La última vez que hubo una desaceleración importante en la poderosa red de corrientes oceánicas que configuran el clima del Atlántico norte, esta parece haber sumido a Europa en un intenso frío durante más de un milenio.
Eso sucedió hace más o menos 12.800 años, cuando no había mucha gente que lo viviera. Pero en las últimas décadas, el calentamiento ocasionado por los seres humanos podría estar haciendo que las corrientes se desaceleren una vez más, y los científicos han estado trabajando para determinar si estas podrían sufrir otro gran debilitamiento y cuándo, lo cual tendría repercusiones para los patrones climáticos a través de una franja del planeta.
Esta semana, algunos investigadores de Dinamarca presentaron una respuesta audaz: para fines de este siglo, podría presentarse un fuerte debilitamiento o incluso una paralización de las corrientes.
Una de las investigadoras, Susanne Ditlevsen, profesora de la Universidad de Copenhague, comentó en una entrevista que fue una sorpresa incluso para los mismos investigadores que su análisis mostrara que está muy cerca un posible colapso. Los científicos especializados en el clima casi siempre concuerdan en que este siglo disminuirá la circulación en el Atlántico, pero no hay consenso acerca de si se detendrá antes del año 2100.
Por lo que, según Ditlevsen, también fue una sorpresa que ella y su coautor pudieran precisar el momento del colapso. Los científicos van a seguir estudiando y debatiendo el tema, pero Ditlevsen mencionó que los nuevos hallazgos eran un motivo suficiente para no ver una paralización como una preocupación abstracta y remota. “Ha llegado”, afirmó.
Estas nuevas investigaciones, publicadas el martes en la revista Nature Communications, se suman a un conjunto cada vez más grande de trabajos científicos que describen cómo las continuas emisiones de gases que arrojan los seres humanos y que retienen el calor podrían detonar “puntos críticos” del clima o cambios en el medioambiente rápidos y difíciles de revertir.
El deshielo repentino del permafrost del Ártico; la pérdida de la selva tropical de la Amazonía; el desplome de las placas de hielo de Groenlandia y el Antártico occidental. Los científicos advierten que, cuando el planeta se caliente más de cierto grado, estos y otros eventos podrían desatarse en un movimiento muy rápido, pero todavía no se sabe mucho en qué umbrales precisos ocurriría esto.
En el Atlántico, los investigadores han estado buscando señales de un cambio parecido a un punto crítico en un entramado de corrientes oceánicas que tiene un nombre poco agradable: Circulación de Vuelco Meridional del Atlántico (o AMOC, por su sigla en inglés).
Estas corrientes llevan aguas calientes de los trópicos a través de la corriente del Golfo, por el sureste de Estados Unidos, antes de torcer hacia el norte de Europa. Cuando estas aguas liberan su calor en el aire más hacia el norte, se vuelven más frías y densas, lo que hace que se hundan en el océano profundo y retrocedan hacia el ecuador. Este efecto de hundimiento o de “vuelco” permite que las corrientes trasmitan enormes cantidades de calor a todo el planeta, lo cual hace que influyan muchísimo en el clima del Atlántico y más lejos.
No obstante, conforme los seres humanos calientan la atmósfera, el derretimiento de la placa de hielo de Groenlandia añade grandes cantidades de agua dulce al Atlántico norte, cosa que podría estar alterando el equilibrio de calor y salinidad que hace que el vuelco siga. En los últimos años, se ha enfriado de manera notoria una mancha del Atlántico en el sur de Groenlandia, lo que ha generado una “burbuja fría” que algunos científicos ven como una señal de que el sistema se está desacelerando.
Si la circulación se tornara mucho más débil, los efectos en el clima serían trascendentales, aunque los científicos siguen estudiando su posible magnitud. Quizás se enfríe gran parte del hemisferio norte. Las costas de Norteamérica y Europa podrían tener un ascenso más rápido del nivel del mar. En el norte de Europa podría haber inviernos con más tormentas, mientras que es muy probable que el Sahel en África y las regiones monzónicas de Asia tengan menos lluvia.
Las pruebas procedentes de los núcleos de sedimentos y hielo indican que, en el pasado remoto, la circulación del Atlántico experimentó paradas y comienzos abruptos. Pero los modelos más avanzados del clima global creados por los científicos han generado una amplia gama de predicciones acerca de cómo las corrientes podrían comportarse en las próximas décadas, en parte debido a que es muy compleja la combinación de factores que las configuran.
El nuevo análisis de Ditlevsen se enfocó en un indicador sencillo, basado en las temperaturas de la superficie marina, que es parecido a los que otros científicos han usado como indicadores de la fuerza de la circulación del Atlántico. Ditlevsen realizó este análisis junto con su hermano Peter Ditlevsen, un climatólogo que trabaja en el Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague. En su indicador, usaron datos de 1870 a 2020 para calcular los índices estadísticos que pronostican cambios en el vuelco.
Después usaron las propiedades matemáticas de un sistema de punto crítico para extrapolar a partir de estas tendencias. Eso los llevó a predecir que la circulación del Atlántico podría colapsar más o menos a mediados del siglo, aunque es posible que ocurra tan pronto como 2025 y tan lejos como 2095.
Su análisis no incluyó ninguna suposición especifica acerca de la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que aumentarán en este siglo. Solo suponía que las fuerzas que provocarían un colapso de AMOC seguirían a un ritmo constante, en esencia, que las concentraciones de dióxido de carbono seguirían aumentando como lo han hecho desde la Revolución Industrial.
En las entrevistas, varios investigadores que estudian este vuelco elogiaron este nuevo análisis porque emplea un método novedoso para predecir cuándo podríamos rebasar un punto crítico, sobre todo por lo difícil que ha sido hacerlo mediante modelos computacionales del clima del planeta. Pero manifestaron reservas acerca de algunos de sus métodos y señalaron que todavía se requiere más trabajo para determinar con mayor certeza el momento.
Susan Lozier, una oceanógrafa física del Instituto de Tecnología de Georgia, mencionó que las temperaturas de la superficie marina en el Atlántico norte cerca de Groenlandia no eran afectadas necesariamente solo por los cambios en el vuelco, lo que las convertía en un indicador cuestionable para deducir esos cambios. Lozier hizo referencia a un estudio publicado el año pasado que demostraba que gran parte de la creación de la burbuja de frío se podía explicar por cambios en el viento y patrones atmosféricos.
Ahora, los científicos están usando sensores colgados en el Atlántico para medir el vuelco de manera directa. Lozier participa en uno de estos trabajos de medición. El objetivo es saber más sobre lo que está provocando los cambios debajo de las olas y mejorar las proyecciones de los cambios futuros.
Pero los proyectos apenas comenzaron a recabar datos en 2004, como muy pronto, lo cual no es suficiente tiempo como sacar conclusiones firmes a largo plazo. “Es sumamente difícil ver un breve registro del vuelco del océano y decir qué va a hacer en 30, 40 o 50 años”, puntualizó Lozier.
El frente de desprendimiento del glaciar Eqi, uno de los más grandes de Groenlandia, el 27 de agosto de 2022. (Damon Winter/The New York Times)
Persona nadando en al océano Atlántico, en Miami Beach, Florida, el 13 de enero de 2022. (Scott McIntyre/The New York Times)