Una estudiante japonesa denunció a su profesor por acoso sexual: su esposa la demandó por adulterio y ganó

El caso de una alumna de posgrado y su profesor de historia del arte ilustra el panorama confuso que tiene Japón sobre el uso de la autoridad como herramienta de coerción para fines sexuales

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Meiko Sano, quien interpuso una
Meiko Sano, quien interpuso una demanda por acoso sexual contra su profesor de historia del arte, en Tokio (Noriko Hayashi/The New York Times)

El destacado profesor de historia del arte y su estudiante habían terminado de cenar y estaban paseando al lado de un río en Kioto, la pintoresca antigua capital de Japón, cuando se detuvieron en un bar.

Hacía meses que pasaban mucho tiempo juntos y el profesor ya la había besado una vez en un parque de Tokio. Ahora, después de unos tragos, la invitó a su hotel, donde tuvieron un encuentro sexual que ella dijo que fue en contra de su voluntad. Él sostuvo que fue consensuado.

A partir de ese conflictivo comienzo, se embarcaron en una relación clandestina de una década que incluyó encuentros furtivos, una retahíla de notas amorosas y varios viajes al exterior.

Con el tiempo, la alumna llegó a creer que el profesor se había aprovechado de la desigualdad de poder entre ellos y que ella nunca había dado su verdadero consentimiento a nada de eso.

Cuando finalmente rompió la relación, presentó una denuncia oficial ante la universidad y demandó al profesor por acoso sexual. Su argumento: que él se había aprovechado de su posición como su supervisor cuando ella tenía 23 años para prepararla para el sexo, agredirla y luego mantenerla bajo su dominio durante años.

Pero en un giro inesperado, ella también fue demandada por la esposa del profesor, acusada de adulterio y de causar angustia mental según el código civil de Japón, que considera las relaciones extramatrimoniales como una infracción del contrato matrimonial.

Al final, la esposa ganó casi 20.000 dólares. El profesor fue despedido el año pasado por, según dijo la universidad, mantener una “relación inapropiada”. Pero la joven perdió su caso cuando el tribunal dictaminó que el profesor nunca la había obligado a hacer nada en contra de su voluntad.

La historia de Meiko Sano, ahora de 38 años; su profesor, Michio Hayashi, de 63 años; y la esposa de él, Machiko, de 74 años, destaca el estado enredado de la dinámica del poder sexual en Japón, donde las mujeres rara vez presentan, y mucho menos ganan, casos de acoso sexual, y donde el movimiento #MeToo aún no se ha afianzado como sucedió en otros países.

Sano sabía que ganar la demanda por acoso sexual contra Hayashi era una posibilidad remota. Pero, en varias entrevistas, dijo que lo hizo para mostrar cómo había experimentado “abuso psicológico como acoso por parte de un adulto y gaslighting que los japoneses no saben muy bien cómo son”.

Aunque el caso recibió poca atención en los medios de comunicación japoneses, conmocionó al mundo del arte y la comunidad académica japonesa donde, a diferencia de Estados Unidos, pocas universidades prohíben las relaciones entre profesores y estudiantes. Al mismo tiempo, las jerarquías rígidas de edad y estatus son culturalmente generalizadas, lo que dificulta que los subordinados, especialmente las mujeres, les digan que no a sus superiores, según los expertos.

“Dentro de Japón existe esta cultura en la que todos debemos tratar de llevarnos bien”, dijo Yukiko Sato, directora de Spring, un grupo de defensa sin fines de lucro para sobrevivientes de agresión sexual. “Entonces, si te piden tener relaciones sexuales, es posible que te resulte difícil decir que no”.

En la corte, Sano repitió ese argumento vez tras vez. Pero las leyes de Japón sobre agresión sexual no mencionan el consentimiento, lo que refleja el escepticismo de que alguien pueda ser forzado a tener relaciones sexuales sin que medie violencia.

“En términos de agresión sexual, tiene que haber una gran amenaza y la víctima tiene que defenderse”, dijo Mizuki Kawamoto, una abogada que revisó las posibles enmiendas a las leyes de delitos sexuales del país. La ley actual, dijo, no protege a las personas que “fueron coaccionadas psicológicamente para decir que sí”.

Estudiantes en el campus de
Estudiantes en el campus de la Universidad Sophia el año pasado. El profesor Michio Hayashi fue despedido por mantener una “relación inapropiada” (Noriko Hayashi/The New York Times)

Por el contrario, las leyes de Estados Unidos y algunos países europeos tienen en cuenta que una víctima puede no ser capaz de dar su consentimiento debido a una enfermedad o intoxicación, o que un agresor puede explotar una situación de autoridad.

En documentos judiciales, Sano dijo que después del primer encuentro sexual con Hayashi, “dado que no estaba cubierta de moretones, no se consideraba una víctima de abuso sexual”.

El fallo del juez, en marzo, reconoció una zona gris entre la coerción y el consentimiento, y consideró “adecuado” que Hayashi hubiera sido despedido. Pero con voz llorosa, Sano remarcó que el juicio no tomó “en cuenta lo que alguien que está en una posición más alta que la tuya realmente puede hacerle a tu psique”.

Aunque Sano perdió el caso, el tribunal ordenó al profesor que le pagara 1,28 millones de yenes, cerca de 9.800 dólares, para asumir la responsabilidad de su parte de las sanciones que se le impusieron en la demanda de su esposa.

Tomoe Yatagawa, quien da clases sobre leyes de género en las universidades de Tokio, dijo que la demanda de la esposa de Hayashi puede parecer “un poco extraña” cuando el contrato matrimonial era entre marido y mujer, pero Sano fue señalada responsable de romperlo. Los expertos dicen que estos casos no son raros.

La esposa de Hayashi, quien se negó a hacer comentarios para este artículo, dijo en documentos judiciales que estaba resentida con su esposo por cometer adulterio, pero que no creía que él fuera culpable de acoso sexual. Acusó a Sano de “dejar toda la responsabilidad de su relación sobre mi esposo, como si ella fuera solo una víctima”.

Sano conoció al profesor en 2004, cuando ella era estudiante en la Universidad Sophia de Tokio y se inscribió en el curso de historia del arte de Hayashi. Era un conocido especialista en arte japonés moderno, con puntos de vista abiertos sobre el feminismo y la libertad de expresión.

Durante mucho tiempo, su relación fue estrictamente académica. Discutieron sus ambiciones de la escuela de posgrado. Se ofreció a escribirle una recomendación y la ayudó a conseguir una pasantía.

El verano y el otoño antes de que comenzara sus estudios de posgrado en 2007, los límites entre ellos comenzaron a desdibujarse cuando Hayashi comenzó a hacerle grooming o prepararla, dijo ella, para una relación romántica. Él la invitaba a tomar té con regularidad. Ella sentía que no podía negarse.

“Hacía sugerencias para lecturas o sesiones de estudio para la escuela de posgrado, y sentí que tenía expectativas para mí”, dijo Sano. “Y sentí que no podía traicionar eso”.

Algunos defensores dicen que las instituciones japonesas como la Universidad Sophia necesitan una guía más clara sobre las relaciones entre estudiantes y profesores. Recientemente, el gobierno pidió a las universidades que proporcionen más información sobre los servicios de asesoramiento sobre acoso y violencia sexual, y que divulguen cuando se toman medidas disciplinarias.

“Cualquier relación entre un supervisor o profesor y un estudiante es, por definición, acoso” por “el deseo de complacer a alguien en el poder”, dijo Kazue Muta, profesora de sociología y estudios de género en la Universidad de Osaka.

Hayashi, quien se negó a comentar para este artículo, admitió en su testimonio que la relación había sido “inapropiada” porque estaba casado y era el supervisor de Sano. Pero dijo que Sano había dado su consentimiento e incluso alentado la relación.

Una de sus principales pruebas fue una tarjeta de agradecimiento que ella y otros estudiantes le enviaron después de que se unieron a él en un recorrido por un museo por el centro de Japón el verano anterior a que Sano comenzara la escuela de posgrado. En la tarjeta, que escribió en inglés, se dirigió a él como “Muy querido profesor H” y firmó su mensaje con “xox” (símbolos de besos, “x”, y abrazos, “o”), una expresión que no se usa comúnmente en Japón.

“Para ser tratado como ‘muy querido’, en un mensaje de un estudiante a un profesor, hay una familiaridad allí que no es del todo normal”, testificó Hayashi.

Sano dijo que su intención era que la nota simplemente mostrara su “agradecimiento”.

Hayashi dijo que él y Sano “se hicieron más cercanos” a medida que pasaban tiempo juntos, según el expediente judicial. Sano le confió a Hayashi que se sentía como una extraña en Japón después de pasar gran parte de su infancia en Inglaterra; él le aseguró que lo entendía por su experiencia en el extranjero.

En el otoño, cuando comenzó la escuela de posgrado con Hayashi como su supervisor, dio un paseo con él en un parque de Tokio. Él la besó. “Decir que no y hacerlo quedar mal estaba fuera de discusión”, dijo.

Meiko Sano (Noriko Hayashi/The New
Meiko Sano (Noriko Hayashi/The New York Times)

En presentaciones judiciales y testimonios, Hayashi, entonces de 48 años, dijo que creía que él y Sano, entonces de 23 años, estaban saliendo.

Sano lo acompañó en el viaje a Kioto ese otoño, donde estaba dando una conferencia en un simposio de arte. Ella testificó que cuando él le pidió que fuese a su habitación de hotel, ella lo rechazó varias veces y dijo que debería regresar a su propia habitación. Él dijo que la decisión de ir a su habitación fue mutua.

Ambos testificaron que Hayashi le practicó sexo oral a Sano, pero ella lo describió como algo no deseado. Afirma que le pidió repetidamente que esperara, lo que indica resistencia, según su testimonio en la corte. “Pero él seguía diciendo: ‘Está bien, está bien’”, dijo Sano.

Durante los siguientes 10 años, se reunían regularmente en Tokio en los llamados hoteles del amor, con una mezcla de discusión académica y sexo. Hayashi revisó la tesis de Sano en uno de estos hoteles, según los documentos judiciales.

Sano le envió notas afectuosas y lo acompañó en viajes a Francia, Italia y España, tanto mientras estuvo bajo su supervisión como después de graduarse. Hayashi dijo que ese comportamiento demostraba una vez más que la relación era consentida, aunque reconoció que él quería mantenerla en secreto.

Sano dijo que su comportamiento era una señal de adoctrinamiento y que tenía miedo de ser “grosera” con su supervisor, quien tenía autoridad sobre su futura carrera.

Cuando intentaba terminar la relación, dijo en documentos judiciales, Hayashi la acusaba de ser “paranoica” o le decía que nunca podría salir con nadie más. Ella sostiene que Hayashi le dijo: “Puedes demandarme por acoso sexual si quieres. Pero no lo harás porque no eres ese tipo de chica”.

Hayashi dijo en documentos judiciales que nunca hizo esos comentarios ni coaccionó a Sano y que simplemente eran “adultos que disfrutaban de una relación de ‘amor libre’”.

“Entiendo que fui demasiado ingenua y todavía me odio por eso”, dijo Sano. “Hubo tantas ocasiones en las que podría haber dicho simplemente ‘No’ y huir”.

En la primavera de 2018, Sano trabajaba en una galería de arte en Tokio y rompió la relación para siempre. Lentamente comenzó a contárselo a su familia y a un pequeño círculo de amigos, y luchó con una abrumadora sensación de vergüenza. Ella dijo que comenzó a cortarse y consideró el suicidio.

Shusaku Sano, el hermano mayor de Sano, dijo que su hermana le dijo que le habían lavado el cerebro. “Sabía con certeza que estaba herida”, dijo.

Haruko Kumakura, curadora asistente en un museo en Tokio que colaboró con Sano en una exhibición, dijo que estaba “disgustada” cuando Sano le habló sobre Hayashi, una figura de respeto en el mundo del arte.

A principios del año siguiente, Sano se puso en contacto con la esposa de Hayashi. “Sentí que tenía que decirle la verdad de lo que había sucedido y que lo sentía”, dijo Sano. También quería que su esposa supiera que sentía que Hayashi la había manipulado.

Según documentos judiciales, Hayashi le confesó la relación a su esposa, quien presentó su demanda contra Sano.

En un correo electrónico que formaba parte del expediente judicial, la esposa de Hayashi le escribió a Sano a través de su abogado: “Si la relación fue coaccionada por mi esposo, fácilmente podría haber presentado una queja ante la universidad” desde el principio.

Los expertos en acoso sexual dicen que se necesitará más que una acción legal para cambiar la cultura.

“La opinión comúnmente aceptada es que si una mujer acepta un beso o tiene una cita, entonces es consensuado”, dijo Muta, de la Universidad de Osaka, quien aboga por políticas universitarias que prohíban las relaciones románticas entre profesores y estudiantes. “Estamos luchando para cambiar ese ambiente, pero aún no tenemos tanto éxito”.

Sano dijo que ahora estaba en terapia, lidiando con el trastorno de estrés postraumático. Vive con sus padres y no ha podido trabajar a tiempo completo desde que dejó la galería de arte en 2019.

Afirma que uno de sus principales objetivos es recuperar su “capacidad de decir no”.

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