NUEVA YORK — Venían de Colombia y Chad, de Burundi, Perú, Venezuela, Madagascar. En Nueva York habían oído que había un refugio para inmigrantes, un lugar donde vivir y recuperarse.
Cuando llegaron, descubrieron que habían oído mal.
Dos, tres, cuatro días después, cerca de 200 personas, casi todos hombres, seguían haciendo fila en el centro de acogida de inmigrantes de la ciudad, en el Hotel Roosevelt, a la vuelta de la esquina de la Grand Central Terminal. Dormían en la acera. Sus cabezas apoyadas en bolsas de libros, bolsas de basura con sus pertenencias a los lados: las caras visibles de un sistema que oficialmente se ha venido abajo.
Un número histórico de solicitantes de asilo procedentes de todo el mundo han llegado a Nueva York a lo largo de más de un año, lo que casi ha duplicado la población de personas sin hogar de la ciudad en un enorme frenesí: más de 100.000 personas viven ahora en albergues de la ciudad.
A diferencia de otras ciudades estadounidenses, especialmente del oeste, donde miles de personas viven en la calle por falta de otras opciones, la ciudad de Nueva York está obligada por ley a dar cobijo a todo aquel que lo solicite.
Pero ahora los refugios están llenos. A medida que los inmigrantes siguen llegando, la ciudad ha construido tiendas de campaña, ha improvisado una vasta cartera de hoteles y edificios de oficinas convertidos en viviendas y ha dado a los inmigrantes boletos para ir a otros lugares. No ha sido suficiente. El alcalde ha pedido ayuda estatal y federal, afirmando que la ciudad está desbordada. Además, cada vez con más frecuencia, los funcionarios se han opuesto a la obligación legal de la ciudad de acoger a los sin techo.
Mohammadou Sidiya, de 20 años, originario de Mauritania, África Occidental, permanecía junto a un amigo el martes por la mañana. Habían viajado durante más de un mes para llegar hasta aquí.
Vinieron buscando seguridad, aseguró Sidiya en árabe, a través de una traducción digital. No la consiguieron, añadió.
A seis metros, un alegre cartel se burlaba de ellos. “¡Bienvenidos al centro de acogida! Estamos a tope”.
Fue repentino el descenso de la Ciudad de Nueva York, de un lugar que se las arreglaba para seguir el ritmo, a duras penas, de un flujo incesante de solicitantes de asilo a un lugar que se había declarado derrotado.
La semana pasada, todavía había suficientes camas para que la ciudad cumpliera con su obligación legal de ofrecer refugio a todas las personas que lo desearan.
En algún momento del fin de semana, dejó de ser así.
No se ofreció ninguna explicación. El alcalde Eric Adams se limitó a decir el lunes: “No hay más sitio”. También dijo: “A partir de este momento, va a empeorar”.
Josh Goldfein, abogado de la Legal Aid Society que presentó el litigio que dio lugar al derecho al refugio hace más de 40 años, dijo que creía que las personas que dormían fuera del Roosevelt estaban allí en parte porque el alcalde trataba de presionar a Washington para que enviara más ayuda y tratando de disuadir a más migrantes de venir.
“Hay muchas maneras en las que la ciudad podría dar cobijo a todos los que están en esa acera si eso es lo que quisieran hacer”, señaló.
Fabien Levy, portavoz del alcalde, declaró el martes que los 194 lugares que la ciudad ha abierto para acoger a solicitantes de asilo están al límite de su capacidad.
“Nuestros equipos se quedan sin espacio todos los días, y hacemos todo lo posible para ofrecer alojamiento donde tenemos espacio disponible”, comentó. Añadió que la ciudad agregará dos grandes centros de ayuda humanitaria en las próximas semanas, incluyendo una megacarpa para mil personas en el estacionamiento de un hospital psiquiátrico estatal en Queens. La ciudad ha calculado que los migrantes costarán más de 4000 millones de dólares en dos años.
Levy dijo que el domingo fue la primera noche que el Roosevelt no pudo ofrecer a todos los migrantes un lugar donde quedarse bajo techo, aunque fuera una silla. Dijo que otras noches se había enviado a algunos a otro hotel donde podían alojarse en un catre, y que los migrantes que dormían en la acera lo hacían por decisión propia. También señaló que los migrantes tenían acceso a autobuses con aire acondicionado.
En la fila, detrás de Sidiya estaba Erick Marcano, un trabajador de Venezuela. Dijo que había tomado su lugar en la fila el sábado y que en los tres días siguientes había avanzado una manzana en total, desde la esquina de la calle 46 hasta la esquina de la 45. Había aprovechado el tiempo para confeccionar un traje de campaña. Usó el tiempo para fabricarse un eficaz sombrero para el sol colocando un trozo de caja de cartón con un agujero en forma de calavera en el ala de su gorra de béisbol.
Marcano había cruzado la frontera días antes y había recibido ayuda de un grupo de defensa de inmigrantes. “Nos preguntaron en Texas adónde queríamos ir en Estados Unidos y que ellos pagarían el boleto, y les dijimos que queríamos venir aquí, a Nueva York”, relató.
Fuera del Roosevelt, dijo, “solo me dicen que tenga paciencia y espere”. Al final de la manzana, en la entrada del hotel, entraban y salían familias con niños pequeños. La ciudad les ha dado prioridad para proporcionarles refugio, de modo que solo los adultos se quedan fuera.
El gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, ha fletado algunos de los autobuses que han traído gente a Nueva York, como un modo de presionar políticamente a los líderes demócratas, aunque la gran mayoría de los migrantes han llegado por otras vías.
El martes, la Legal Aid Society amenazó con demandar de nuevo a la ciudad ante los tribunales. Goldfein afirmó que la gobernadora Kathy Hochul también tenía que hacer más para proporcionar recursos y ayuda para alojar a la gente rápidamente.
“Tenemos la esperanza de que el estado dé un paso adelante y cumpla con sus obligaciones y también de que la ciudad haga algunos cambios en lo que está haciendo para sacar a la gente de la calle”, señaló, “pero si no lo hacen, entonces tendremos que tomar cualquier acción apropiada para proteger a nuestros clientes”.
A medida que avanzaba la tarde, Ariana Díaz, de 34 años, recién llegada de Venezuela vía Baja California, se colocó al final de la fila. Había pagado su boleto de avión desde la costa oeste y esperaba una acogida más cálida.
Le preguntaron dónde se alojaría esta noche.
“Ni siquiera sé dónde estoy ahora mismo”, respondió.
Migrantes que esperan a ser procesados hacen fila frente al Hotel Roosevelt en Manhattan, el lunes 31 de julio de 2023. (David Dee Delgado/The New York Times)
Mientras esperan a ser procesados los migrantes se quedan en el vestíbulo del Hotel Roosevelt en Manhattan, el martes 1 de agosto de 2023. (Jeenah Moon/The New York Times)