Aumentan las pérdidas para museos y activistas tras un año de protestas contra el cambio climático

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Un miércoles reciente por la mañana, dos activistas del clima se dirigieron a un hermoso cuadro de Monet expuesto en el Museo Nacional de Suecia. Querían transmitir la urgencia de la crisis medioambiental (contaminación, calentamiento global y otros desastres provocados por el hombre) que podría convertir los preciosos jardines del artista en Giverny en un recuerdo lejano. De manera que los jóvenes manifestantes siguieron lo que se ha convertido en un guion habitual: pegar una mano al cristal protector de la obra de arte y embadurnarlo con pintura roja.

En abril, en la Galería Nacional de Arte de Washington, dos ecoactivistas salpicaron de pintura la vitrina que rodea una escultura de Degas del siglo XIX, “La pequeña bailarina de catorce años” y, usando pintura roja y negra para representar la sangre y el petróleo, dibujaron en su pedestal pinos y rostros con el ceño fruncido.

Escenas similares han tenido lugar en más de una decena de museos en el último año, lo cual provoca inquietud e incertidumbre entre los trabajadores de la cultura respecto a cómo evitar que los activistas del clima ataquen obras de arte delicadas. Apenas el pasado fin de semana, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York fue atacado por segunda vez, cuando más de 40 activistas ocuparon las galerías, sosteniendo en silencio carteles que proclamaban: “No al arte en un planeta muerto”. Mientras tanto, los costos de seguridad, conservación y seguros van en aumento, según las instituciones culturales que fueron atacadas.

En algunos casos, estas demandan a los activistas por los daños ocasionados. En febrero, la fiscalía vienesa retiró la demanda contra los manifestantes que rociaron con líquido negro un cuadro de Klimt de 1915 en el Museo Leopold, después de que estos aceptaron pagar unos 2200 dólares por concepto de daños y perjuicios en relación con los gastos de manipulación de las obras, así como la limpieza y reparación de la pared de la galería.

No obstante, el director del museo, Hans-Peter Wipplinger, declaró a The New York Times que el Leopold sigue sufriendo las repercusiones financieras de la protesta climática de noviembre de 2022. El museo tuvo que integrar a dos trabajadores más a su entrada, lo que aumentó casi 32.800 dólares a los costos operativos , mientras que el precio de las nuevas protecciones de cristal asciende a unos 11.000 dólares. Wipplinger también señaló que los costos de los seguros para los cuadros importantes que atraen a multitudes “han aumentado bastante”.

Las instituciones culturales intentan ser proactivas, cuando sus presupuestos se lo permiten. En el Museo Metropolitano de Arte se reforzó la seguridad de algunas exposiciones, entre ellas la más taquillera, “Los cipreses de Van Gogh”. Lisa Pilosi, jefa de conservación de objetos del Met, aseveró en una entrevista que todas las obras de arte (más de 40 pinturas y grabados) están detrás de cristales protectores debido a la preocupación que generan los activistas del clima. (El año pasado, unos manifestantes arrojaron sopa a un cuadro de Van Gogh en la Galería Nacional de Londres).

“Usamos plexiglás de muy alta calidad porque no queríamos lidiar con ataques”, explicó Pilosi. “Pero el cristal está ahí para evitar que la gente toque las obras, no para impedir que los líquidos goteen”.

Devolver a un cuadro su antiguo esplendor tras un ataque puede requerir horas de trabajo de conservación minucioso y el costoso cristal no puede impedir que los líquidos se filtren a través de la barrera protectora.

“Sabíamos que algo así podía ocurrir”, señaló Per Hedström, director interino del Museo Nacional de Suecia. “Habíamos empezado a trabajar en un plan el otoño pasado”.

Hedström dijo que su museo sigue calculando el costo de los daños y perjuicios que el gobierno podría solicitar al momento de procesar a los activistas, quienes pertenecen a la organización ecologista Aterställ Vatmarker (Restauren los humedales).

La cantidad de trabajadores necesarios para limpiar un cuadro como el Monet “es bastante grande en realidad”, comentó Hedström. “Tuvimos a unas 10 o 15 personas trabajando durante un par de días: conservadores, responsables de prensa, curadores”.

Pero las opciones que tiene un museo estatal como el suyo para evitar un atentado son limitadas. “Una consecuencia extrema sería cerrar el museo”, dijo Hedström, aunque reconoció que no era realista, ya que la colección pertenece al pueblo sueco. “Los activistas están utilizando los principios de una sociedad abierta como una vulnerabilidad”.

En lo que parece ser un punto de inflexión en Estados Unidos, los fiscales han presentado cargos federales graves contra manifestantes que amenazaron la protección del arte en la Galería Nacional de Arte de Washington, que es una institución federal. El mes pasado, Joanna Smith y Tim Martin, ambos de 53 años, fueron acusados de conspiración para cometer un delito contra Estados Unidos y de dañar una exposición de la Galería Nacional después de que en abril embadurnaron de pintura la vitrina que rodeaba la frágil escultura de cera de abeja “La pequeña bailarina”. Cada cargo conlleva una pena máxima de cinco años de prisión y multas de hasta 250.000 dólares.

Los activistas del clima calificaron la sentencia de “injustamente severa”. “No era un llamado para que todo el mundo atacara los museos”, declaró Smith en una entrevista telefónica, y añadió que pensaba que los cargos acallarían la libertad de expresión. “Era un llamado para que la gente observara con detenimiento y pensara en lo que aprecia en la Tierra y en lo que puede hacer para proteger esas cosas”.

Kaywin Feldman, directora de la Galería Nacional, afirmó que agradecía el trabajo realizado por las autoridades “para presentar estos cargos graves”.

Tras el ataque, casi una veintena de empleados trabajaron para limpiar la galería, examinar la escultura y reparar su vitrina, que según Feldman sufrió daños equivalentes a unos 2400 dólares. La obra de Degas permaneció fuera de las galerías un total de 13 días. Feldman señaló que los curadores no estaban tan preocupados por las salpicaduras de pintura como por las fuertes vibraciones causadas por el alboroto. El delicado cuerpo de cera de la escultura puede agrietarse con estos movimientos, razón por la cual el museo casi no mueve la obra y nunca la presta. La última vez que se trasladó la escultura fue en 2020 para una exposición.

“La gente no deja de decirme: ¿Qué rayos tiene que ver ‘La pequeña bailarina’ de Degas con el cambio climático? Por supuesto, la respuesta es nada”, concluyó Feldman. “Los museos siempre se han comprometido a ofrecer el mayor acceso posible a las obras de arte originales y esto ha formado parte de su ética fundacional. A todos nos molesta tener que poner cada vez más barreras”.

Activistas del clima se manifiestan en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York, el 8 de julio de 2023. (Elizabeth Bick/The New York Times).

Activistas del clima se manifiestan en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York, el 8 de julio de 2023. (Elizabeth Bick/The New York Times).

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