CORRECCIÓN: El flagrante punto ciego de las admisiones universitarias: la diversidad económica

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(The Morning)

La Universidad de Virginia, una de las mejores universidades públicas del país, cuenta entre sus estudiantes a un grupo de impresionante opulencia: menos del 15 por ciento de los egresados recientes provenían de familias con ingresos tan bajos que les permitieran calificar para el mayor programa de ayuda financiera a nivel federal, Pell Grants.

Lo mismo ocurre en otras universidades públicas, como Auburn, el Instituto Tecnológico de Georgia y William & Mary. También se observa en un grupo mayor de universidades privadas de élite, como Bates, Brown, Georgetown, Oberlin, Tulane y Wake Forest. El sesgo es tan extremo en algunas instituciones que más egresados provienen del uno por ciento más adinerado en la distribución de ingresos que del 60 por ciento más bajo de esa distribución, según un estudio académico.

Cabe recordar que este patrón ha existido a pesar de la acción afirmativa. Casi todas las universidades con un alumnado pudiente tienen un historial de haber utilizado políticas de admisiones basadas en la raza. En general, esas políticas logran producir diversidad racial sin producir tanta diversidad económica.

Tras la decisión de la Corte Suprema la semana pasada de prohibir la acción afirmativa con base en la raza, muchos de los comentarios se han concentrado en la forma en que los encargados de las admisiones podrían utilizar los datos económicos, como el ingreso o la riqueza familiar, para garantizar que se mantenga la diversidad racial. Y es importante que encuentren la manera de hacerlo.

Sin embargo, la diversidad racial no es la única forma de diversidad que importa. La diversidad económica es importante en sí misma: la falta de estudiantes de menores ingresos en muchas instituciones de élite es una señal de que las oportunidades educativas son limitadas para los estadounidenses de todas las razas. Para decirlo de otra manera, factores económicos como la riqueza familiar no son valiosos solo porque pueden ser indicadores de la raza; también constituyen en sí mismos un parámetro revelador de la situación de desventaja.

Ahora que las universidades se disponen a renovar sus políticas de admisiones en respuesta al fallo judicial, hay dos preguntas distintas que vale la pena que respondan: ¿El sistema nuevo funcionará igual de bien que el antiguo para aceptar a estudiantes negros, hispanos e indígenas? ¿Y podría funcionar mejor para aceptar a estudiantes de menores ingresos? Hasta ahora, el debate público no le ha puesto mucha atención a la segunda pregunta.

El modelo F&M

Crear planteles selectivos con mayor diversidad económica es difícil, pero también posible.

Es difícil porque casi todos los aspectos del sistema de admisiones favorecen a los postulantes adinerados. Asisten a mejores preparatorias, tienen ayuda de padres con excelente formación académica para preparar sus ensayos, saben seleccionar actividades extracurriculares que forman el carácter y funcionan para el sistema, además de que hacen varias veces las pruebas estandarizadas. En muchos casos, si los postulantes son atletas o hijos de exalumnos, de donadores o del cuerpo docente, reciben los beneficios de su propia versión de acción afirmativa.

Sin embargo, algunas instituciones han mostrado en épocas recientes que es posible aceptar en la matrícula a más estudiantes de ingresos medios y bajos que completen sus estudios ahí.

Entre estas universidades de nueva diversidad se encuentran varias con legados multimillonarios (como Amherst, Harvard, Princeton, Swarthmore y Yale). La lista también incluye a instituciones con menos recursos, como Franklin & Marshall, Macalester, Vassar y Wooster, que se han visto obligadas a tomar decisiones difíciles para obtener los recursos necesarios para elevar el presupuesto de sus becas. De vital importancia es que estos planteles no han tenido que sacrificar una forma de diversidad por otra: en general, también tienen diversidad racial.

Los encargados de las admisiones en esas universidades han reconocido que los estudiantes talentosos de origen humilde por lo regular no lucen tan refinados. Es posible que sus ensayos sean menos impresionantes, quizá porque tuvieron menos ayuda de adultos para editarlos. Tal vez su actividad de verano fue un empleo en su propio barrio pobre en vez de un viaje con el objetivo de promover la justicia social en una región pobre del extranjero.

Muchos de estos estudiantes tienen un potencial tremendo. Al aceptarlos, una universidad de élite puede cambiar la trayectoria de familias completas. En contraste, una institución con una presencia dominante de estudiantes pudientes no es el motor de oportunidades que podría ser.

No quiero decir que la diversidad económica sea un sustituto adecuado para la diversidad racial. Estados Unidos tiene un historial específico de discriminación racial, en especial contra las comunidades negras e indígenas, que todavía limita las oportunidades para los adolescentes en nuestros días. La decisión de la Corte Suprema que prohíbe la acción afirmativa basada en la raza en ciertos puntos parece querer olvidar esta historia e imaginar que el país ya ha superado el racismo. La verdad es que los estudiantes de color, sin importar su nivel de ingresos, enfrentan dificultades que no enfrentan los estudiantes blancos.

Pero muchos de los directivos de las instituciones de élite han tenido su propio punto ciego en décadas recientes. En general, no han incluido la clase en su definición de diversidad. Aceptaron en su matrícula a estudiantes de todas las razas y religiones, de todos los continentes y todas las regiones de Estados Unidos, sin darle mucha importancia al privilegio económico que compartían muchos de esos estudiantes.

Ahora que las instituciones universitarias por ley deben cambiar su enfoque, tienen una nueva oportunidad para ampliar su definición de diversidad.

El campus de la Universidad de Virginia en Charlottesville, Virginia, el 21 de abril de 2023. (Carlos Bernate/The New York Times).

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