LONDRES — Las llamadas no solicitadas y los mensajes de texto empezaron a llegar al teléfono de Jan Van Winckel hace un par de meses y no han parado. Según Van Winckel, llegan a un ritmo de unas diez al día, un flujo constante de viejos conocidos, contactos archivados y el amigo del amigo del amigo con sus “espero que estés bien” y “hace tiempo que no hablamos”.
Las trivialidades cambian, pero el meollo es el mismo. Van Winckel, de 49 años, ahora trabaja en los Emiratos Árabes Unidos, pero ha pasado buena parte de su carrera en el fútbol de Arabia Saudita, donde ha sido entrenador y director deportivo de las selecciones nacionales del país.
Por eso es valioso para los representantes, intermediarios y ejecutivos que llaman a su teléfono una y otra vez para pedir lo mismo: que los presenten con el presidente de un club saudita, una conexión con un directivo de la Liga Profesional Saudita, el número de teléfono de alguien, quien sea, que pueda ayudarles a reclamar su derecho en la nueva fiebre del oro del fútbol.
En la primera semana de junio, las autoridades futbolísticas de Arabia Saudita y su fondo soberano de inversión anunciaron un plan audaz para transformar el juego en el reino: anunciaron que el Fondo de Inversión Pública (PIF, por su sigla en inglés) iba a tomar el control de cuatro de los equipos más prominentes de Arabia Saudita y que iba a haber cientos de millones de dólares disponibles para comprar algunas de las mayores estrellas del deporte. Y, en ese momento, incluso antes de que se cortaran los primeros cheques, la Liga Profesional se convirtió en uno de los destinos más atractivos del mundo.
Al igual que con sus intervenciones en el golf, el boxeo y un montón de otros deportes, las autoridades sauditas ofrecieron una lógica enfocada en los beneficios para la salud pública, la necesidad de diversificar la economía del país y un deseo por ayudar a dejar de lado la dependencia del petróleo. En el exterior, se arraigó una explicación más cínica: tan solo fue otro intento de los líderes autocráticos del país para ocultar su pésimo historial en derechos humanos detrás de las cortinas doradas del deporte.
Sin embargo, el fútbol no perdió el tiempo preguntándose por los porqués. En cambio, el deporte —o, más bien, la red de representantes e intermediarios, facilitadores y distribuidores que operan en la opaca industria de la compra y venta de futbolistas— hizo lo que siempre hace cuando hay acuerdos que cerrar y dinero que ganar. Puso manos a la obra.
La vorágine
No pasó mucho tiempo antes de que rindiera frutos la visión audaz de Arabia Saudita para el futuro. Un par de días después del anuncio del Fondo de Inversión Pública, Karim Benzema —actual ganador del Balón de Oro— estaba en un jet privado rumbo a Yeda, donde firmó con el Al-Ittihad. En las semanas que pasaron desde entonces, lo han seguido otra media docena de profesionales que jugaban en Europa, entre ellos N'Golo Kanté, Rúben Neves y Roberto Firmino.
Es probable que tan solo sea el inicio. El Ministerio de Deportes de Arabia Saudita supuestamente ha aparado unos 800 millones de dólares para reforzar las plantillas de la liga este verano, con el objetivo de realizar al menos dieciocho fichajes de alto nivel. Philippe Coutinho y Jordan Henderson podrían sumarse al Al-Ettifaq, que ahora entrena Steven Gerrard, exestrella del Liverpool y de la selección inglesa. Los colombianos Radamel Falcao y James Rodríguez, así como el centrocampista brasileño Fabinho también están considerando ofertas lucrativas.
Incluso empleados y exempleados del Newcastle United —el equipo de la Liga Premier con una participación mayoritaria del Fondo Público de Inversiones— se han sorprendido de encontrar sus teléfonos tan ocupados. Algunas llamadas proceden de representantes con jugadores que vender. Otras son de equipos desesperados por vender sus excedentes a Arabia Saudita. Demasiadas provienen de autoproclamados “reyes midas” de credibilidad indeterminada.
No obstante, a nadie le ha afectado tanto la vorágine que creó la visión del futuro de Arabia Saudita —por descuido o sin querer— como a los propios sauditas.
Rebelión
La Liga Profesional Saudita, el Ministerio de Deportes y el PIF se tardaron meses en elaborar un plan para cambiar el fútbol saudita. Se contrató a consultores externos, a los que se pagaron sumas principescas por sus consejos, para asegurarse de que la iniciativa se sintiera “auténtica”.
El país dejó claro que no quería repetir los innumerables errores que cometió la Superliga china en su breve y deslumbrante momento de popularidad en 2016. Como sucede con muchos de los proyectos vinculados con el programa Visión 2030 del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, la intención era construir algo sostenible.
Los equipos de Arabia Saudita son de los mejores de Asia, pero muchos de ellos tan solo tienen las estructuras internas más laxas. Pocos tienen departamentos sofisticados de reclutamiento: según un ejecutivo, durante años, han sido compradores “pasivos” que dependen de los representantes para que les promuevan jugadores.
Las finanzas de los clubes también pueden ser sorprendentemente fraudulentas. En cierto momento de esta temporada, el Al-Ittihad —el actual hogar de Benzema y Kanté y sus contratos de nueve cifras— no les pagó a algunos de sus empleados durante tres meses. Incluso mientras se anunciaban los recientes fichajes, el club todavía no había pagado los bonos de la campaña anterior, en la que ganó el título.
También fue uno de los varios clubes sauditas que todavía tenían un caso pendiente en la cámara de resolución de disputas en la sede de la FIFA en Zúrich, el organismo al que acuden a reclamar los jugadores y equipos a los que no les pagado de salarios o cuotas de transferencia. También lo hizo el Al-Nassr, el hogar de Cristiano Ronaldo.
La Liga Profesional les dio a sus clubes una lista con un par de docenas de fichajes recomendados, en su mayoría jugadores de poco más de 30 años, muchos de los cuales no tenían contrato en equipos europeos, y una serie de normas básicas relativamente sencillas.
La liga iba a tener que aprobar a cualquier jugador que exigiera un salario anual superior a 3 millones de dólares. Los equipos no debían negociar entre sí y a todos los jugadores que se les descubriera utilizando a un equipo como moneda de cambio para obtener un salario más lucrativo de un rival sería incluido de inmediato en una lista negra. Se instó a los equipos a pensar de forma colectiva. Se sugirió la idea de nombrar a un director deportivo que trabajara para toda la liga. Es posible que el cargo recaiga pronto en Michael Emenalo, quien alguna vez ocupó el cargo en el Chelsea.
Sin embargo, por el momento, los clubes gozan de cierto grado de autonomía. Podrán perseguir los objetivos que consideren más adecuados para sus necesidades. No tendrán que aceptar jugadores en contra de su voluntad.
Por ejemplo, el Al-Hilal, uno de los cuatro clubes preseleccionados para quedar bajo el control del PIF, decidió no fichar a Luka Modric cuando quedó claro que solo aceptaría un contrato de un año. (La mayoría de los acuerdos que se ofrecen duran tres años, lo cual garantiza que los jugadores que firmen vistan los colores del club saudita en el camino a la Copa Mundial de 2026).
Sin embargo, los oportunistas que pueblan los rincones más turbios del mercado de transferencias no tardaron en detectar las grietas en el sistema. Los ejecutivos sauditas, poco acostumbrados a la búsqueda activa de jugadores, quedaron desconcertados ante la gran cantidad de representantes que reclamaban un contrato de mandato exclusivo para negociar en nombre de sus clientes o para actuar como representantes exclusivos de un club europeo.
Al mismo tiempo, la liga descubrió que sus valuaciones a veces variaban mucho de las de los presidentes de los equipos, quienes al parecer estaban más que contentos de utilizar dinero gubernamental para pagar muy por encima del valor de mercado. Cuando el Al-Hilal presentó una fuerte oferta por cinco jugadores del Chelsea, los directivos se enojaron en privado por lo que consideraban una cantidad demasiado inflada, una que podría hacer subir los precios en otros lugares.
En un par de semanas, la liga se dio cuenta de que tenía que cambiar su enfoque, encontrar la manera de imponer algún tipo de orden en el caos. La tarea de hacerlo cayó en un directivo que había construido una carrera influyente, aunque de bajo perfil, en el deporte saudita. Ese hombre, Saad Al-Lazeez, estaba a punto de convertirse en la persona más importante del fútbol europeo.
Recibos
Una de las tareas de Van Winckel después de asumir el cargo de director deportivo de la federación de fútbol de Arabia Saudita en 2015 fue organizar una gira de un puñado de clubes europeos importantes. Llevó, como invitados, a varios directivos de la federación y a un par de presidentes de equipos. El objetivo era ver qué podía aprender Arabia Saudita de las fábricas de talentos más famosas de Europa.
Fue una buena decisión. Al final del viaje, Van Winckel no solo dio una presentación detallada frente un centenar de miembros del personal de la federación saudita, en la que mostró lo que él y su grupo habían aprendido, sino que también presentó un conjunto completo de recibos del viaje.
Lo había enviado el príncipe Abdullah bin Mosaad, ministro de la Autoridad Deportiva General, precursora del Ministerio de Deportes. Pero fue su vicepresidente para asuntos técnicos y de inversión quien dio el visto bueno a los gastos: Al-Lazeez.
Al-Lazeez ha adoptado el mismo enfoque meticuloso desde que sustituyó a un ejecutivo británico, Garry Cook, como presidente de la Liga Profesional Saudita en mayo. Sus colegas lo describen, de diversas maneras, como cosmopolita, eficaz e inteligente. Su inglés es “impecable”. En palabras de Van Winckel, es “alguien que piensa en macro”.
No obstante, los datos biográficos son escasos. Se dice que Al-Lazeez es un ferviente aficionado de la NFL. Según un comunicado de la Liga Profesional, tiene una maestría en gestión de proyectos por la Universidad de Liverpool. También a ratos ha sido director ejecutivo y vicepresidente de la Liga Profesional y ha ocupado lugares de los consejos de administración de varios equipos europeos propiedad de Abdullah, entre ellos el Sheffield United.
No está claro cuántos de esos cargos los prepararon para su tarea actual: gestionar el flujo de cientos de millones de dólares, así como la adquisición y dispersión de algunos de los mejores talentos del fútbol mundial.
En el Sheffield United, ayudó a asignar el presupuesto y a evaluar el rendimiento, pero los miembros del personal del club durante su etapa de un año como director no recuerdan que ayudara en el reclutamiento de jugadores ni que asistiera a las reuniones del consejo de administración. Por lo tanto, este verano, su curva de aprendizaje ha sido pronunciada.
En un intento por agilizar los esfuerzos de la Liga Profesional para fichar jugadores, Al-Lazeez se reubicó en Europa. Al dividir su tiempo entre Londres, París y España, hizo todo lo posible por evitar el ruido y mantener en marcha los planes de Arabia Saudita que fueron elaborados con tanto cuidado.
Ahora, Al-Lazeez controla en última instancia el acceso al mercado saudita. Él elige qué jugadores, qué representantes y qué clubes se benefician de la fiebre del oro.
Es la persona con la que todas esas personas —los representantes y los intermediarios, los facilitadores y los soñadores— deben hablar para reclamar sus derechos. Todo el mundo quiere su número de teléfono. Para la mayoría, es el número que nunca conseguirán.