“Esperaban que me muriera solo”: la vida de un prisionero de guerra ucraniano

Los cautivos liberados en los intercambios afirman que las palizas eran habituales y que sufrían una atención sanitaria y una alimentación lamentablemente inadecuadas

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Maksym Kushnir, capturado en el asedio a la planta de Azovstal (Daniel Berehulak/The New York Times)
Maksym Kushnir, capturado en el asedio a la planta de Azovstal (Daniel Berehulak/The New York Times)

El año pasado, en los últimos días del duro asedio a la planta siderúrgica de Azovstal, en Ucrania, la bala de un francotirador hirió al sargento mayor Maksym Kushnir en la mandíbula y la lengua. No podía comer ni hablar, y respiraba a duras penas.

Pero cuando hubo una rendición negociada con el Ejército ruso y salió cojeando de un búnker el pasado mes de mayo con otros cientos de soldados ucranianos heridos, no había ayuda médica ni rastro de los trabajadores de la Cruz Roja que les habían prometido.

En lugar de eso, Kushnir, soldado durante nueve años y poeta desde la infancia, afirmó que lo llevaron en un viaje de dos días en autobús al territorio controlado por Rusia y lo dejaron en una cama para que muriera, con la mandíbula destrozada y la gangrena extendiéndose por su lengua.

“Pensé que era mi fin”, dijo. “Durante los primeros tres o cuatro días no hicieron nada. Esperaban que me muriera solo”.

El hecho de que Kushnir sobreviviera y regresara a casa para contarlo es una de las historias de éxito de la guerra. Aun cuando ambas partes están inmersas en un conflicto a gran escala, las autoridades ucranianas y rusas han estado intercambiando cientos de prisioneros de guerra casi semanalmente.

No obstante, los intercambios de prisioneros también han revelado una cruda realidad. Los soldados ucranianos han regresado a casa con relatos de terribles sufrimientos durante su cautiverio en manos rusas: ejecuciones y muertes, golpizas y descargas eléctricas, falta de atención médica y raciones de alimentos para morirse de hambre.

El mayor Dmytro Andriushchenko de la brigada Azov, quien fue capturado en Mariúpol y torturado por soldados rusos (Daniel Berehulak/The New York Times).
El mayor Dmytro Andriushchenko de la brigada Azov, quien fue capturado en Mariúpol y torturado por soldados rusos (Daniel Berehulak/The New York Times).

Ucrania permite que el Comité Internacional de la Cruz Roja acceda a los prisioneros de guerra rusos que tiene cautivos, lo que indica que cumple sus obligaciones en virtud de las convenciones internacionales de guerra. Rusia no lo permite, sino que restringe la vigilancia exterior y solo ha confirmado la identidad de algunos de los que tiene retenidos.

Funcionarios ucranianos y antiguos prisioneros aseguran que los ucranianos cautivos se encontraban en un estado visiblemente peor que los prisioneros rusos en los intercambios.

“Estábamos así de flacos”, dijo Kushnir, levantando el dedo meñique. “Comparados con nosotros, ellos tenían buen aspecto. Estábamos delgados y barbudos. Ellos estaban afeitados y limpios”.

“Es una relación abusiva clásica”, comentó Oleksandra Romantsova, del Centro para las Libertades Civiles, organización ucraniana galardonada con el Premio Nobel de la Paz el año pasado, resumiendo el trato que reciben los prisioneros ucranianos.

No está claro cuántos soldados ucranianos son prisioneros de guerra o desaparecieron en combate. Rusia solo ha facilitado listas parciales de los que tiene retenidos y Ucrania no publica ninguna cifra; sin embargo, las organizaciones de derechos humanos afirman que hay al menos entre 8.000 y 10.000 prisioneros, y los funcionarios ucranianos no han cuestionado esas cifras.

En los últimos meses se han capturado más ucranianos en los combates en la ciudad de Bajmut y sus alrededores, según las personas que se esfuerzan para traer a los prisioneros a casa. Se cree que hay muchos menos rusos retenidos por Ucrania.

También se ha juzgado a algunos soldados ucranianos en Rusia por cargos dudosos y han recibido condenas largas en el sistema penal ruso, afirmó Oleksandr Pavlichenko del Grupo Helsinki de Derechos Humanos de Ucrania.

Maksim Kolesnikov, soldado que fue capturado al comienzo de la guerra y sometido a palizas de hasta cinco horas (Daniel Berehulak/The New York Times)
Maksim Kolesnikov, soldado que fue capturado al comienzo de la guerra y sometido a palizas de hasta cinco horas (Daniel Berehulak/The New York Times)

Entre los prisioneros de guerra hay 500 miembros del personal médico y cientos de heridos y de mujeres militares, declaró Andriy Kryvtsov, presidente de Médicos Militares de Ucrania. Kryvtsov afirmó que 61 médicos militares permanecen en cautiverio y pidió su liberación.

Yurik Mkrtchyan, anestesista de 32 años, fue uno de los más de 2.000 hombres que fueron tomados prisioneros tras los combates en la planta siderúrgica de Ilyich en Mariúpol en abril del año pasado, muchos de ellos soldados heridos a los que estaba atendiendo.

Además, señaló que los rusos solo le proporcionaron asistencia médica cuando se los suplicó y trasladaron a los heridos a un hospital hasta que estaban al borde de la muerte.

Mkrtchyan, a quien liberaron tras un intercambio de prisioneros en noviembre, afirmó que seguía preocupado por las condiciones de los heridos, incluidos los amputados.

“Eran los chicos que protegían nuestro hospital”, dijo. “La mayoría de ellos siguen cautivos y no veo excusa ni explicación para ello porque ya están discapacitados, no pueden luchar, no hay razón para mantenerlos en prisión”.

Ex prisioneros y grupos de derechos humanos aseguran que los ucranianos cautivos, incluidos los heridos y las militares embarazadas, han sido sometidos a golpizas incesantes.

Mkrtchyan describió cómo los recién llegados tenían que correr ante los guardias de la prisión que les golpeaban con palos, un ritual de novatadas conocido como “recepción”. Mkrtchyan recordó haber corrido con la cabeza abajo, en medio del torrente de golpes y haber visto a un compañero en el suelo. El soldado, un preso herido con quemaduras graves llamado Casper, murió a causa de la golpiza, según narró.

Danilo Mudrak muestra una foto de su tío, Oleh Mudrak, mientras estaba en cautiverio   (Daniel Berehulak/The New York Times).
Danilo Mudrak muestra una foto de su tío, Oleh Mudrak, mientras estaba en cautiverio (Daniel Berehulak/The New York Times).

Con la mandíbula rota y la lengua gangrenada, Kushnir no podía acostarse y permaneció sentado con la cabeza entre los brazos durante varios días sin analgésicos ni antibióticos.

Al final, lo trasladaron a otro hospital donde los médicos le amputaron la lengua y le cerraron la mandíbula con alambres.

Soñaba con comer. Escribió unos versos:

“Ten piedad de mí, destino. Estoy vivo.

No me castigues sin piedad”.

El dolor físico no era tan duro de soportar como la incertidumbre de ser un prisionero, señaló.

“Cuando no sabes qué esperar, qué te deparará el día siguiente”, expresó, “en especial después de ver lo que los rusos les hacían a nuestros hombres y estar en constante expectativa de morir, no es una sensación nada agradable”.

A finales de junio, Kushnir y otros hombres heridos de las instalaciones de Azovstal fueron trasladados en autobuses y llevados al frente para el intercambio.

De vuelta en Ucrania, lo sometieron a múltiples operaciones y pasó meses aprendiendo a hablar de nuevo ejercitando el tejido cicatricial de la parte posterior de la garganta.

Su cirujano, Vasyl Rybak, de 44 años, jefe del departamento de rehabilitación y cirugía reconstructiva de un hospital de Odesa, le extrajo hueso de la cadera para reconstruirle la mandíbula, pero como no funcionó, le colocó una mandíbula de titanio, creada en un laboratorio de impresión 3D de la ciudad de Dnipró.

Rybak planea aprender de pioneros de la India cómo crear una lengua nueva para su paciente a partir de tejido muscular de su pecho.

“Es un héroe”, aseveró respecto a Kushnir, durante un descanso tras la operación. “Todos ellos lo son”.

© The New York Times 2023

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