar los nombres de todas las víctimas para poder leerlos en silencio en nuestros corazones y difundirlos en público”, escribió un comentarista en internet sobre las muertes del equipo de voleibol. “Por desgracia, este humilde deseo a menudo nos resulta difícil de cumplir”. El artículo fue censurado en un portal de noticias sujeto a las normas de Pekín.
Hay una razón para la omisión y el silencio forzados. En opinión del Partido Comunista de China, su gobierno debe celebrarse sin importar las circunstancias. Las víctimas de tragedias públicas son hechos incómodos que ponen de relieve que no todo es glorioso bajo la vigilancia del partido. Sus muertes son testimonio de su fracaso.
La determinación del gobierno de silenciar el debate sobre las tragedias públicas se remonta a Mao Zedong. Xi Jinping, el actual líder supremo de China, ha continuado con esta práctica.
“Quiere eliminar la historia eliminando la memoria colectiva”, afirmó Song Yongyi, historiador de Los Ángeles especializado en el estudio de la Revolución Cultural.
El partido relajó un poco su control en las décadas de 1990 y 2000, y personas como la periodista de investigación Zhang Wenmin, conocida por su seudónimo, Jiang Xue, hicieron todo lo posible para humanizar sus coberturas de las catástrofes.
Tras el terremoto de Sichuan del 12 de mayo de 2008, en el que murieron más de 69.000 personas, Zhang y muchos otros periodistas, artistas y activistas intentaron registrar los nombres y las historias de vida de los fallecidos. Produjeron algunos de los mejores trabajos periodísticos y artísticos en la historia reciente de China, a pesar de la censura ocasional.
“Los medios de comunicación del partido solían referirse al pueblo chino como ‘masas’ sin nombre”, señaló Zhang. “Ahora vuelven a ser ‘masas’ sin nombre ni rostro en los medios de comunicación”.
Pero incluso la limitada libertad de expresión que se permitía durante ese periodo ha quedado eliminada bajo Xi, que ha reforzado el control estatal en torno a la información y a cómo se recuerda el pasado.
“Xi Jinping ha hecho del control de la historia una de sus políticas emblemáticas, porque ve la contrahistoria como una amenaza existencial”, escribió Ian Johnson, un autor que ha dado cobertura a China durante décadas, en su nuevo libro: “Sparks: China’s Underground Historians and their Battle for the Future”.
Xi ha ejercido aún más presión desde la pandemia de COVID-19. En abril de 2020, los familiares de los residentes de Wuhan que murieron fueron seguidos por vigilantes cuando recogieron las cenizas de sus seres queridos.
El ejemplo más reciente de cómo el gobierno intenta ocultar el sufrimiento masivo del pueblo chino son las inundaciones en el norte de China.
Las zonas de la provincia de Hebei cercanas a Pekín fueron las más afectadas porque las autoridades abrieron aliviaderos para proteger parcialmente Xiong’an, una ciudad que se está ampliando para servir de capital nacional alternativa. Se trata de uno de los proyectos favoritos de Xi. El gobierno de Hebei informó el jueves que 29 personas habían muerto y 16 estaban desaparecidas a causa de las inundaciones. En la plataforma de redes sociales Weibo, algunos comentaristas dijeron que el gobierno estaba mintiendo sobre el número de víctimas; en algunas publicaciones, la función de comentarios estaba desactivada.
Se censuraron algunas publicaciones en las redes sociales y relatos en primera persona sobre las inundaciones. Entre los mensajes bloqueados había quejas de personas que afirmaban que los funcionarios del gobierno no aparecieron por ninguna parte cuando necesitaron ayuda, y que solo se presentaron cuando la inundación remitió.
En el sitio web del gobierno central chino, el artículo principal es una noticia de la agencia oficial de noticias Xinhua.
El titular dice: “Bajo la firme y decidida dirección del camarada Xi Jinping, el Comité Central del Partido comanda y dirige las labores de control de inundaciones, socorro en catástrofes y respuesta de emergencia en la provincia de Hebei”.
Con casi 4990 palabras, el artículo enumeraba muchas cosas que había hecho el gobierno, incluido el número de alertas de texto que había enviado. No mencionaba cuántas personas habían muerto o estaban desaparecidas o sin hogar. Serían las “masas” anónimas que, por supuesto, estaban agradecidas por el rescate del gobierno.
© The New York Times 2023